Cuando en la Universidad de La Plata presentaron a Daniel Feierstein lo hicieron con un dato histórico: que su definición del genocidio argentino es la que utilizaban los juzgados desde la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad en 2006. En ese encuentro, el sociólogo, autor del libro El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina, advirtió que las posturas que discuten los 30.000 desaparecidos son la expresión más clara de una avanzada negacionista.

-¿Por qué cree que ocurre esto después de una década de Memoria, Verdad y Justicia?

-Hay varios elementos. Hay aciertos de los genocidas y sus cómplices. Detectaron que la memoria colectiva se construye de abajo hacia arriba. Comenzaron hace un lustro un trabajo de cuestionamiento de las conquistas simbólicas en la lucha contra la impunidad. Además hay errores propios. A partir del intento de partidización de un proceso plural que atravesó enormes mayorías sociales, se abrió la puerta al cuestionamiento de los logros históricos del movimiento de DD HH. Se pudieron plantear como una disputa contra el gobierno anterior. Y desde allí interpelar a sectores opositores o jóvenes que quieren aparecer como políticamente incorrectos, sin percibir que se alían a la peor expresión de los sectores dominantes y opresores.

-¿Qué rol cumplen en esta avanzada negacionista los grupos de apoyo a los represores?

-Los grupos de familiares y de apoyo a los represores comenzaron a construir una red institucional que buscó emular organizativamente a la de los organismos de DD HH. Formaron grupos de familiares y otros que buscan profesionalizar el reclamo, como el CELTYV, representado por una abogada que aparece como la «profesional» del reclamo. Argumentalmente han buscado abstraer a las «víctimas» de las condiciones en las que ocurrieron las acciones, homologando situaciones incomparables y construyendo un «universo» de víctimas y demandas con las que interpelar a la sociedad y al actual gobierno. Y el Ejecutivo actual juega a mostrarse neutral y muy receptivo a dicha interpelación.

-¿Y los medios?

-A partir de 2016, los medios hegemónicos han iniciado, a la vez, una verdadera ofensiva, abriendo la palabra a estos sectores mucho más allá de su peso en la sociedad. La operatoria radica en poner a los relativizadores en un plano de igualdad con el discurso de las víctimas del genocidio. Es lo que ha ocurrido en todos los procesos negacionistas, tanto en el discurso del Estado turco como en el de los grupos neonazis: el planteo de que «todos tenemos derecho a opinar» y de que «hay distintas visiones», poniendo en pie de igualdad, verdad y mentira, investigación y manipulación, víctimas y perpetradores.

-¿Cómo influyeron declaraciones como «el curro de los DD HH», que en su momento hizo el actual presidente Mauricio Macri, las de Darío Lopérfido o las de Gómez Centurión?

-El gobierno despliega una política inteligente, que quiere mostrarse como «prescindente», abierto a todas las voces, tanto desde la escucha como desde la propia «opinión» de sus funcionarios. Eso transforma al genocidio en un «tema de opinión». Entonces el rol gubernamental termina dibujado como el gran mediador entre dos verdades, equiparando las narraciones de las víctimas de un genocidio con la de sus perpetradores. «