Desde aquellos años ochenta, en los que Carlos Timoteo Griguol se convertía en el técnico distinto, el Maestro se lamentaba dolorosamente frente a sus íntimos respecto a la maledicencia de ese periodismo que, por obligación o convicción, denostaba su trabajo.

Uno de los propósitos de este libro es que, a quien sea que llegue un ejemplar y no haya sabido de las infamias cometidas en contra de Griguol y Ferro por Clarín, se desasne no ya por lo que exprese esta escritora sino por los referentes calificados.

Cuando le propuse el convite a Víctor Hugo Morales, le pareció una excelente idea. Mediante mi amigo y su productor Julián Capasso, al día siguiente estábamos sentados frente a frente. Se podría decir que su altura física es inversamente proporcional a su divismo y opinó que era fantástica la iniciativa de contribuir a la reivindicación del Ferro de los 80.

Voy a cometer una digresión para contar el momento en el que conocí a Víctor Hugo. Fue el 2 de abril de 1982, el día que empezó la Guerra de Malvinas. Yo promediaba mi último año de la carrera de Periodismo en el Círculo de Periodistas Deportivos a la par que, junto a un grupo de compañeras, comenzábamos un programa en Radio Antártida. Se llamada «La Mujer en el Deporte», una locura para la época. Féminas relatando y comentando fútbol y otros deportes. La emisora compartía edificio con Mitre y Nacional. Mientras transcurría el programa, miré hacia el operador técnico y lo vi parado a su lado. Se me nubló la vista. El programa terminó y salimos diciendo buen día. De repente escuché que me llamaba: «piba». En ese segundo supe que debía dejar el periodismo porque seguramente había hecho el papelón de mi vida. «Piba, seguí así que vas a llegar», me dijo. No sé hoy aún lo que es “llegar”. Solo afirmo que sigo ejerciendo esta profesión desde aquel 1982, saltando baches y que, cuando quiero atarle una piedra al periodismo y hundirlo para siempre, aparece esa voz que me dice piba. Entonces, desarmo el nudo y vuelvo a empezar.

Retomando, uno puede recordar que a Víctor Hugo le molestaban bastante las críticas de una parte del periodismo hacia ese Ferro que se atrevió a romper los moldes establecidos. ¿Cuáles eran los motivos? ¿Qué era lo que fastidiaba de Ferro a una parte de aquel periodismo deportivo? O, mejor dicho, a las empresas que contrataban a los trabajadores de prensa.

Deben confluir varias razones. Una debió haber sido que en aquella época la venta de diarios estaba muy referida al fútbol, y Clarín no era la excepción. Había una decadencia en la venta de diarios cuando Boca o River no ganaban. Equipos como Estudiantes y Ferro venían a distorsionar el mercado. Incluso hay un reconocimiento de la gente de El Gráfico de aquella época, que decía que el peor resultado para la revista era un empate de River o Boca.

Con respecto a Griguol, el asunto era muchísimo más doloroso todavía porque Bilardo se había presentado como la antinomia de Menotti y Clarín era muy partidario de Menotti. La primera gran víctima que yo recuerde, de Clarín, fue Bilardo. Y de alguna manera, una segunda víctima fue Griguol. Pero lo que pasaba con Timoteo era todavía más injusto porque no era una contrafigura de lo que ellos interpretaban como tal. Se amparaban en la frase “el fútbol que le gusta a la gente” y con esa dialéctica creaban la antinomia.

Palabra de Víctor Hugo:

«Griguol la pasaba muy mal porque, además de no ser entendible el ataque, y de ser persistente, era cruel. La crueldad es un componente casi natural no de toda la gente, pero sí, en este caso, de los estamentos de Clarín. El no reconocimiento a los méritos de Griguol, con todo lo que significó incluso en otros terrenos, fue significativo».

«Uno de mis relatos más exaltados fue el día en el que Ferro le ganó a River 3 a 0 en el Monumental con una demostración de fútbol (final del Nacional 84). Fútbol para gozar, fútbol artístico, con un Márcico inspirado. Siempre se necesita de la figura para que luzca de otra manera el fútbol. Fue una gran culminación de ese Ferro de Griguol. Debo haber tenido una de mis arengas místicas defendiendo eso que estaba ocurriendo con Griguol, enrostrándole a los agentes de Clarín más que a los periodistas, el daño que habían hecho no reconociendo toda esa magia. Y ahí estaba, ahí la teníamos, ahí la podíamos ver. La humillación que un equipo grande sufría ese día ante Ferro con sus pocos hinchas en términos comparativos con los que tenían enfrente representó para mí, posiblemente, la noche de mayor alegría que tuve en el fútbol como relator y fuera de los campeonatos del mundo».

«Tanto molestó mi trabajo que al día siguiente, sin nombrarme, esa perorata del 3 a 0 tuvo una refutación por parte de Clarín hablando de mí como de “los exaltados”. Fue una referencia muy dirigida hacia mí, por cómo me expresé durante el partido. Porque fue ese episodio la mejor prueba de lo bueno que era lo de Griguol, de lo injustos que se mostraban ellos con Griguol, de la maldad que había en ese ataque impiadoso contra una persona de bien, porque además estaba lo otro. Quién era Griguol. Él era, además de un técnico inteligentísimo, sumamente trabajador, buscador hasta dentro del básquetbol, de líneas de juego que permitieran tomar ventajas de calidad en el deporte, una persona maravillosa«.

«De vez en cuando puntualizaban algo así como que Griguol era una buena persona cuyo fútbol no nos gusta. Se privaron de entender, de valorar el criterio del colectivismo sin anular la individualidad, que era lo que ellos fomentaban supuestamente. Es decir que la individualidad, la libertad, el jugar con el despliegue que lo hacían, tenía en Griguol un representante estupendo. Él fue un compendio de lo que una persona puede hacer dentro del fútbol y no solamente en la escala más alta de lo profesional, sino también en la escuela de vida que llevaba adelante con esos jugadores que si se desempeñaban en las inferiores y no traían el boletín de calificaciones, no entrenaban. Finalmente, todo eso explotó por los aires cuando llegaron los 90, con lo que sucedió en el país».

«El mayor triunfo de Ferro fue el día que no ganó el campeonato del 81. Perdió por un punto un torneo de 38 fechas con el Boca de Maradona y Brindisi. Fue increíble lo que sucedió. Ese mano a mano con el poderoso. Más o menos como si yo empatara con Tyson. El inmenso poder de un grande contra el escasísimo poder económico de la otra institución. Esa etapa de Ferro, de 1981 a 1984, fue de lo más sublime que vi. Casi cuatro años brillantes, sostenidos, en crecimiento, con lecciones de fútbol, humillando a todos los grandes. Y siempre con fútbol. No era un cuadro que contraatacara, sino de ataque. Era fascinante».