Brenda Navarro (México, 1982), que actualmente reside en España, ha escrito cuento, ensayo y poesía. Pero fueron dos novelas las que irrumpieron con fuerza en el panorama literario y la hicieron conocida internacionalmente.

La primera fue Casas vacías, que se editó de manera digital en 2018 y en 2020 en papel, y la segunda, Cenizas en la boca (2022). Ambas se encuentran en el catálogo de la editorial Sexto Piso. La primera obtuvo el XLII Premio Tigre Juan y fue traducida a siete idiomas. La segunda obtuvo el Premio Cálamo, el Premio Todos tus Libros y el Premio Libro del Año de las librerías de Madrid.

En ambas, las mujeres son protagonistas y la maternidad se despliega en múltiples facetas que no responden al estereotipo social que se ha forjado sobre esta instancia de la vida femenina, convirtiéndose en un agobiante mandato que recién ahora comienza a cuestionarse.  

Las dos novelas se refieren también al desamparo de niños y adolescentes en un mundo que, sin embargo, dice amarlos. En Casas vacías, un chico de tres años, Daniel, es robado de al lado de su madre mientras estaban en un parque. En Ceniza en la boca, una niña se ve obligada por las circunstancias a ejercer como madre de su hermano, Diego, que se suicidará al llegar a la adolescencia. Ni una ni otro parecen encontrar su lugar en el mundo.

Con una escritura que fluye de manera torrencial sin perder jamás su precisión quirúrgica, Navarro cuestiona y complejiza los lugares comunes más socialmente arraigados. De paso por Buenos Aires para participar del FILBA, la escritora dialogó con Tiempo Argentino.

Casas vacías y Ceniza en la boca son dos novelas muy distintas y, a la vez, tienen elementos en común en cuanto al lenguaje y a los ejes de la escritura que son la infancia, la maternidad, las mujeres. Además, es como si la narración estuviera siempre al borde del ahogo. El lector no tiene tregua leyéndolas. ¿Vos ves estos elementos en común?

-Sí. Una no sabe bien qué ha escrito hasta que no termina de escribir. No es que me proponga escribir, por ejemplo, sobre la maternidad. Lo que me interesa es seguir descubriendo por medio del lenguaje el tema de los afectos y cómo esos afectos son tomados por el Estado y nos hacen formar roles a las mujeres respecto de la maternidad. Para mí la maternidad es algo muy político.

-¿En qué sentido la maternidad es política?

-Cuando dejas el rol maternal es como que comienzas a dinamitar el Estado por dentro. Comienzan todos a estar un poco incómodos y dicen “tienen que regresar a casa, porque si no, las tenemos que poner a trabajar. Cuando las mujeres ya no quieren ser madres desconfiguran el Estado y allí es donde se nos va la vida a nosotras, en estar, por un lado, sosteniendo ese rol, por otro, queriendo salir de él. Esa contradicción me parece importante dentro de la literatura, pero también me interesa que menciones el tema de la infancia. Creo que todavía vivimos en un mundo muy adultocéntrico en el que, aunque las mujeres hacemos nuestra vida alrededor de los hijos, de los hermanos, de los cuidados, la infancia está totalmente desamparada.

-Se podría decir que tus dos novelas están referidas a ese desamparo.

-Sí, parecería que estamos haciendo todo en pos de una infancia cuidada pero, en realidad, no lo estamos haciendo adecuadamente. Por eso, en las dos novelas hay algo que le sucede a un niño y eso termina por afectar a todo un entorno social. En vez de contar un acontecimiento principal como un periódico en el que se diría “Ha desaparecido un niño” y “Se ha suicidado un niño”, lo que yo hago es quedarme a recoger todo lo que queda luego de esos dos hechos que narro, todo eso que ya no importa en la nota periodística, todo lo que pasa en torno a una figura masculina. Porque en México y me atrevería a decir que también en España, que son los dos países que más conozco, no es lo mismo cuando le pasa algo a un niño que a una niña.

-¿Cuál es la diferencia?

-El tratamiento es totalmente distinto. Por eso me parecía importante seguir descubriendo cómo la figura masculina, incluso en un sentido abstracto, hacía que las mujeres de mis novelas terminaran viviendo una vida que no querían vivir.

-En ninguna de las dos novelas hay una mirada edulcorada sobre la maternidad. En Casas vacías, una mujer que no puede quedar embarazada termina secuestrando a un niño. Alguien podría decir que lo hace movida por un loable deseo de maternidad, pero ese deseo de maternidad no tiene en cuenta al niño. Por otro lado, la palabra “desaparecido” referida a ese tiene una connotación muy política. 

-Sí. He tenido conversaciones tanto en Italia como en España sobre el tema en las que me dijeron que se hablaba mucho del término “desaparecido” en América Latina. Pero si escarbas un poquito en cómo se construyeron los Estados nacionales en Europa, ves que fue a base de personas desaparecidas. Y eso a mí me interesa mucho.

-En España hubo gente cuyo destino aún se desconoce.

-Es que allí han tenido una dictadura que aún no les permite tener una conciencia muy fuerte sobre eso. Creo que en este punto hay mucho trabajo por hacer. Los Estados nacionales, como dije, se han levantado sobre personas desaparecidas. Pero, además, de personas, desparecen ideas, desparecen pensamientos, desaparecen afectos. Todo eso permea sobre lo que estamos viviendo actualmente. Esto me interesa mucho porque, además, yo comencé a escribir Casas vacías cuando en mi país estábamos en el momento más difícil. Todos los días nos decían que estaba muriendo y desapareciendo gente. En México hubo un movimiento importante, que apareció cuando ya todos estábamos hartos de esto, que se llamó Movimiento por la Paz. En su mayoría estaba integrado por hombres. Yo me preguntaba qué pasaba con las mujeres, cómo hacían para sobrevivir. Me parecía mucho más importante lo que podía estar sucediendo dentro de las casas vacías porque estaban saliendo a buscar a los hijos, que lo que pudieran decir los hombres. Tenía ganas de decir “ustedes se la pasan hablando de números y a mí me interesa más ver qué pasa con la condición humana cuando nos hacen estas cosas”. Vivimos con nuestros fantasmas y no queremos que se vayan, aunque deseamos que descansen. De esa contradicción humana puede salir muchísima literatura.

-El carácter político de la maternidad se ve muy claramente en Ceniza en la boca. Allí hay una madre ausente pero no por voluntad propia, sino por tener que hacerse cargo sola de un hijo y una hija y dejarlos con la abuela para poder irse a trabajar a otro país.

-Cuando apareció Casas vacías y empecé a tener un contacto directo con las lectoras y comenzamos a complejizar el tema de las maternidades. Yo les decía que no conozco una madre real que no se queje. Todas lo hacemos, todas tenemos nuestras contradicciones, pero es el discurso público el que nos hace creer que esto no sucede. Quizá lo que digo pueda sonar disruptivo, pero no conozco a ninguna madre que diga “voy por la vida amando todo el tiempo de manera benévola a mis hijos”. Eso no existe. Pero sí encontré con el paso del tiempo una especie de introspección de clase media que la clase trabajadora, a la que yo pertenezco, no tiene en su totalidad. Sentí que en Ceniza en la boca tenía que poner esa maternidad que no se pregunta si quiere ser madre o no, simplemente, es. No hay un planteo filosófico, la maternidad está sucediendo y cuando está sucediendo lo que tiene que hacer es ocuparse de sacar a sus hijos adelante, alejarlos de la violencia, lograr que sobrevivan. Aun así, con todos los esfuerzos que pueda hacer una mujer al migrar para poder mantenerlos, al entrar al estereotipo de la madre que abandona, al sentir el enojo de los hijos que se sienten abandonados, al trabajar todo el tiempo, siempre se la va a considerar responsable de los errores que puedan cometer los hijos. En Ceniza en la boca traté de mostrar que a pesar de que los mantiene, los saca de la violencia y les muestra que se puede ser una persona autónoma, las decisiones de los hijos y las decisiones de los demás siempre van a ser ajenas a sus propias decisiones. Traté de quitarle el peso tan grande que tiene la maternidad, de aliviarla de esa sentencia que dice “si tú te equivocas, tus hijos se equivocarán”. Cada persona tiene la posibilidad de tomar sus propias decisiones. Una maternidad puede ser complicada y problemática, pero hay que quitarle ese peso de responsabilidad. En Casas vacías hay una primera voz que dice “la maternidad es para siempre” y recuerdo que hace poco, en una conversación con Dolores Reyes (la autora de Cometierra, madre de siete hijos) comentamos que ni siquiera cuando te mueres dejas de ser madre.

Juan José Millás dice, quizá con otro sentido que el que vos le das, que una madre nos lleva nueve meses en su vientre y luego nosotros la llevamos dentro toda la vida.

-Es exactamente así. Pero como madre me gustaría morirme y que me dejaran descansar. Hay un mandato: aun después de muerta tienes que seguir cuidándolos y eso, filosóficamente, es muy fuerte.

-Otro elemento presente en tus dos novelas es la violencia hacia la mujer que, contrariamente a lo que creen algunos, es transversal, atraviesa todas las clases sociales y no es privativa sólo de América Latina.

-Yo coqueteo un poco con esa idea en Casas vacías cuando su protagonista viaja a Barcelona a recoger a la sobrina de su marido que ha quedado huérfana. Recuerdo que cuando ya estaba terminando la novela, la cuestión estaba planteada así: México, narcotráfico, botas, sombrero, violencia, salvajismo. Pero aquí (se refiere a España) también pasan un montón de cosas muy duras. En Casas vacías no lo desarrollé tanto, pero en Ceniza en la boca me dejé ir. Nosotros tenemos un tipo de violencia estructural que, desde mi punto de vista tiene que ver con la impunidad, con el tráfico de armas que en México se ha dado de  una manera muy fuerte a partir del tratado de libre comercio, pero en España hay una violencia estructural igual de fuerte y dolorosa de la que no se quiere hablar. Parece que se nos permite tener un discurso doliente y, a la vez, violento, en las clases trabajadoras o pobres pero las clases medias y altas son las que terminan por ejercer esta violencia. Me parecía importante dialogar con estos temas porque como latinoamericana en España me siento abrumada por la forma en que creen que la violencia es algo innato de nosotros cuando somos nosotros quienes hemos sobrevivido a la violencia de ellos. Europa en un siglo ha tenido dos guerras. ¿Entonces, quiénes son los violentos? Me interesa mucho marcar ese contraste. Lo que trato de hacer con ambas novelas es poner todo en contradicción. Aquí no hay buenos y malos, hay personas que tratan de ser humanas dentro de este universo. Eso es lo que me interesa señalar. Cuanto más bueno quieres ser, más orden y más seguridades quieres tener y a veces esto linda con el fascismo. Eso sucede en Europa: van de buenos, pero generan mucha mayor violencia de la que quieren aceptar.

maternidad
Brenda Navarro
Foto: Prensa FILBA
Mujeres sin nombre

-Sobre todo en Casas vacías, hay mujeres que no tienen nombre. Esto obedece al deseo de mostrar a la mujer más como una depositaria de determinadas creencias y mandatos que como una individualidad?

-Sí, esto es algo que trato de evitar, pero termino haciéndolo. Si conozco a la mamá de una compañera de mi hija, quizá en el teléfono la tengo guardada como “Luisa, mamá de…” . Despersonalizamos a las mujeres. Somos la periodista, la profesora, la mamá…vamos perdiendo el nombre. Creo que actualmente a las mujeres nos dotan de una personalidad que conforme vamos creciendo nos la van quitando. Nos van despojando de eso que un día nos prometieron que íbamos a ser. Cuando se nos nombra, no nos están nombrando a nosotras, sino a otra cosa: a la mamá de, a la madre que perdió un hijo, a la que se lo llevó…, nunca a una mujer en particular. Me gustó jugar con eso en Casas vacías. En Ceniza en la boca todas tienen nombre menos la madre  y la protagonista. Me importaba este juego no solo por universalizar el concepto de mujer, sino por universalizar a las mujeres latinoamericanas. No importa si eres colombiana, boliviana, mexicana, ecuatoriana o de cualquier otra nacionalidad de América Latina. Para España eres la sudaca o la Panchita, un nombre totalmente despectivo, que se les da a la mujeres del servicio doméstico. Para los españoles las mujeres latinoamericanas somos todas iguales y las mexicanas somos Panchitas, creo que por Pancho Villa y también por un chocolate que se llamaba Pancho Pantera.