Más allá de la alta contagiosidad de Ómicron, en toda pandemia hay responsabilidades sociales y de los gobiernos. “Las nuevas variantes siempre realizan el mismo ciclo y seguimos sin entenderlo. Entran por los aeropuertos. Nosotros tenemos un solo aeropuerto internacional importante y seguimos sin establecer controles”, destaca el Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet Daniel Feierstein, en diálogo con Tiempo. Y reflexiona: “evidentemente, no salimos mejores de esta pandemia”.

–¿La sociedad le perdió el respeto a la pandemia?

–Cuando una enfermedad circula por tanto tiempo en una población, los efectos de naturalización son casi inevitables. Lo que más cabría pensar es en incorporar una serie de hábitos que podrían ser muy favorables para disminuir la incidencia, lo que se conoce como ‘política de reducción de daños’. Después de dos años de pandemia, y de cómo se desarrollaron las cosas en nuestra región, se vuelve difícil pensar medidas de restricción pero sí incorporar de modo muy masivo medidas de cuidado, que son las que todos conocemos: garantizar ventilación, distanciamiento, y si vamos a pasar las fiestas con adultos mayores, no juntarnos los días previos con mucha gente, aunque vaya en contra de los hábitos sociales.

–¿Coincide entonces con esa idea de que ‘hay que convivir con el virus’?

–Hay situaciones que se van volviendo inviables socialmente por cómo se fue dando todo. Fuimos construyendo esto como sociedad, y hay que implementar estas políticas de reducción de daños, porque contamos con la hipótesis de que con una gran parte de la población vacunada, el impacto de Ómicron sería menor en cuanto a su letalidad, pero lo que lo vuelve muy grave es el nivel de propagación. Por los datos que aparecen, es tan contagiosa como el sarampión, eso te hace colapsar el sistema sanitario aunque la incidencia de población grave sea menor.

–¿Y qué debería hacer el gobierno nacional?

–Lo primero: hay que salir de esta situación de ‘blanco o negro’. Que un gobierno considere que no hay plafón sanitario, social o político para tomar determinadas medidas, no quiere decir que no pueda hacer advertencias a la población. No es lo mismo decir en una declaración oficial ‘no se preocupen por la subida de casos’, que transmite un mensaje equivocado haciendo de cuenta que acá no está pasando nada; que un mensaje que diga ‘no vamos a establecer restricciones porque su costo sería superior al propio costo de la enfermedad’, pero sí llamar la atención sobre el crecimiento de casos.

–¿Hay que tomar alguna medida de restricción?

–Sí, totalmente: volver a los aforos, evitar los eventos tan masivos; virtualizar todo aquello que es virtualizable, por ejemplo muchas actividades administrativas; todo con el objetivo de reducir la circulación. Las nuevas variantes siempre realizan el mismo ciclo y seguimos sin entenderlo. Entran por los aeropuertos. Tenemos un solo aeropuerto internacional importante y seguimos sin establecer controles, todas las nuevas variantes que aparezcan van a seguir entrando por ahí. Después se desparraman del mismo modo: primero en los sectores de poder adquisitivo más altos, que son los que ingresan las nuevas variantes y después terminan afectando a toda la población.

–¿Cómo analiza la situación de las personas que, sin ser antivacunas, todavía resisten vacunarse y vacunar a sus hijos?

–De varias maneras. Por un lado, es una vacuna nueva por lo cual tiene sentido que haya algunos resquemores, pero sobre todo por la fuerte campaña mediática y de la oposición que ahora están focalizando en contra de la vacunación pediátrica. Sería importante ser más responsable en los mensajes que se envían, aunque, por suerte el mensaje antivacuna en nuestro país no tuvo mucho peso y eso explica que pudimos establecer una muy buena situación epidemiológica. Lamentablemente, esa campaña antivacuna tuvo mucho más peso en la vacunación de menores.

–¿Tendremos una mejor sociedad después de la pandemia como se decía en un principio?

–Evidentemente, no ‘salimos mejores’ de esta pandemia, por varias razones: una es la inequidad a la hora de distribuir las vacunas en el mundo. Hay países que tienen muy baja población vacunada y esto termina afectando al conjunto de la humanidad, porque en ellos se desarrollan nuevas variantes como Ómicron. Pero también de la decisión de una gran parte del mundo de dejar circular el virus. Nos olvidamos que una tercera parte del planeta logró eliminar la circulación, como China, Nueva Zelanda, Australia o Noruega; y que ahora otra vez tienen que pagar el precio de que se contagie su población porque una parte del mundo no fue capaz de seguir su ejemplo. «