La Unidad de Información financiera ha vuelto a dar impulso y seguimiento a todas las causas de apropiación de bienes y lavado de activos con respecto a los delitos de lesa humanidad.

Historia. Era Julio de 1976, vivía en la Residencia Universitaria, “San José”, en la Abadía de San Benito, en Villanueva 961. En ese entonces, compartía la habitación con mi hermano mayor y nos entraron ganas de cenar. Caminé por Maure giré en Cabildo buscando una pizzería en el momento que cruzaba un patrullero. Los agentes llevaban armas largas que sobresalían de las ventanillas. Me llamó la atención, miré, pero seguí caminando.

Tenía 18 años y muy poca experiencia política. El patrullero dio la vuelta manzana y me encerró al llegar a la esquina. Bajaron a los gritos y me detuvieron por el único hecho de ser joven. Me llevaron a la comisaría de las inmediaciones, en la calle Cabildo, me desnudaron, encontraron una libretita con direcciones de mis amigos y me preguntaron sobre cada nombre escrito allí. Les llamaba la atención que además de Derecho estudiara Periodismo. El interrogatorio fue intenso y acuciante. Les dije que no tenía militancia partidaria. Pero seguían. Finalmente, me dejaron hacer un llamado a “Monseñor Maglioco” a cuyo cuidado estaba la residencia y, cuatro horas después, me dejaron ir. Salí a la calle asustado y conmovido por lo que acababa de vivir.

Ningún heroísmo. Este tipo de experiencias, producto de la barbarie, fue común para muchas y muchos ciudadanos argentinos durante los abismos del proceso militar, y debemos ahondar en torno a las mismas para vivificar el recuerdo permanente de la dictadura cívico-económico-militar pues la repetición incesante de heroísmos o martirios hace, a veces, que las conciencias se retraigan ante el horror y el dolor. La mayoría no fuimos héroes y tuvimos mucho miedo. Pero lo que es seguro, es que nos dimos cuenta de lo que estaba pasando.

Conciencia que se acentuó cuando entré como pinche a un Juzgado de sentencia de menores, en 1977, y pude ver las colas en las Embajadas y en los Tribunales para presentar habeas corpus. Recuerdo algunos abogados que admiraba cuando presentaban esos habeas en la mesa de entradas del Tribunal: David Baigún, Ventura Mayoral y otros que se desvanecen en mi memoria.

Ningún funcionario o empleado judicial, de Juez a meritorio, puede dudar de lo que pasaba en el país. Era un muro que se levantaba en la conciencia de muchos argentinos.

Con el correr de los años me encaminé en el estudio de los delitos económicos y nunca pude, por los avatares de la vida, enfrascarme en los crímenes de la dictadura, quizá por el enorme dolor del muro de mi conciencia.

Mientras trabajé, hasta el año 2015, en la Unidad de Información Financiera tuve oportunidad de abocarme a las causas sobre apropiación de bienes de desaparecidos y el lavado consecuente, así como en la financiación del terrorismo desplegado por los militares prófugos. Tarea esta que permitió la detención de una veintena de ellos.

Vuelto a la UIF y formando parte de la gestión de Carlos Cruz ˗ con quien compartimos tareas en el Centro de asuntos y estudios penales del Banco Central (dirigido por Baigún), durante el gobierno de Raúl Alfonsín˗ hemos decidido volver a dar impulso a todas las causas de apropiación y lavado de bienes de detenidos – desaparecidos. El “botín de guerra” me permite retomar aquella experiencia, trunca a partir del 2016, y me reconcilia con la investigación de ese otro hueso duro de roer: la criminalidad económico financiera.

Lo que posiblemente falte es terminar de disolver los muros que las conciencias de muchas y muchos ciudadanos argentinos levantamos ante un terror que, cuando miramos cara a cara, nos devuelve en el espejo aquella imagen de nuestro propio rostro aterrado.