Edgardo Scott acaba de publicar Escritor profesional (Ediciones Godot), un libro que bien podría llamarse Contra los escritores como de hecho se llama el último capítulo de este ensayo en una deliberada actualización de la conferencia Contra los poetas de Witold Gombrowicz. Y al igual que el escritor polaco que es parte insoslayable de la literatura argentina, Scott arremete, como él mismo lo dice al comienzo, «contra la impostura y las poses, contra las miserias e ignorancias de un ámbito ‘cultural’ cristalizado y decadente«.

La pregunta que parece plantearse en este ensayo de tono zumbón es qué es un escritor profesional en tiempos en que todo o casi todo es espectáculo, superficialidad y mercancía, en el que las redes sociales son una vidriera de exposición permanente y en el que la corrección política suele parecerse peligrosamente a la censura. Lejos de irse por las ramas, con verdadero espíritu de servicio, el autor le hace advertencias y recomendaciones muy concretas al lector, al editor, al periodista cultural, al académico, al funcionario de cultura y al librero.

Por otra parte, traza un identikit del escritor profesional (EP) para poder reconocerlo de inmediato: » 1) El EP tiene agente. 2) El EP lee poco y mal. 3) El EP es joven (relativamente). 4) El EP es progresista y demagógico (o de un malditismo simpático, inofensivo y oportuno). 5) El EP sólo milita en las redes sociales las causas de la época. 6) El EP tiene dificultades para escribir. 7) El EP no tiene memoria ni conciencia política. 8) El EP no toma riesgos ni desvíos artísticos. 9) Al EP no le importa nadie salvo él mismo. 10) El EP no lee poesía».

Scott es argentino, pero vive en Francia. Escritor profesional aparece en coincidencia con la Feria de Editores Independientes (FED) de la que el autor, que viajó a Argentina, participó no sólo con su libro, sino también con una charla que dio junto a Guido Herzovich moderada por Paula Puebla: El libro, las selfies y los escritores profesionales. En el país presentará no sólo Escritor profesional, sino también la reedición de su novela Exceso (Emecé).

En tu libro definís con mucha precisión qué es un escritor profesional. Pero si se entiende que profesional es aquél que puede vivir de lo que hace, creo que en Argentina sólo hay dos o tres escritores profesionales

–Creo que debe haber más porque las cosas han cambiado mucho.

Foto: Diego Martínez

Pero si es así, dentro de la categoría escritor profesional hay escritores muy diversos.

–Sí, justamente, el tema es que a nivel industria pueden coincidir textos que divergen totalmente a nivel estético y en cuanto a su valor. Por otra parte, hoy un escritor hace muchas cosas que orbitan alrededor de su obra: clases, charlas, conferencias, participación en jurados, talleres… No podría hacer todo esto, si no estuviera su obra como disparador. Muchos de estos trabajos no están tan mal pagos y se fundamentan  en que detrás hay una obra o una imagen que  sostiene esa convocatoria. La rareza es que antes, ese lugar de profesionalización llegaba con la edad. Algunos escritores se podían dar el lujo de vivir de su obra o de las actividades conexas a los 60 años. Pienso, por ejemplo, en Abelardo Castillo, en Juan José Saer

. Hoy pareciera ser al revés. Si a un escritor le va muy bien con una primera novela, quizá a partir de ahí pueda articular todos sus trabajos. El tema de la profesionalización no es nuevo, en el siglo XX es cuando se industrializa el libro y se industrializa la tarea del escritor. Pero en estos últimos 20 años creo que ha habido algunos cambios, seguramente por la influencia de las nuevas tecnologías y las redes sociales.

-¿Cuáles, por ejemplo?

Antes había una separación entre el best seller y la literatura. Hoy ha aparecido una nueva categoría, la del libro que no es un best seller en el sentido de vender cientos de miles de ejemplares, pero que vende bien en relación con lo que es la industria y llega a cierta capa de reconocimiento de determinado público lector. Son libros que no tienen que ver con los modos de lectura anteriores que no estaban para nada anclados en la imagen del escritor, pero que como se pegan a la agenda de la época y los autores asumen muy fuertemente la condición de visibilidad, son los que entran en los circuitos internacionales, los que son traducidos. Ése es el escritor profesional al que critico y del cual me burlo.

Vos decís que hoy ese escritor profesional no escribe para ser leído, sino para ser visto. Esto también modifica la forma de reconocimiento  por parte de los lectores.

–Borges decía: si me dicen cómo vamos a leer dentro de 50 años, les digo cómo va a ser la literatura dentro de 50 años. Creo que la literatura que tenemos se la debemos a los lectores. Entonces hay que mirar cómo estamos leyendo porque la manera en que leemos determina la literatura que tenemos. La literatura es una operación de sentido. Cuando uno lee, hay algo que se desplaza, porque uno asocia, va en otras direcciones. Un determinado libro te hace recordar tal vivencia, a tal otro autor, a tal imagen. Creo que esa lectura con ese tipo de operación metafórica básica está cayendo y la lectura lo único que hace es pegarse a cierta identificación masiva de ciertos contenidos. Todo es redundancia. Es como cuando yo miro videos de Messi y el algoritmo me tira videos de Messi, entonces veo 170 veces los mismos videos de Messi. Con la literatura se da el mismo tipo de redundancia abusiva. Eso va en contra de la digresión que nos producía antes la literatura, lo que nos hacía ir hacia la fuga. Los libros terminan siendo panfletos de tal o cual ideología biopolítica actual. Claro que sigue habiendo grandes lectores como Flavio Lo Presti o Maxi Crespi. Entonces lo que suele pasar muchas veces con estos lectores es que descubren que el emperador está desnudo, ven lo que verdaderamente hay detrás del libro que suele ser bastante pobre o bastante horroroso. Esto ya comenzó en la segunda mitad del siglo XX con la televisión y con el marketing que hacen que terminemos comprando algo por reiteración. El tema es que el arte, que supuestamente era el que nos liberaba de todo eso, también está metido ahí. La profesionalización del escritor actual es una suma de códigos de industria que ese escritor sabe cómo manejar. No le interesa la política, pero él mismo es una variable política clave. Me atrevería a decir que hay una alianza entre la vocación de visibilidad y una obra, en general, mediocre, porque si es demasiado mala no sirve y si es demasiado buena, tampoco. Tiene que tener las normas IRAM para entrar en el supermercado.

–También decís que el escritor profesional es políticamente correcto. ¿La corrección política es una forma de la disidencia oficializada? Por supuesto que no está bien ser racista, ni homofóbico pero

–…pero hay que declararlo todo el tiempo, nos han llevado a eso. Hay muchas ideologías despolitizadas y una ideología despolitizada termina siendo una suerte de religiosidad. Hoy hay una rebeldía discursiva muy previsible. Hay una agenda sostenida por cierta posición progresista al punto de que, a veces, quien hace un gesto contrario a eso lo hace como un golpe de efecto y queda en una incorrección absolutamente funcional: es el incorrecto al que convocan para que sea incorrecto. Quien es incorrecto no puede decir nada correcto y ahí lo que se pierde es lo contradictorio, lo personal. Lo cierto es que uno no tiene ganas de ser siempre correcto o de ser siempre incorrecto. Cuando se ocupan esos roles se genera un personaje que se sigue a rajatabla.

–Sostenés que una de las frases que suele decir demagógicamente el escritor profesional es «soy un trabajador de la palabra». Pero un tornero también es un trabajador y no lo entrevistan por televisión. ¿Entonces, qué tipo de trabajador es un escritor? ¿La literatura es un trabajo?

–Durante la pandemia muchos escritores se quejaron de que sus libros circulaban en PDF y entonces no cobraban derechos de autor. Yo creo que eso lo puede decir un editor porque no es un artista, sino alguien que está en la industria cultural y se relaciona con el libro como mercancía, como producto. Pero eso nunca debería ser la posición de un escritor, de un artista, de un poeta.

–¿Escribir no es un trabajo?

–Creo que lo artístico nunca puede ser un trabajo, porque los trabajos o los oficios están, en general, reconocidos legalmente, tienen un objeto determinado y lógicas previsibles. Un periodista, un tornero o un médico a lo largo de su carrera pueden ir conociendo mejor su oficio o su profesión. El arte no funciona así en absoluto. De hecho, muchas veces ocurre lo contrario: un escritor puede escribir cinco primeros libros muy buenos y escribir 20 más y que ninguno sea tan bueno como el primero. Yo soy psicoanalista y creo que atiendo a los pacientes mejor hoy que hace 20 años. Pero en arte los recursos técnicos que puedas tener no garantizan que te vaya a salir una novela mejor que hace veinte años. Que el objeto artístico sea indeterminado hace que sea muy difícil mensurarlo como trabajo. Por otra parte, creo que llevar el arte y la literatura al andamiaje legal genera todos los problemas que haya en ese andamiaje legal. Si el artista va a ser monotributista, va a tener todos los problemas de un monotributista y la sociedad le atribuirá un valor como monotributista. El trabajo es un espacio en que la gente se defrauda bastante y que no suele generar realización, sino más bien lo contrario.

–¿Lo artístico debe ser gratuito?

–Creo que sí. No debe ser gratuito cuando entra en la industria. Ayer veía otra vez el discurso de Guillermo Saccomanno en la Feria del Libro del año pasado.  Decía que el escritor tenía que cobrar si daba un discurso. Y sí, estoy de acuerdo. Por qué no va cobrar si ahí todos cobran. Si la feria es un espectáculo y se cobra una entrada y los editores venden libros, también tiene que cobrar el escritor. Lo que no sé es si debe cobrar de acuerdo a la idea que hay en Francia, por la condición de ser escritor. No entiendo que yo deba cobrar por estar armando algún manuscrito en mi casa. El acuerdo a que hemos llegado es que a partir de que un artista o un escritor entra en una industria queda sometido a los momentos de esa industria. Un escritor cobra el 10% del precio de tapa de un libro. Un músico, el 10% del precio de su disco. Si alguien consigue que le paguen el 15%, conseguirá el 15, pero no se puede ignorar que el 5% de aumento se lo van a sacar a la librería, al distribuidor, al editor o al lector sumándoselo al precio. Muy pocos están conformes con las condiciones de trabajo ni aquí, ni en el resto del mundo. ¿Por qué queremos que los artistas sean trabajadores? El lugar de gratuidad es un lugar de libertad. Si un escritor está esperando terminar de trabajar para poder sentarse a escribir, ¿en ese momento lo vas a poner a trabajar? Por esta razón creo que muchos escritores profesionales cada vez escriben menos. Entran en una cadena de producción y eso termina siendo una alienación más.

El escritor en tiempos de las redes sociales

–¿De qué modo las redes sociales modificaron el lugar del escritor?

–Creo que modificaron la sociedad y las condiciones de recepción. Al escritor le hicieron poner mucho el acento en su imagen. En el rock había sido algo prevalente a partir de la segunda mitad del siglo XX, en especial desde los ’80. Yo crecí pensando que tal o cual música tenía que tener tal o cual imagen. Hoy el escritor también tiene que construir algún tipo de imagen en un sentido literal: fotos, videos. Proyectar una cierta imagen en alianza con su obra se volvió clave. Los escritores piensan mucho en esto y a veces quedan presos de su imagen , en el sentido de que no hay contradicción, no hay fuga, no hay agujero. Por ejemplo, de Amélie Nothomb tenemos una imagen cristalizada. Siempre es una princesa gótica, es como un personaje de Tim Burton. Nunca la vimos limpiando el piso de su casa o jugando con su perro. Entonces la obra de Amélie Nothomb se nos vuelve lo mismo que su imagen . Ella es lo que muestra. Antes, esto se adquiría con el paso del tiempo como uno de los gajes del oficio. Hoy los escritores son conscientes de esto de entrada. Muestran sus tatuajes, posan de tal manera, tienen tal peinado. La literalidad de su imagen va a redundar también en su literatura. Si el escritor parece un trapero de Miami, su novela tendrá que ver con el trap y con Miami.