“Era Navidad, 25 de diciembre de 1980.

“También era el aniversario de la inauguración del Museo Nacional de Bellas Artes. Ese día, el museo más grande del país, ubicado en uno de los barrios más caros de la ciudad de Buenos Aires cumplía 84 años de la primera vez que había abierto sus puertas al público. Esa madrugada, dentro del museo, comenzó a sentirse olor a quemado. Algo se estaba prendiendo fuego. Las salas estaban llenas de humo, y los pasillos, también. No había un solo rincón que no estuviera cubierto por una nube gris y espesa.”

Así comienza Golpe en el Museo (Planeta), una investigación del periodista Imanol Subiela Salvo. Lo que sigue es una historia de misterio digna de una serie de Netflix que se desarrolla en el marco de la dictadura militar más sangrienta de la Argentina, un dato cuya función no es ubicar el robo en un contexto, sino que está profundamente ligado con la trama de un caso que aún permanece sin resolver del todo.

Su autor le dio a la historia la forma de un policial, por lo que resulta apasionante de leer ya que el policial está basado en un hecho real de nuestra historia reciente.

El robo y los primeros datos

La sala de la colección Mercedes Santamarina estaba vacía. El robo en el museo había sido importante. Se habían llevado 16 pinturas impresionistas sin sus marcos. Las firmas de esos cuadros eran nada menos que la de Matisse, Gauguin, Renoir y Cézanne y otros pintores importantes. Además,  faltaban varios objetos decorativos, antigüedades chinas de porcelana y de jade de gran valor.

En la noche de Navidad del 80 dentro del museo había sólo dos personas, Anselmo Ceballos, bombero de la Policía Federal, y Eusebio Eguía. Ambos decidieron cenar juntos para festejar la fecha. Luego de un pollo al carbón con ensalada y un brindis con vino y luego con sidra, jugaron a las cartas, dieron una última recorrida por el museo y se fueron a dormir.

Foto: MNBA

En el momento en que se produjo el robo el Museo estaba cerrado al público por una remodelación.

La madrugada del 26, un fuerte olor a quemado despertó al sereno, quien fue a buscar al bombero que dormía profundamente y al que le costó sacar del sueño.

Pronto encontraron la fuente del humo: la sala Mercedes Santamarina, que, sin embargo, no estaba en llamas.

Los responsables de cuidar el Museo eran ellos dos, pero no habían logrado hacerlo. Se  habían quedado dormidos. La responsabilidad recaería sobre ellos, pero aún no sospechaban la Odisea por la que pasarían. Lo peor estaba por venir.

El robo, las hipótesis y las consecuencias inmediatas

La hipótesis más fuerte que se estableció acerca del robo es que los ladrones no habían entrado a la madrugada protegidos por la oscuridad y por el festejo etílico del sereno y el bombero que los había sumido en un sueño profundo, sino que habían entrado al Museo temprano y habían pasado la noche allí.

El encargado del Museo era Samuel Paz Pearson, que no era su director, sino el jefe de Servicios Públicos, aunque actuaba como si la dirección estuviera a su cargo. El director era Adolfo Ribera, designado por el gobierno militar.

Muy pronto llegó al Museo Paz Pearson una vez que le comunicaron la noticia y se entrevistó allí con el subinspector Eduardo Noceti, de la Policía Federal, que estuvo a cargo del operativo.

Las primeras conclusiones fueron: los ladrones conocían bien el Museo, sabían a la perfección cómo eran sus pasillos internos y que la mejor ruta de acceso y escape era  una puerta del primer piso.que por la remodelación estaba cerrada al público y a medio construir. El fuego que hicieron fue el suficiente para derretir el acrílico que protegía los objetos robados, pero ellos mismos se encargaron de apagarlo una vez logrado el objetivo, porque no querían destruir lo que sería su botín.

Esta misma noche se descubrió que los ladrones se habían llevado, además, dos obras que no pertenecían a la colección Mercedes Santamarina: Un episodio de la fiebre amarilla, del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes  y una obra del artista argentino Valentín Thibon, El vendedor de diarios.

Las hipótesis acerca de quiénes habían perpetrado el robo eran muchas y diversas. Se suponía que había sido obra de un grupo de ladrones amateurs hasta de un grupo de terroristas muy bien organizado.

Esa madrugada el sereno y el bombero fueron detenidos en el Museo mismo. Más tarde también se detuvo a Villalba, el encargado de la obra de ampliación.

Los tres fueron torturados para que confesaran el robo, aunque solo hay registro de Eguía. Pasados tres días de sus detenciones, no habían sido llamados a declarar ni tenían asignado un abogado defensor.

También desfilaron por la Comisaría 19 cada uno de los obreros que trabajaron en la obra de remodelación.

El paso siguiente fue seguir a los empleados, pincharles el teléfono y crear un clima de terror entre quienes integraban el Museo desde diferentes puestos.

El reemplazante de Eguía fue detenido ilegalmente y torturado y el propio Eguía fue apresado nuevamente cuando iba a visitar al hombre que lo  había reemplazado.

Aunque Paz Pearson se sentía protegido por su apellido de abolengo, corrió la misma suerte que el sereno y el bombero.

No había garantía para ningún empleado del Museo. Lo secuestros y torturas eran incesantes. Horacio Mosquera, el fotógrafo del Bellas Artes, también fue secuestrado y torturado.

Y mientras el terror crecía, la investigación no avanzaba. Los militares tenían luz verde para hacer lo que quisieran. Curiosamente, los primeros subinspectores que participaron de la primera parte de la “investigación” formaron parte más tarde del grupo que secuestró y asesinó al empresario Osvaldo Sivak en 1985.

El robo y una trama complejísima

“Además –dice el autor en el prólogo-, encontré en esta historia la posibilidad de pensar los usos culturales de la dictadura, es decir, de qué manera los bienes colectivos y públicos fueron un instrumento para llevar adelante sus políticas represivas. El gobierno militar no se limitó únicamente a reprimir, torturar, secuestrar y desaparecer a personas, sino que además permitió el robo a instituciones artísticas como ocurrió también en el Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez de Rosario.”

Desde el punto de vista de la investigación oficial, sólo había dos sospechosos: el sereno y el bombero que se encontraban en el Museo en la noche del robo, pero fueron sobreseídos por la Justicia.

Una vez que se recuperó la democracia, el caso del robo cayó en el olvido.

Foto: Prensa MNBA

Sin embargo, se siguió desarrollando una trama complejísima que ubica algunas de las obras en Taipei, la capital de Taiwan, donde se encontraban en manos de un empresario que pretendía vendérselas a una mujer alemana, previa tasación de la prestigiosa casa Sotheby`s. Pero Taiwan no está reconocido por el gobierno argentino.

Por su parte, Sotheby`s consultó con la casa inglesa Art Loss Register que lleva  un registro de obras robadas. Al frente de esa casa estaba Julián Radcliff que viajó a la Argentina en 2001 junto al ministro Tony Blair para reunirse con Jorge Glusberg que en ese momento era el director del Museo Nacional de Bellas Artes.

Es Radcliff el que establece que las obras robadas habían sido intercambiadas por armas, posiblemente con vistas a la Guerra de Malvinas que los militares argentinos emprendieron en 1982.

En 2002, tres obras de las robadas que se encontraban en un museo parisino y volvieron a la Argentina merced a la intervención del juez Norberto Oyarbide. Ellas fueron Retrato de mujer de Renoir, El llamado de Gauguin y Recodo del camino de Cézanne.

“En ese noviembre de 2005 –dice Imanol Subiela Salvo- se inauguró una muestra (en el Museo Nacional de Bellas Artes) en que las tres piezas fueron exhibidas como trofeos”.

Y agrega: “Lo que queda de la colección Santamarina hoy está exhibido en una pequeña sala de la planta baja del Bellas Artes.  Ahí se pueden ver el Renoir, el Cézanne y el Gauguin recuperados. No tienen ninguna particularidad. Tampoco se distinguen del resto de las obras que cuelgan de esas paredes. No hay ninguna huella de la historia que tienen detrás ni tampoco ninguna pista que indique por dónde seguir, es decir, cómo recuperar las otras 13 pinturas que faltan.”

Foto: argentina.gob.ar

La causa por el robo nunca más se movió  y lo más probable es que nunca se sepa cuál fue el destino de las obras faltantes de las que se supone que fueron canjeadas por armas. El mundo del arte tampoco quedó a salvo de la violencia sembrada por la dictadura cívico-militar que se instaló en la Argentina en 1976.

Sobre estos hechos reales, Subiela Salvo escribe un libro que apasiona como si fuera un excelente policial de ficción aunque, lamentablemente, no lo es.