En el barrio porteño de Palermo, el Ministerio de Ciencia y Tecnología ocupa el edificio probablemente más moderno del Estado nacional. Allí se ubica la Agencia I + D + i (investigación, desarrollo, innovación), donde Fernando Peirano, su titular, recibió a Tiempo para un diálogo sobre ese punto donde se interceptan la economía, la política y el futuro.

En plena discusión preelectoral sobre modelos económicos y con el trasfondo de la gestión del macrismo en el sector científico, Peirano toma posición sobre cómo se estimula el desarrollo tecnológico en Argentina. “Hay que enhebrar saberes, lo que requiere de una política sofisticada sostenida en el tiempo y una institucionalidad compleja. Esto es un ecosistema, las acciones aisladas no modifican nada”.

-¿Cómo impacta en la vida cotidiana la inversión en ciencia?

-Creo que nos permite ver el bosque y no sólo el árbol. Cuando evaluamos las perspectivas de desarrollo de Argentina, al recorrer todo el país se nota que hay muchas posibilidades latentes. Pero ahí el debate público está muy obstruido por miradas prejuiciosas y no se puede ver el conjunto. En paralelo, la sociedad en la pandemia entendió que tener un sistema de ciencia y tecnología de pie le daba mayores certezas y seguridades: los tests rápidos, los tratamientos que se aplicaron y en lo cotidiano el impacto del barbijo Conicet, que nace del contexto en el que trabaja la Agencia. Estamos realizando 9000 evaluaciones por año para apoyar 2000 proyectos nuevos. Esto habla de un Estado con capacidad de priorización que muchas veces no se reconoce. Acá el Estado funciona.

-¿En qué situación encontraron el sector de ciencia y desarrollo tecnológico cuando asumieron?

-Mi balance personal acompaña lo que ayer expresaba el presidente Alberto Fernández: se cumplió el contrato electoral. Nos habíamos comprometido a poner de pie al sistema de ciencia y tecnología así como honramos la resiliencia que tuvieron los investigadores en un escenario muy adverso en lo presupuestario. La inversión en ciencia y tecnología durante el gobierno de Macri cayó 40% en términos reales. Hubo una campaña de desprestigio contra los investigadores y sus aportes científicos. Todo eso se revirtió en 2019 y el cambio del contrato social en medio de la pandemia, donde el sistema científico y las empresas innovadoras argentinas pusieron a disposición herramientas que otros países no tuvieron. El conocimiento al fin y al cabo le da flexibilidad a cualquier sociedad para enfrentar lo inesperado. Buscamos sentirnos orgullosos de nuestros científicos y científicas.

La vacuna nacional para el Covid, un desarrollo clave traccionado desde la Agencia I + D + i.

Contraste

“Hay una experiencia que es muy elocuente”, cuenta Peirano, siguiendo con el contraste ideológico entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. “El último 12 de octubre hicimos un encuentro en Tecnópolis en el que hablamos sobre la Antártida y las Malvinas, porque desde la Agencia financiamos proyectos para afianzar la soberanía sobre argumentos científicos. El Mar Argentino creció 35% porque pudimos demostrar la continuación biológica de la plataforma marina y es algo que el mundo hoy reconoce. Frente a esa mirada, el mismo día se organizó en La Rural una jornada promovida por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sobre innovación. Era el fetiche del artefacto: la innovación era los visores Oculus, la electrónica de consumo. En ese contexto, la innovación no tiene nada de creatividad ni de expresión de la cultura y saberes argentinos. Ahí la tecnología es un commodity que lo podés o no comprar y eso define si estás adentro o afuera”.

-Hay quienes señalan que el sector privado se beneficia muy fácil de esa inversión estatal en formación científica. ¿Es un problema real?

-El ministro Filmus logró que los ingresos al Conicet estén en uno de los niveles más altos, por lo que no se va la gente, sino que está creciendo. Pero sí cambia la proporción en términos de disciplinas. Hace algunos años había sectores que no tenían opción para desarrollar sus investigaciones más que en el ámbito público, pero hoy en el sector privado apareció una demanda de apoyo en el conocimiento. Eso es una buena y una mala noticia al mismo tiempo. Las billeteras digitales enfrentan desafíos computacionales y algorítmicos que son de frontera. Lo mismo en la biotecnología. Antes la industria estaba por detrás de la agenda de cualquier instituto científico; hoy algunas actividades están a la par o incluso por delante. El desafío es que ese rápido crecimiento no rivalice con la constitución de un sistema científico académico porque buena parte de ese crecimiento se hace a costa de perder gente con muchos años de trayectoria en universidades o el Conicet. Eso es por lo que tenemos que preocuparnos.

-El sector agrícola ganadero tiene mucho desarrollo tecnológico en semillas y vacunas de animales. ¿Pero cómo multiplicar el valor agregado después de la producción?

-Somos ejemplo en el mundo de una revolución en los procesos de generación de proteínas vegetales. No hemos logrado aprovechar esas proteínas verdes para generar proteínas animales que tienen mayor valor agregado. Para modificar esto hay que aprovechar los estímulos: frente a la Ley de Etiquetado Frontal, invertimos 1800 millones de pesos para que la industria encuentre alianzas con el sistema científico para modificar aditivos, componentes y procesos. Hasta ahora la ciencia sólo logró que los alimentos sean baratos, pero no nutritivos. Ahí el caso de la alianza de Conicet y Danone es paradigmático porque incorporaron un probiótico en el Yogurísimo, lo que implica que colectivamente hagan falta menos cantidad de antibióticos.

-Sobre el litio circula la afirmación de que hay que exportar baterías, no sal de a containers. ¿Qué tan fácil es eso?

-Para discutir cómo se reparten los beneficios del litio la llave es la tecnología. Sin eso, no vamos a poder tener una porción significativa de esta nueva torta alrededor del litio. Argentina tiene una ventaja casi más importante que tener el litio como mineral: existe una tradición extraordinaria en la química y una batería de litio es eso, un desafío químico. Tenemos que organizar ese conocimiento social distribuido para poder vincularlo con este nuevo problema. «