Mario Wainfeld está ansioso. Quiere saber cómo le fue a su libro Kirchner el tipo que supo en su debut en las librerías. Pide en la editorial Siglo XXI información sobre la repercusión del que es su primer texto individual, cuya escritura demoró por distintas cuestiones, algunas fortuitas, como la oportunidad de sumar a su rol de editorialista en Página 12 un programa en Radio Nacional a partir de 2010, y luego una columna en TV para Duro de domar. Aclara que su objetivo fue escribir un libro “que redondeara lo que fue el desempeño de Néstor Kirchner en años que cambiaron la Argentina”.

“Yo no quise escribir un libro que fuera una respuesta o una crítica al gobierno de Mauricio Macri. Compararlo con la coyuntura actual es, en algún sentido, achicarlo, disminuir la magnitud de lo que ocurrió llevándolo a una discusión coyuntural con un gobierno que me parece muy malo pero que ni siquiera terminó, o sea, no admite punto de comparación”, aclara.

–En el libro citás una carta que Perón le envía a Evita el 13 de octubre de 1945 en la isla Martín García, en la que le promete que cuando recupere la libertad se casarían y se irían “a cualquier parte a vivir tranquilos”. Lo relacionás con lo aleatorio que tiene también la historia. Y muchas veces se escuchó decir que Néstor Kirchner, o el kirchnerismo, fueron un accidente de la historia. ¿Coincidís con esa mirada?

–No tengo una teoría de la historia pero tengo hipótesis menos pretenciosas (risas). Mi visión es que la historia combina determinantes estructurales que son muy fuertes, determinantes económicos, culturales, de tiempo, con espasmos de surgimientos de lo imponderable, que se combinan de una forma u otra. Si Kirchner amaneció en la Argentina y Evo Morales estuvo en Bolivia, y el Frente Amplio en Uruguay, y Correa estuvo en Ecuador, y el PT tuvo a Lula, no es tan exótico que haya estado el kirchnerismo en la Argentina. O sea, hay un tono de época que es muy fuerte que tiene que ver con una cantidad de cuestiones que generan condiciones para que algo como el kirchnerismo pudiera amanecer. Ahora, ¿eso tenía que suceder inexorablemente? Tampoco creo. En el relato de la anécdota está el episodio de Carlos Reutemann, alguien que podría haber ganado las elecciones si no hubiese sido tan necio de no querer, o tan cuidado. Y lo que yo añado es: si hubiera ganado Reutemann, no habría hecho lo mismo que Néstor Kirchner, habría sido un gobierno más cauto, más convencional, no habría sido lo mismo. O sea que la llegada misma de Néstor Kirchner es una carambola de la historia. Yo tomo esa carta bellísima y sugestiva de Perón a Evita y digo: si Perón armó todo para que hubiera un 17 de Octubre, cómo puede ser que el 13 pensara que no tenía ninguna chance; es asombroso, pero lo debía pensar. Y a la vez, pudo no haber pasado.

–De hecho, Néstor Kirchner no imaginaba disputar la elección de 2003.

–Kirchner pensaba que no podía llegar hasta el 2007 y todavía era voluntarista pensando en que iba a llegar en el 2007. Entonces él podía no haber llegado. Y creo que hay varios sucesos imponderables que tienen bastante de azar que influyeron de una forma u otra. Entre otros, la tragedia de Cromañón y el consiguiente derrocamiento de Aníbal Ibarra, que pone fin a la transversalidad. O sea, sin Ibarra no había transversalidad; con Ibarra podía haber una fórmula transversal, creo que la hubiera habido y ahí es un imponderable. Otro: Cobos y las retenciones móviles. El gobierno podría haberlo manejado de otra forma y no generar tanto antagonismo y en el extremo podría haber evitado que Cobos votara. Ahí hay un poco de azar, es bastante difícil estadísticamente el empate, y se da también la falta de voluntad del kirchnerismo de mover a uno de sus senadores para que Cobos no vote. Lo cuento en el libro. Ahí creo que hubo mala praxis o un error táctico. ¿Para qué agrandar a un adversario? Así que el imponderable creo que existe, que la llegada de Néstor Kirchner fue una carambola virtuosa de la historia. En términos futbolísticos, es como ese tiro definitivo en el que la pelota pega en el poste, recorre la línea y entra o no. También la muerte de Néstor Kirchner y de Hugo Chávez son golpes de una tremenda gravitación que uno podría inscribir en la pelota que no entró.

–Mencionás la transversalidad y te pregunto si al promover hoy un Frente Ciudadano, Cristina no está a buscando reeditar aquel proyecto original de la transversalidad.

–Kirchner siempre quiso transgredir, superar los límites del peronismo, y al final no lo consiguió. O sea, lo fue consiguiendo en parte, arrastró al peronismo a decisiones asombrosas para su cultura. En el libro señalo a la pasada que los senadores peronistas votaron la ley de Matrimonio Igualitario –conociendo su mentalidad– en el 65%… y, ¿ cuántos lo consideraban importante? El 2 por ciento. Entonces, ¿por qué votaron? Bueno, por liderazgo político, por pragmatismo, por lo que fuere. Kirchner en buena medida debió rebuscarse, resignarse, y luego CFK, a hacer un gobierno progresista de contenidos nacional populares y hasta de izquierda moderada pero nítida, comandando una fuerza que es de centroderecha. Pero siempre quiso transgredir esos límites. Lo quiso con la transversalidad, con la Concertación, siempre se buscó y no se consiguió. No me arrepiento de no haberlo escrito porque es una especulación, pero me pregunto: ¿se puede construir una fuerza nacional popular sin el peronismo en Argentina? Me parece muy difícil. Y si se construye sin el peronismo, ¿se le puede dar al peronismo un rol secundario? Y eso es más difícil de responder. Me parece que las comparaciones se dificultan porque una cosa es la coalición formada desde el gobierno y otra es la coalición opositora, este es todo un dilema que tiene el kirchnerismo. Como el peronismo, tiene toda una historia de gobierno, ahora tiene una historia en la oposición. Un frente así, tendencialmente tiene que ser más pretencioso y ambicioso en términos de convocatoria.

–En tu libro decís que al kirchnerismo le costó compartir el capital simbólico. Una crítica que se escuchó adentro del FpV en estos años es que los Kirchner eran poco generosos con los propios. ¿Sentís que ese rechazo que hoy expresan sectores que los acompañaron viene del resentimiento?

–Imagino que hay varios sectores o vertientes que critican, que cuestionan y cada uno tendrá sus razones. Una parte de la discusión puede ser la acción de gobierno. Todo lo que está a la izquierda real del kirchnerismo, que es una izquierda que existe aunque no tiene gravitación para ganar elecciones, tiene una serie de reproches consistentes. Ahora, la otra, la de los más cercanos: yo creo que hay casos concretos en los que no se compartió el capital simbólico que en mi visión es algo relativamente sencillo y económico para quien tiene el gobierno. Entonces, cuando Kirchner no menciona a Alfonsín el 24 de marzo de 2004 (en la ESMA), para mi gusto comete un error en términos históricos: ese reconocimiento debió existir. Segundo, me parece que comete un error práctico porque me parece que con eso hubiese dejado contento a Alfonsín y muchos radicales, y el crédito de todas formas era del que tomaba la medida. Creo que no hubo un reconocimiento a la CTA cuando se implementó la AUH, que tenía un recorrido muy fuerte y esto no se hizo. Creo que hay una cierta avaricia, y cada actor lo mira como quiere. Pero en términos más generales, a mi gusto al kirchnerismo como cultura política le faltó la idea de que la política, en parte, es tener un conjunto de encuentros, reuniones, circunstancias, en las cuales no se deciden cosas fundamentales pero los temas discurren, se concede un espacio, un poco de escucha al que se sienta a la mesa. Le faltaron hectolitros de café y de mate, y toneladas de asado. Y eso no cuesta tanto. Lo que para mí es más serio es que esa cultura permeó para abajo. Uno puede decir, la presidenta tiene muchas cosas que hacer, pero si los ministros también hacen lo mismo, los secretarios hacen lo mismo, los referentes también y nadie atiende el teléfono, y sí, se genera algo. Ahora yo no voy a hacer una especie de soberanía del no recibido. Los que son senadores y dicen, a mí me maltrataron; bueno, usted es senador y tiene una responsabilidad con los ciudadanos a los que representa, no con la personalidad que lo maltrató. ¿Vos votás el acuerdo de los fondos buitre porque no te recibieron en un quincho? Bueno, sos un canalla.

–Cuando llegó al gobierno, Kirchner estaba obsesionado por legitimarse. ¿Cuándo te parece que lo consigue?

–Lo sistematizaría en dos vectores: uno muy fuerte es toda la cuestión económica. Lo que Néstor Kirchner tenía muy claro es que había que generar trabajo, mejorar la situación económica de los argentinos, que había que producir satisfacción. Algo de lo que “supo” Kirchner, que es donde va el título del libro, es comprender la hondura de la crisis argentina, que no solo era de desfinanciamiento del Estado, de deuda, sino que era una profunda crisis emocional, cultural, en la cual la apatía y el abatimiento eran ingredientes muy fuertes. Y eso se sacaba con ciudadanía, y ciudadanía es vivir y trabajar. Para mí que Néstor Kirchner tenía la sensación de que había que tener una recuperación económica muy fuerte y que esa recuperación debía necesariamente significar una redistribución del ingreso a través de los trabajadores. Prolijamente al revés que el macrismo ahora. El segundo, una crisis de autoridad. Argentina no tenía autoridad ni orden. Kirchner era un tipo de orden, creía que tenía que haber un orden político, una autoridad política y, en ese sentido, contra lo que pensaban algunos de sus críticos más acendrados que le reprochaban que se metía en muchas confrontaciones, lo que tenía como idea es que la autoridad se discutía enfrentando lo que había desacreditado a la Argentina y lo que había dañado a los argentinos. Por ejemplo, los organismos internacionales de crédito, la banca en general, el menemismo como cultura y también la dictadura. Todas las medidas que tomaba, que demostraban poder, para mí lo fortalecían. Esto nunca lo hablé con él, es una lectura caprichosa, pero creo que en un momento era tal la necesidad de autoridad de la Argentina que casi cualquier medida que se tomara con autoridad validaba al presidente. Todos dicen que Néstor Kirchner hizo un acto de oportunismo al apegarse a la bandera de los Derechos Humanos cuando en realidad todo el sentido común previo a él decía que esas medidas eran piantavotos. Ahora, en un momento cuento: Néstor Kirchner le hace bajar al general (Roberto)Bendini el cuadro de Videla y consolida su autoridad. ¿Y si le hubiera hecho enmarcar el cuadro? Es un ejemplo de ficción, pero yo creo que también la hubiese consolidado. Ahora él elige el camino. Él quiere consolidar la autoridad y la llena de contenido. Lo de la Corte también es consolidar autoridad y va muy pegada al tema de los Derechos Humanos. Tan es así que, cuando habla con los miembros de la Corte, les pide específicamente por dos temas: Derechos Humanos y corralito.

–¿Qué le faltó?

–A mí me parece que hay algunas cuestiones que son errores. Para mí, el del INDEC es el más serio, es autocointradictorio, destruye una entidad estatal, y va contra las premisas básicas. El diferendo con Uruguay por las pasteras también fue muy chocante y se manejó mal para mi gusto. También creo que se manejó tácticamente mal el conflicto con las patronales agropecuarias. El gobierno tenía una parte de razón pero se manejó mal, perdió aliados rápido, hay errores políticos severos. Ahí pasó algo importante que es el primer conflicto que el kirchnerismo pierde. Después recapacita y forma coaliciones parlamentarias interesantes, políticas, sociales y culturales con la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Medios. En general, me parece que más que estos errores o contradicciones específicas hay una especie de agotamiento de los límites de lo que se llamó el modelo, del uso de determinadas herramientas e instrumentos que dejan de tener la eficacia que tenían. Ahí es donde aparece la idea que los gobernantes, los técnicos de fútbol no deben olvidar: que la táctica está al servicio de una estrategia o un objetivo, y no te podés enamorar de tus herramientas y no de tus objetivos. El superávit fiscal, la autonomía del Central, los subsidios, el modelo industrial. Creo que lo que más hay que repensar, sobre todo en términos de postularse como alternativa, es: los objetivos son los mismos y son muy buenos. Creo que habilita mucho a ser compartidos por una mayoría altísima. Los instrumentos hay que revisarlos. «