“Esperalo que está festejando lo de San Lorenzo”, pide un asistente de Leandro Santoro. Hace unos minutos el legislador porteño se sumó a la marea azulgrana que festeja la vuelta a Boedo en las puertas del parlamento porteño. Hincha del Ciclón, el legislador se disculpa por la tardanza y porque aprovecha la entrevista con Tiempo para almorzar una ensalada. La campaña que se lanzó ayer en Costanera no da respiro. No es la primera vez que Santoro, con origen en el radicalismo, se pone el traje de candidato, pero sí es su debut como cabeza de lista.

“Tenemos que ser más creativos, la izquierda en términos culturales tiene un déficit de creatividad y estamos tratando de resolverlo. El problema no es tanto cómo comunicamos sino lo que tenemos para decir. Hay nuevos desafíos”, dice rodeado de imágenes de Cristina y Néstor Kirchner, de Raúl Alfonsín, de los Ramones y también del Indio Solari, que firmó un pintura que cuelga de una de las paredes de su oficina.

La Ciudad es uno de los territorios más hostiles para el peronismo: el PJ ganó allí solamente una elección desde la vuelta de la democracia. Fue con Antonio Erman González, y durante la presidencia de Carlos Menem. “Es difícil comparar el peronismo de los ’90 con este peronismo. Cuando empecé a militar, el peronismo era neoliberal, era el consenso de Washington, los indultos. En la facultad no había peronistas, eras radical o eras trosko”, recuerda.

–¿La Ciudad es un distrito antiperonista?

–No. Creo que hay sectores que son antiperonistas pero es una ciudad plural, diversa y que contiene muchas identidades. El jefe de Gobierno logró contener muchas identidades, algunas que son antiperonistas y otras que no.

–Al tener origen en el radicalismo, ¿considera que puede llegarle al votante no peronista de otra manera?

–No creo que influya de ninguna manera. En todo caso son las formas, las ideas y el estilo. Podés venir del radicalismo y generar rechazo en un sector de la sociedad y eso tiene que ver con vos, no con tu origen. Es una simplificación creer que la gente solamente vota por la etiqueta del partido en donde empezaste a militar. Hablaría muy mal de nosotros como sociedad.

–¿Por qué le cuesta al progresismo ganar en la Capital?

–Después de que el radicalismo pierde la Ciudad no hubo proyecto local. La UCR lo tenía con aquel De la Rúa, con aquel Suárez Lastra y con Enrique Olivera. Ellos pensaron un proyecto de ciudad que originó la descentralización y el énfasis en la cultura. Aníbal Ibarra emerge de ese proceso. Cromañón derrumba ese paradigma y la derecha reinterpreta muy bien la crisis de 2001. Macri hizo con la centro derecha lo mismo que Néstor con la centro izquierda, construyó un espacio político efectivo y eficiente que logró interpelar un montón de sensibilidades que incluyen a la derecha pero que la exceden. Incluso Larreta pudo contener parte de la identidad progresista. ¿Cómo podemos recuperar la Ciudad? Discutiendo el paradigma de ciudad que ellos tienen, no discutiendo los candidatos.

–¿Cuáles serían los ejes de esa discusión?

–La discusión es si queremos que en donde hay un parque público haya una torre, si queremos seguir enterrando todos los días 6 mil toneladas de basura del otro lado de la General Paz, si queremos que todos los años baje un punto el presupuesto educativo o si nos vamos a hacer los tontos con la falta de una política ambiental profunda. Si avanzamos en ese debate, vamos a poder sumar un montón de gente que no es radical ni peronista.

–¿Por qué es necesario buscar ese voto?

–Hay una foto vieja de la política. El voto radical y el voto peronista no deben representar más del 25% de la sociedad. Por lo menos hay un 70% de la población que no se considera de ninguna forma. Hay que ver cómo convocamos a las chicas y a los chicos. Hay que escucharlos y hacer de la sensibilidad una consigna, sentir más Buenos Aires. Tenemos que ser más creativos, la izquierda en términos culturales tiene un déficit de creatividad y estamos tratando de resolverlo. No me refiero a la comunicación, que es otra cuestión a solucionar. El problema no es tanto cómo comunicamos sino lo que tenemos para decir. Hay nuevos desafíos.

–¿Cómo cuáles?

–Hay que repensar el Estado de Bienestar, no puede ser que las consignas de los ’70 y ’80 sirvan hoy. Creo en la necesidad de plantear una democracia comunitaria, que no es lo mismo que plantear una democracia comunista. Tenemos que darle un rol a lo público y otro a lo privado, no es una cosa o la otra. Hay que plantear una nueva convivencia entre el mercado y el Estado, plantear nuevos equilibrios. Esa discusión es la que va a definir una nueva identidad del progresismo y la centro izquierda en América Latina.

–A pesar del marcado declive de la clase media, pareciera que la Educación Pública y la Salud Pública no son prioritarias para la mayoría del electorado capitalino. ¿Tiene sentido seguir abordando esos temas?

–Nosotros no discutimos la Salud y la Educación sino algo mucho más importante que son los bienes públicos y el Estado. Tenemos que atender las dos realidades, no imponerle a la clase media la idea de que todos tienen que mandar a sus hijos a las escuelas públicas. Como consecuencia de los cambios culturales que vivimos en los ’90 y durante el macrismo, hay un sector que percibe que es un fracaso personal tener que mandar a sus hijos a la escuela o salud pública, entonces hace un esfuerzo enorme para pagar un colegio. No es solamente, como se dice, porque “hay menos paros”, sino que hay algo del status que tenemos que identificar.

Foto: Pedro Pérez

–¿Cómo se resuelve?

–A largo plazo el trabajo debería ser una escuela pública de tan buena calidad que nos parezca insensato pagar una escuela o una prepaga. Pero en el corto plazo tenés que entender que quiere mandar a sus hijos a una escuela privada pero no está de acuerdo con que la escuela pública esté tan degradada. Muchos de los problemas que tiene la Ciudad no tienen demanda para corregirlo, quedan ahí. Es una de las ventajas de Larreta.

–¿Es una ventaja para el peronismo que Lousteau esté dentro del oficialismo a la hora de sumar votos?

–Es más bien un sinceramiento. En 2015, hicimos la campaña diciendo que Lousteau era Larreta con peluca, porque el modelo de ciudad y de país que tienen es el mismo.

–El oficialismo tiene mayoría simple y hasta hace dos años tenía, con sus aliados, mayoría absoluta. ¿Cómo es la discusión de proyectos en la Legislatura?

–Son muy inteligentes y tienen la ventaja de que la sociedad no se entera de lo que ellos no quieren que se entere. Se votaba lo de San Lorenzo y quisieron meter lo de IRSA, les complicó la fiesta un juez. Pero la idea era decir “San Lorenzo, San Lorenzo, San Lorenzo” y les hicimos caer un negocio millonario a los amigos. Son muy cuidadosos en los modales y eficientes en los objetivos que se proponen. Ellos dicen que estamos a siete diputados de ser Venezuela, pero acá estamos a un legislador de ser Pyonyang, la capital de Corea del Norte. El poder absoluto que tienen demuestra que pueden hacer cualquier cosa. Por eso se valieron de que tenían la mayoría absoluta, y en la última sesión de diciembre de 2019 aprovecharon para vender Costa Salguero y más de 60 inmuebles.

–¿Cuál es su principal proyecto para la Ciudad?

–El shock educativo, necesitamos educación inicial y estimulación temprana. Tenemos que poner la plata en jardines de infantes que dependan del Ministerio de Educación y no de Desarrollo social como hasta ahora. Tratar de llevar el sistema a la doble escolaridad obligatoria y repensar los contenidos. No hay ley de Educación en la Ciudad. Hay que tener un plan de saneamiento ambiental para ver qué hacemos con la basura, hay que plantar 10 millones más de árboles, ver cómo creamos espacios verdes. Haría lo contrario a lo que hace Larreta: en vez de vender tierras públicas, compraría baldíos para hacer plazas.

–¿Larreta se quedó con la bandera de la Educación?

–La discusión acá es cómo nos imaginamos el futuro. Hablaron en contra de la virtualidad, pero no dijeron cómo iban a recuperar las horas de clases que se perdieron. Más que interesados en la Educación, estaban interesados en ver si podían indignar a los padres para que los vean como los defensores de un valor que no sostienen. Hay mucha sobreactuación de la gestión pública. Hace falta más sinceridad y más amor, si no le ponen amor a la gestión no se va a lograr nada. «