Miguel Ángel Pichetto es un hombre del poder. Desde 1993 transita los pasillos del Congreso de forma ininterrumpida, primero como diputado y, desde 2001, como senador. Siempre, salvo entre 1999 y 2001, fue oficialista. Defendió los proyectos del kirchnerismo hasta el último día como presidente del bloque del FPV. Lo hizo incluso luego de la derrota electoral y con la misma vehemencia que, en 1997 y como vice del bloque del PJ en Diputados, defendió aquella reforma del Estado menemista. Luego del 10 de diciembre de 2015, fue uno de los primeros en plantear al peronismo como dador voluntario de gobernabilidad en los primeros días de Macri en la Rosada.

Sus cuestionamientos a las políticas migratorias no son nuevos. Todos aquellos que le hayan prestado atención a la actividad parlamentaria en estos últimos 20 años lo saben. Chinos, senegaleses, peruanos, bolivianos, uruguayos y paraguayos estuvieron en su blanco. Siempre aclaró que lo hacía «sin estigmatizar y sin caer en la xenofobia».

El dirigente nacido en la provincia de Buenos Aires, que se recibió de abogado en La Plata, y que tiene domicilio en Río Negro desde 1976, recurre siempre a dos frases a la hora de discutir la cuestión migratoria: ”Este es el gran debate que se tiene que dar la Argentina», es la primera. «Argentina es un país muy generoso», la segunda.

Pese a la contradicción ideológica, Pichetto fue, junto a su par de la Cámara de Diputados, Agustín Rossi, una de las mejores espadas del kirchnerismo en el Congreso. El senador –concluirá su mandato en 2019– es un artesano de la construcción política que siempre prefiere poner la otra mejilla a dar un portazo. Por eso, pese a que nunca tuvo el apoyo explícito del kirchnerismo en su carrera para ser gobernador de Río Negro, jamás se alejó del espacio. En el segundo período de Cristina, como jefe de la bancada oficialista en el Senado, sus referencias a los senegaleses que ingresan «como refugiados» y a los que no se les conoce «actividad lícita» fueron recurrentes. En distintas oportunidades, en medio de debates por seguridad, reforma del Servicio Penitenciario, o por el funcionamiento del Poder Judicial y el control fronterizo, Pichetto expuso su pensamiento sin miramientos. Siempre se pronunció a favor de endurecer las políticas migratorias.

Con 66 años y ya cerca de su retiro político, nada de lo que haga Pichetto puede parecer ingenuo. Las declaraciones de esta semana no sorprenden por su contenido, pero sí por su tenor, con base en un supuesto y peligroso sentido común.