Esperaron el momento preciso. El tiempo era clave, porque había que extremar la sincronización de una tribuna repleta de hinchas. No es nada sencillo, salvo cuando hay autoridad. Y en la grada sur del Coloso la había. El objetivo era que la bandera de Los Monos, que medía 40 metros, se desplegara después de que los jugadores de la Selección nacional, encabezados por Lionel Messi, y las glorias deportivas de Newell’s, el presidente de la Asociación de Fútbol Argentino, Claudio «Chiqui» Tapia, posaran para los fotógrafos. Primero se extendió en la tribuna una bandera rojo y negra con la sigla R11, en honor al homenajeado: Maxi Rodríguez. Mientras la tela gigante se enrollaba comenzó a desdoblarse otra que tenía tres dibujos alegóricos: un mono con lentes, un pollo y un toro. Había también un mensaje: «Nosotros estamos más allá de todos».

Los canales de TV de todo el mundo mostraron la insignia gigantesca de la más conocida banda criminal del país, con la cara caricaturizada de Guille Cantero, que a esa hora estaba encerrado en su celda en el penal de Marcos Paz. No pudo ver en directo esa demostración de poder que desde hacía tiempo pretendían concebir, sino después en unos videos que le mandaron a su celular. «Se cagaba de risa», contó una mujer que lo visita con frecuencia. Nadie se había animado en la Argentina a tener ese grado de exposición manifiesta de manera intencional. Guille Cantero se reía de todos. Se burlaba. Lo hacía también con uno de los jugadores más famosos del mundo en la cancha.

«Nosotros estamos más allá de todos», el texto de la bandera, fue pensado por él. Ese mono con lentes, que medía el doble de las otras dos caricaturas, la de sus socios Leonardo «Pollo» Vinardi y Carlos «Toro» Escobar, estaba por encima de todo. Quería demostrar que podía hacer lo que quisiera, porque no tenía nada que perder. Sabía que iba a estar toda su vida en la cárcel, y que el afuera de alguna manera le pertenecía, como si fuera el histriónico Joker.

La barra de Newell’s era el imperio de Guille Cantero desde hacía más de una década. Era un negocio más, como si formara parte de una paleta de inversiones. El amor por el club no existía en lo más mínimo. Ni una gota de pasión intercedía en la administración de las tribunas. La gerencia de la barra era a su manera, con unas cuotas de caos y muerte, como todos los negocios que emprendía. La muerte y la violencia fueron una dinámica furiosa. Guille Cantero empezó a dominar a través de sus delegados las tribunas de Newell’s, pero con el estilo y los métodos que aplicaba en su negocio narco. Las lealtades se rompían a cada momento y la desconfianza coloreaba las relaciones. Por eso cambiaban los nombres y los ataúdes. La llegada de Los Monos a Newell’s dejó sólo sangre y más dinero: en 2016 cinco crímenes se gestaron en torno al liderazgo de la tribuna.

El fútbol es escenografía de un negocio que se nutre del combustible de la pasión, con un ejército incondicional en el que se trastornan los roles de pibes dispuestos a matar por los colores, que terminan por alimentar a las mafias organizadas en torno a la venta de droga. Así lo entendió el fiscal Sebastián Narvaja, que abrió una investigación desafiante para bucear en este entretejido bajo la amplia figura de asociación ilícita.

Las barras de Rosario Central y Newell’s se enredan para rediscutir los liderazgos, que siembran interrogantes y aportan sorpresas: ¿puede el jefe de la barra canalla manejar o tener influencia a través de terceros en la hinchada leprosa? El negocio narco decolora las pasiones. Y las fuentes coinciden en que con la venia de Los Monos, Andrés «Pillí»” Bracamonte –histórico jefe de la hinchada de Central– no sólo ejerce desde hace casi dos décadas la hegemonía de la barra canalla sino que gerencia la «contraria», la rival, como es la de Newell’s.

Esa es una hipótesis que comparten en el Ministerio de Seguridad, en la Justicia y también policías que conocen el paño por dentro y por fuera. Una vieja foto del cumpleaños de 15 de Mariana Cantero, hermana menor del clan, que figura en el expediente 913/12, ilustra como una especie de prólogo lo que vino después. En el salón Posta 36, sobre las barrancas del Paraná, posaron para el fotógrafo sentados en la misma mesa Pillín, Mariano Ruiz, considerado uno de los lavadores de dinero de los Cantero; y Daniel «Teto» Vásquez, histórico barra leproso, que también está pegado al narcotráfico como uno de los proveedores de droga de los Monos. Esa instantánea de la mafia unida, en esa fiesta que Los Monos pagaron en 2012 con cajas de billetes ajados de 10 y 20 pesos que provenían de la recaudación de los búnkeres, se trasladó luego a ambas tribunas, donde se le rinde homenaje a los caídos, como a Claudio «Pájaro» Cantero en el Gigante de Arroyito, con una bandera que incluyó una frase épica: «Dios le da las peores batallas a sus mejores guerreros». O un trapo enorme que colgó la barra de Newell’s con el rostro pintado de Daiana Cantero, la hija de Pájaro, que falleció en 2020 en un accidente cuando iba a visitar a su tío Guille, detenido en Rawson.