El día en que iba a jurar como presidente de la República, Alberto Fernández abrió la puerta del lado del conductor de su Toyota Corolla plateado. Estaba en el estacionamiento del subsuelo del edificio de Puerto Madero en el que tenía su departamento. Se había quitado el saco por el intenso calor de diciembre. Subió, puso la llave y prendió el motor.

Luego hizo el recorrido hasta el Congreso Nacional por Avenida de Mayo. Mientras manejaba el votante con una mano, saludaba con la otra por la ventana a las personas agrupadas detrás de las vallas puestas en las veredas. Era parte de un mensaje: soy un hombre común.

El presidente sigue dando clases en la UBA y a veces toma examen. Es un político que reniega de la majestad del poder. Como todo estilo, tiene luces y sombras.

Este rasgo fue uno de los motivos de debate y tensión dentro de los distintos sectores del oficialismo, luego de que se filtrara la foto del festejo del cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yañez. ¿Hasta qué punto la idea de que el jefe de Estado se mueva como uno más contribuyó? Por supuesto que el hecho sí, el festejo, es totalmente cuestionable. Ya se hicieron las críticas y se pidieron las disculpas.

La difusión de la foto fue una operación. Por eso incrementó el debate sobre los riesgos de manejarse como «un hombre común». Y la excesiva porosidad de la intimidad presidencial.

Una comparación muy exagerada: si Fidel Castro se hubiera movido como un hombre común, la CIA lo habría aniquilado en alguno de los más de 600 intentos de asesinato que sufrió el líder de la Revolución cubana por parte de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. No se trata de que un presidente peronista precise ese nivel de protección, pero un poco más de cuidado quizás sería aconsejable.  

Que la difusión de la foto haya sido una operación no quiere decir que se trate de una mentira. Es un operación política por el cálculo de difundir una imagen de hace más de un año cuando faltan pocas semanas para las elecciones. Quienes la guardaron durante más de 12 meses no son ingenuos ni tuvieron un objetivo periodístico. Adaptaron la noticia a los tiempos políticos para intentar un efecto electoral.

Hubo algo que no les salió bien. El cálculo era que para este momento la situación sanitaria fuese más compleja. El impacto social de la foto habría sido mucho mayor si en el momento en que se la  difundió se hubieran estando aplicando las restricciones que impidieran festejar cumpleaños con amigos. El que se haya hecho pública en un contexto de descenso de los contagios, vacunación masiva y una relativa normalidad en la vida social redujo su efecto sensible en la población. El presidente no está haciendo algo que los demás no pueden hacer. Lo hizo hace un año. Las personas tendrían que tomarse el trabajo de hurgar en sus recuerdos para encontrar ese momento de julio de 2020 y ver qué hacían y qué no.       

Esta es la segunda vez que el gobierno tiene un conflicto por una de esas transgresiones que todo el mundo entiende. Explicar los Panamá Papers es mucho más complejo que el cumpleaños de Fabiola o los vacunados vip. El caso del vacunatorio coincidió con un momento en el que el flujo de vacunas era mucho más entrecortado que el actual. Y el impacto fue mayor.

Hubo exageraciones en los análisis políticos sobre la foto. Se planteó una lapidación de la credibilidad presidencial. Bill Clinton tuvo su romance en los pasillos de la Casa Blanca con Mónica Lewinsky. Esto lo llevó a un juicio político que se desestimó porque los demócratas tenían número suficiente en el Senado. Y Carlos Menem tuvo cientos de aventuras sexuales durante su presidencia. En ambos casos, los éxitos o fracasos electorales se explican por otros motivos. 

Las transgresiones en el fuero íntimo tienen impacto porque son muy fáciles de comunicar. Todas las personas las entienden rápido. Pero su efecto electoral es debatible. Falta poco para que el voto popular brinde las respuestas a este y otros tantos interrogantes. «