“Creo que va a ser muy difícil que la nueva hegemonía se defina en el palacio”, dice Fernando Rosso, periodista, co-fundador de La Izquierda Diario y columnista de Tiempo. Semanas atrás lanzó La hegemonía imposible (Capital Intelectual, 2022), un libro que busca desentrañar la incapacidad de los partidos argentinos para imponer su proyecto económico-político desde 2012. Para eso indaga en todos los gobiernos de la vuelta de la democracia, con acento en las últimas dos décadas.

“Después del impasse de la pandemia las calles vuelven a hablar. Tuvimos el movimiento de mujeres, el ambientalismo que frenó leyes en Chubut y Mendoza. La salida parece más radical o anticapitalista”, asegura.

-¿Qué es la hegemonía?

-Si bien hay muchos usos del concepto, el que más me convence viene de Gramsci. La hegemonía es algo que logra articular no solamente bloques ideológicos, sino también bloques políticos y económicos, sobre la base de determinadas relaciones de fuerza. Es algo más profundo que solo el convencimiento. Por ejemplo: el menemismo, a su manera, lo logró durante gran parte de su mandato y lo mantuvo hasta la crisis de 2001. Lo mismo el kirchnerismo original: logra que el desarrollo de un interés particular sea percibido como un interés general, lo que continúa hasta los meses posteriores a la reelección de Cristina, cuando rompe con Hugo Moyano y un año después con Sergio Massa. El período que se abre en 2012 hasta la actualidad es el de mayor imposibilidad de consolidar una hegemonía.

-La hegemonía menemista tuvo un final dramático con la crisis de 2001. ¿Por qué alguien como Macri, que venía con ideas muy similares, logra ganar la presidencia 15 años después del estallido?

-Logra ganar la presidencia pero no imponer una nueva hegemonía como Menem. Eso se demuestra por un elemento superficial: entró en crisis y no reeligió a pesar de haber revalidado en las elecciones del 2017. No era un proyecto que logró instalarse como hegemónico, porque nació de lo que Ignacio Ramírez llama “partidismo negativo”. O sea, se vota en contra del otro más que por la adhesión a un programa distinto a los momentos hegemónicos. Tras la crisis del gobierno de Cristina, empieza la discusión sobre un ajuste, sobre la “sintonía fina” y el impuesto al salario. Él dice “nosotros vamos a retomar la senda del crecimiento y vamos a volver al mundo” y gana con esa promesa que no llegó ni siquiera a instalarse.

-¿A Macri le faltó una gran crisis para poder ser hegemónico?

-Hay dos causas que pueden habilitar un momento hegemónico. Uno puede ser una gran crisis como la del ’89 donde al no encontrar una salida progresiva por izquierda la sociedad se resignó a un orden antes de ir hacia lo que parecía una disolución social. Eso también es consenso negativo, aunque las reformas del Estado, laboral y el endeudamiento vinieron acompañados de un crecimiento.

-¿Cuál es la otra causa?

-Un cambio en las relaciones de fuerza como en 2001. Las movilizaciones populares impusieron al régimen político determinadas condiciones para gobernar y habilitaron el primer momento hegemónico del kirchnerismo. Una crisis con devaluación y viento internacional favorable. El planteo de Kirchner era no reprimir la protesta social. Halperín Donghi dijo que el Estado pudo retener el monopolio de la violencia legítima a condición de no usarla. Después de que se reestablece la autoridad del Estado en 2008 sectores de poder buscaron retroceder.

-La “grieta” existe desde que los humanos viven en sociedad, ¿por qué el concepto aparece con más fuerza en los últimos años?

-Hay grieta cuando no hay hegemonía y cuando hay hegemonía no hay grieta. Si lográs cambiar relaciones de fuerza sociales tal vez la economía te empieza a responder. Si aplicás un ajuste como el de Menem o Thatcher tal vez llegan capitales a invertir. En los últimos años hubo un ajuste, los salarios perdieron 20% de poder adquisitivo desde el gobierno de Macri y una parte con Alberto Fernández, pero no termina de haber un shock como el que hubo entre 1998 y 2002 con la devaluación de Duhalde y además el contexto internacional no acompaña. El kirchnerismo no fue solo superciclo de materias primas, pero no puede explicarse sin eso.

-El bipartidismo parece estar en crisis. Massa fue una especie de árbitro en 2015 y podría suceder lo mismo con Javier Milei en 2023. ¿La proliferación de partidos y líderes hace más difícil la hegemonía?

-La disgregación es un elemento de los momentos de crisis orgánica o de la hegemonía. Gramsci plantea que cuando lo viejo no muere y lo nuevo no nace, emergen fenómenos aberrantes y tal vez Milei tiene algo de eso. No para asustarse, pero expresa parámetros políticos a los que no estamos acostumbrados. En las elecciones de 2021, la tendencia no fue a buscar la salida de centro y consenso que plantea el “círculo rojo”. Cuando Massa intentó algo de eso terminó volviendo al Frente de Todos. Se mantuvieron las coaliciones dentro del sistema de la grieta y algo se fugó a los extremos, a Milei y al Frente de Izquierda. Hay una mezcla entre pensar que algunas promesas están agotadas y el anti-todo, una sombra de 2001. Nunca se terminó de reconfigurar una forma de representación estable y nueva sino que fue un recauchutaje de viejos partidos.

-¿Alberto Fernández puede constituirse como un líder hegemónico?

-Yo lo señalo como el ejemplo de la no hegemonía. En el libro lo menciono como la “etapa superior” de la hegemonía imposible, porque pareciera como si tuviera una personalidad de la imposibilidad. Con esto no quiero decir que no pueda reelegir, pero parece difícil que consiga convertirse en hegemónico. Volviendo a los clásicos, sin economía no es posible la hegemonía. Alberto Fernández tiene un programa de ajuste y algunas pocas concesiones, un acuerdo del Fondo que es inflacionario y tampoco tiene las condiciones políticas para dar un giro. «