La fila de autos, camiones y colectivos es una serpiente emplumada sobre el gastado asfalto de la Ruta 9. Los bólidos duermen una siesta rutera obligada a la altura de Purmamarca. Nos custodia la Quebrada de Humahuaca con sus cerros de siete millones de colores. Hay que caminar un kilómetro para llegar al cruce con la Ruta 52 que lleva a las alturas eternas del Paso de Jama. Antes del mediodía, el viento todavía es helado, te puede cortar la cara como una navaja. Gomas, maderas, chapas y un cartel que grita en prolija letra imprenta: «Dicen que los del Norte somos callados, pero cuando nos joden nos levantamos». Cuánta razón.

A la altura de la coqueta y turística Purmamarca se erige uno de los 20 cortes que se mantienen activos en Jujuy. Es uno de los corazones que bombea resistencia popular y originaria. El Jujeñazo es también, y sobre todo, la lucha sempiterna de las comunidades indígenas.

Foto: Eduardo Sarapura
Foto: Eduardo Sarapura

Cinco siglos igual

Ismael es un pibe nacido y criado en la comunidad de Chalala. Lo cruzo cerca de un fueguito que calienta a los hermanos y hermanas que llegaron desde la Puna profunda. El estudiante de sonrisa clara como un salar del Altiplano milita la causa del Malón de la Paz que nuclea a los pueblos indígenas: «Muchos días de corte, hermano, pero vamos a seguir resistiendo. Morales hizo todo sin consultar nada a las comunidades con la reforma constitucional. Un totalitario y corrupto.» El pibe tira una maderita para alimentar las llamas y después dice que en las comunidades hay miedo: «Van a llagar las mineras para sacar el litio, ya sabemos lo que hace la megaminería, se llevan todo y destruyen la tierra. ¿Dónde están los derechos de las comunidades?» El viento responde con el silencio de la quebrada.

Una bibliotecaria canta carnavalitos combativos en el corte. Se llama Mabel Cruz. Se gana el pan de cada día en una escuela de Maimará. La señora Cruz se unió al paro el pasado 5 de junio: “Nunca había hecho un paro en 17 años, pero sentí que nos estaban tomando el pelo con nuestros salarios, no se aguanta más.” Sueldos miserables paga el gobierno cambiemita, con básicos que no cubren ni la mitad de una canasta básica: «La situación en la Quebrada está muy complicada. Para alimentar a la familia hay que tener más de un trabajo. Yo hago dos turnos. Tengo hijos que estudian, no alcanza. A Morales no le importa, porque vive encerrado en su mansión». Mabel dice que las noches son frías, heladas en la quebrada: «No es fácil, no queremos estar acá, no queremos que la gente se quede en el auto tantas horas esperando que se abra la ruta, pero es la forma que tenemos de hacer visibles nuestras luchas. Ahora estamos calentando agua para repartir entre los camioneros. Todos apoyan nuestra lucha, que es la del pueblo, los de abajo.» Al despedirese, la bibliotecaria le recomienda a Morales leer «Operación masacre» de Walsh: «Por ahí el gobernador aprende lo que son las luchas del pueblo. Pero no creo que pase del prólogo. ¿Qué sabrá Morales de cuidar la tierra y vivir dignamente?»

Foto: Eduardo Sarapura
Foto: Eduardo Sarapura

Pachamama

Rodrigo tiene 17 años. Es estudiante y en las horas libres ejercita el sabio oficio de escultor. Forja en sal bellísimas llamitas, cardones y soles: «Las vendo para dar una mano en casa. Somos de la Puna, cerca de las Salinas. Está todo muy duro acá. No hay futuro para los jóvenes y el Estado no da una mano. Nunca dio una mano.» En su familia suman cuatro ingresos, pero no arañan loas 150 mil pesos entre los cuatro aportes: «Encima ahora se quieren robar la Salina, nuestra tierra, lo que nos da de comer. Ellos hacen negocios, a nosotros nos dejan con hambre».

Desde la comunidad de Colorado se arrimó el pasado viernes al corte la señora María. Sabia cocinera, al mediodía pela papas, pica cebolla y sala unos poquitos pedacitos de carne. Delicioso guiso que va a dar de comer a los comuneros. María es generosa como la Pachamama: «Venimos para defender nuestra tierra, la que nos alimenta, la que nos deja criar ganado, plantar y vivir en paz. Ellos sólo la ven como un negocio, pero es otra cosa, es vida.» La señora fue herida en la salvaje represión de los cosacos de Morales: «Me dieron con una bala de goma en la pierna. Tuve miedo, pero no voy a aflojar.» Antes de despedirme, le pregunto lo que sintió cuando avanzaban los milicos: «Tuve miedo, pero pensé, es vivir o morir. Esta es la tierra de mis abuelos, de mis padres, de mis hijos, de mis niestos. Como dice nuestra canción: libres o muertos, pero jamás esclavos.»