Vestido con un traje negro, a la vez cálido y distante, Paul Auster parece ajeno a la repercusión que ha generado su visita a la Argentina para presentar su última y monumental novela 4,3,2,1 en el marco de la Feria del Libro. Se toma el tiempo de preguntar el nombre del periodista que va a entrevistarlo y el del medio al que pertenece, mientras «fuma», un cigarrillo electrónico lo que parece lógico en un escritor, ya que se trata de un cigarrillo de ficción. 

Sin embargo, fuera del espacio en que recibe a la prensa en un hotel de Buenos Aires, organizadores, periodistas, fotógrafos y camarógrafos viven un nerviosismo inusual digno de la visita de un rockstar.

Si se considera que la literatura constituye un hecho –ficticio, pero hecho al fin–podría decirse que 4 3 2 1 es una ficción contrafáctica. La historia está imposibilitada de serlo, en cambio, la ficción lo autoriza de manera absoluta. Por eso, la última novela de Auster se permite preguntarse qué hubiera pasado si en lugar de suceder tal cosa en la vida de su personaje, Archie Ferguson, hubiera pasado algo diferente de lo que pasó. Para contestar estas preguntas el autor se vale de los privilegios de la ficción y escribe cuatro historias distintas sobre su personaje, cuatro vidas diferentes que son el resultado de una sutil combinatoria de hechos. Las casi 1000 páginas de la novela, corroboran hasta qué punto eso que suele llamarse destino no es sino producto del azar, de la angustiante irrupción de lo imprevisto.

–Creo que hay al menos dos tipos de novelistas, los que tienen un esquema previo y los que se largan a escribir sin red. ¿Usted a cuál de los dos pertenece?

–Definitivamente pertenezco al segundo grupo. No tengo dudas respecto de esto. Improviso, nunca sé lo que va a pasar al día siguiente en mi novela, sino que voy encontrando lo que va a suceder. Escribir es un proceso de descubrimiento. Uno va descubriendo poco a poco lo que quiere escribir y ese descubrimiento se da en el proceso mismo de la escritura. No entiendo cómo puede ser que haya escritores que ya tengan un resumen en el momento de ponerse a escribir y que se dediquen a llenar los casilleros en blanco. Yo me dejo llevar. La escritura me sale desde adentro. Entro como en una especie de trance, a punto tal que siento que desaparezco para mí, que soy sólo el instrumento a través del cual me llegan las palabras. –

–¿Pone en en marcha una gramática de la escritura que no es consciente y que por momentos da la impresión de que la novela se escribiera sola?

–No creo que sea exactamente una gramática porque no sigo reglas fijas, sencillamente no las tengo. Por eso, no lo pienso en términos de gramática, sino más bien en términos de música. Siento una música, un ritmo, una cadencia y me dejo llevar por esa música que voy escuchando. En cada uno de mis libros esa música cambia, en cada historia esa música es diferente. Creo que los libros «suenan» de algún modo particular. Por eso, como escritor, siento que en cada libro  estoy comenzando otra vez. En el momento de largarme a escribir algo nuevo, para mí no cuenta el hecho de que haya escrito otros libros, de que sea un escritor con experiencia. En cada oportunidad tengo que enseñarme a mí mismo cómo escribir ese nuevo libro a medida que lo voy escribiendo. 

–¿Antes se sentarse a escribir, sabía que iba a ser una novela larga?

–Sí, aunque no sabía exactamente su extensión. Pero en ella cuento cuatro vidas, por lo que es como hacer cuatro libros en uno. 

–Usted menciona la música y justamente iba a preguntarle qué influencia tiene en su literatura la música que en este libro menciona específicamente. Usted habla de John Cage. ¿Su método compositivo tuvo alguna resonancia en usted? Me refiero a lo experimental, a lo aleatorio. Por ejemplo, él tiraba clavos para ver cómo sonaban y componía en base a eso.

–Admiro mucho a John Cage pero no creo que mi escritura tenga que ver con su música, sino más bien con su propia literatura, con sus escritos. Cuando yo era muy joven, a los 19 años, leí su libro Silencio y me impactó muchísimo. Fue más su escritura que su música lo que influyó en mí. Sus escritos me sirvieron para poder comenzar a ver las cosas de una manera mucho más amplia. 

–Me refería sobre todo al aspecto experimental de John Cage, porque creo que el lector descubre en la lectura de 4 3 2 1 una experimentación o más bien la búsqueda que usted va haciendo en el momento mismo de escribir. 

–Lo que específicamente aprendí de él es a no estar programado, a no quedarme fijado o atrapado en las ideas, a dejarme llevar por la fluidez de las cosas. Ese aprendizaje fue muy importante en mi vida como escritor y leer ese libro produjo un cambio muy profundo en mí. 

–En su obra anterior usted habla del azar y de lo inesperado que puede cambiar la vida de un momento a otro. ¿En su última novela hay una concentración de la teoría del azar y de lo inesperado?

–No lo creo, pero lo que sí es cierto es que esta novela tiene que ver con los sucesos inesperados. Quienes estamos sentados aquí no somos niños y por lo tanto sabemos que en la vida hay muchos sucesos, muchos hechos inesperados que hacen que las cosas cambien de un momento para otro, muchas veces de manera definitiva, sin vuelta atrás. Uno se despierta por la mañana con un plan o una expectativa, pero puede ser que suceda algo inesperado, incluso la propia muerte, y todo lo que uno planeó no se realice. Estamos sujetos a estos sucesos inesperados, imprevisibles. 

–El personaje Archie Ferguson tiene cuatro vidas diferentes que son las que dan título al libro. Usted plantea algo así como un juego «que es qué pasaría si» el padre de Archie no hubiera muerto en un incendio, «que pasaría si»… ¿Hay una actitud lúdica en ese planteo que todos nos hicimos alguna vez o sólo es una forma de contar?

–No me lo he planteado como un juego, nunca lo sentí de ese modo. Sólo trato de lidiar con lo que para mí es necesario contar. Mi actitud es la de encontrar y relatar lo que necesito. Es mi forma de contar. 

–Toda obra es autobiográfica aunque no hable de su autor. A la vez, toda obra es ficción. Dicho esto, querría saber cuánto de Archie Ferguson hay en usted. 

–Archie Ferguson tiene algunas cosas mías, es cierto, cosas que son de diferentes órdenes de mi vida. 

–¿Cuáles, por ejemplo?

–Igual que Archie Ferguson yo leí Crimen y Castigo de Dostoievski cuando tenía 15 años. De todos modos, una novela es siempre ficción aunque uno necesite de la experiencia propia para escribirla. Lo que sí decididamente comparto con Archie Ferguson es que lo imagino físicamente parecido a mí, con mi misma altura, quizá con rasgos parecido a los míos. 

–¿Comparte algo más, además de los rasgos físicos?

–Sí, por otro lado, además de ciertos rasgos físicos también comparto con él algunas pasiones deportivas como el basquet y el beisbol. Eran deportes que me encantaban hasta que cumplí 14 o 15 años. También comparto con él una gran pasión por la música, una pasión que en mí es muy intensa. Pero somos diferentes en muchas cosas. Yo no fui un niño precoz como lo son los Archie de mi novela.

–¿Estudió algún instrumento musical?

–No, pero disfruto mucho de lo que tocan los demás. Por suerte tengo una hija que compone y toca muy bien y eso me gratifica mucho. No es preciso que yo me ocupe de hacer música, aunque, como le dije, para mí cada libro que escribo tiene una música particular.  «