Abunda, desde hace un tiempo, en las escuelas argentinas, una discusión entre familias y docentes acerca del tipo de literatura que pueden (o no) leer los adolescentes. En las últimas semanas, los casos de Gonzalo Santos, Hernán Casciari y Dolores Reyes pusieron sobre la escena testimonios de profesoras y profesores que vieron cuestionado, por parte de madres y padres, el contenido literario de sus clases. Desde el derecho al acceso a la Educación Sexual Integral, pasando por el vínculo entre las familias y la escuela, hasta ciertos sentidos comunes cristalizados sobre el arte y la literatura, en estos episodios se cifran distintas problemáticas: ¿Qué entendemos por literatura?, ¿cómo inciden esos preconceptos en las prácticas educativas?, ¿qué lectores se forman en las escuelas?, ¿cómo concebimos la educación sexual? Tiempo Argentino conversó con docentes de Lengua y Literatura de escuela media, y especialistas en Educación Sexual Integral. 

Foto: Télam

En su aguafuerte “La inutilidad de los libros”, Roberto Arlt le contesta a un supuesto lector que le pide una recomendación de libros para formarse un concepto “claro y amplio” de la existencia: “Está equivocado, amigo; equivocado hasta decir basta. Lo que hacen los libros es desgraciarlo al hombre, créalo. No conozco un solo hombre feliz que lea. Y tengo amigos de todas las edades. Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. Leído, desgraciadamente, mucho”. En esta aguafuerte, destaca Bernardo Córsico, docente de Lengua y Literatura, Arlt es lapidario acerca de los prejuicios que circulan sobre la literatura. “Seguimos en algún punto pensando esa vieja mentira de que ‘los libros no muerden’. Y me parece que es todo lo contrario: la literatura siempre es peligrosa. Te permite hacer preguntas o te brinda puntos de vista diferentes a los ya conocidos. Es peligrosa también en la medida en que rompe con el sentido común, aporta herramientas para tener un pensamiento crítico. Entonces, ¿qué sería una literatura no problemática para dar en las escuelas? Hay textos clásicos como La cautiva, el Martín Fierro o “El matadero”, por ejemplo, que no los podríamos leer por el racismo, la xenofobia o el machismo que tienen vistos desde la actualidad. ¿Qué tenemos que hacer con esas temáticas? ¿Esconderlas? ¿No se supone que tenemos que formar pensadores críticos? Cualquier texto que leamos es problemático y todos ellos tienen una mirada acerca de la sexualidad por más de que no digan la palabra ‘pija’”.

Detrás de la prohibición de libros, explica Córsico, se encuentra la idea de que la literatura, en tanto expresión artística, está exenta de debates ideológicos y políticos: “es una perspectiva sanitizada e inocua del arte la que quieren imponer este tipo de padres. Piensan que la literatura no debería tocar fibras sociales sensibles, cuando en realidad es lo que siempre hizo. Desde ese punto de vista, los profesores deberíamos quedarnos solamente con aspectos formales sin problematizar nunca el texto. Baudelaire y Flaubert forman parte de la currícula y a ambos les hicieron juicio por ofender la moral pública, es algo con lo que la literatura siempre lidió”. En ese sentido, la prohibición socava a la literatura en tanto territorio de libertad y cercena el debate. “La prohibición no permite ni estar en desacuerdo, y eso es complejo. El acto de quemar libros, prohibir a determinado autor o personaje nos lleva a un lugar de violencia en que el análisis se suspende y se clausura el diálogo”, dice Córsico a Tiempo Argentino.

Además de preconceptos sobre la literatura, la discusión acerca del material de lectura trae aparejadas nociones sobre el rol de la escuela y los docentes en la formación de los adolescentes: “la prohibición a cualquier tipo de contenidos en este tiempo en el que el acceso a la información es tan irrestricto es un oxímoron. Lo que parece que preocupa es qué temas se deciden o no hablar en el aula, qué cuestiones decidimos incorporar al ámbito de lo decible y qué estamos dispuestos a naturalizar. ¿Por qué hace tanto ruido leer una escena de sexo en un aula y no verla a través de una computadora en el ámbito privado? Los adolescentes tienen acceso a un montón de material y los padres lo saben. En ese sentido, me parece que la disputa tiene que ver con el rol legitimador que ha tenido la escuela. Y también tiene un ancla en cierto halo de desconfianza que se fue acentuando sobre la tarea docente en este último tiempo. Creo que se trata de una desconfianza que también está relacionada con la falta de reconocimiento de los saberes y la formación específica de les docentes. Hay cierta idea de que los padres están igual de capacitados para decidir qué contenidos de determinada área deberían darse o no, cuando en realidad eso debería ser el resultado y la decisión de alguien que fue formado para eso y que, a partir de esa formación, tiene las herramientas necesarias para pensar qué dar, cómo y por qué”, señala María Laura Navarro, docente de Lengua y Literatura.

En diálogo con Tiempo Argentino, Jésica Baez, investigadora y profesora IICE, FFyL, UBA/ CONICET, explica que el resultado de la prohibición es mostrarles a les estudiantes “un mundo adulto hostil, que no está dispuesto a la escucha ni a entablar un diálogo genuino. Además, el hecho de que estos libros no estén en el aula en el momento en que un adulto puede generar una oportunidad de aprendizaje no impide que esas temáticas circulen por otros ámbitos: prohibir un libro no prohíbe la charla. Entonces, cuando se cancela un contenido la pregunta es qué oportunidades de aprendizaje y de enseñanza se están clausurando. La buena literatura nunca es prescriptiva, no brinda recetas o instrucciones respecto de la sexualidad. Por el contrario, estos libros brindan una oportunidad para imaginar, intercambiar, dialogar. En el terreno de la Educación Sexual Integral, la literatura tiene mucho para aportar porque trae la posibilidad de pensar la vida y la vida tiene una dimensión que tiene que ver con la sexualidad, con los afectos, con cómo vivimos y usamos nuestros cuerpos. Por eso cuando se prohíbe un libro, se clausura todo ese horizonte de saberes, toda esa instancia de diálogo entre adultos y adultas y jóvenes que están aprendiendo”.

La prohibición de literatura por tener contenido vinculado a la sexualidad impide el acceso a la Educación Sexual Integral: “Las instituciones educativas que prohíben esos libros tienen que garantizar el acceso a la ESI. Ahí está uno de los puntos centrales de la cuestión: estos libros nos muestran que estamos viviendo una disputa en relación a qué entendemos por educación sexual. Más allá de la escena particular, al prohibir ese libro, ¿qué se está prohibiendo?, ¿qué se está debatiendo cuando se prohíbe un libro por sus escenas sexuales o porque tiene palabras vinculadas a lo sexual?, ¿y qué se está entendiendo por sexualidad? Pareciera que sexualidad es solamente el coito o cuestiones que tienen que ver con la fisiología humana, cuando es mucho más amplia que lo biológico. Las personas tenemos sexualidad desde que nacemos hasta que morimos y esa sexualidad no sólo abarca dimensiones corporales, sino también aspectos culturales, psicológicos, políticos, históricos. Y al mismo tiempo, la ESI pone en cuestión que somos sujetos con derecho a tener una ciudadanía sexual más plena, a tener un horizonte de justicia de género. Viene hacer visibles las relaciones de poder y las desigualdades que atraviesan nuestra sociedad. Es una vía para pensar transformaciones sociales, culturales e históricas. Pero también, fomenta la autonomía, prácticas del cuidado y nos acerca al mundo de los placeres. Con esta palabra siempre hay un poco de temor, muchas veces reside en la cabeza de los adultos y adultas la noción del placer en un sentido muy restrictivo. Resulta más enriquecedor pensar el placer en términos de poder conectarse con el otro, la otra o le otre, poder empatizar, poder expresarse. En todo este ejercicio de cuidado y autonomía, la ESI brinda la posibilidad de identificar situaciones de violencia de género, situaciones que comportan incomodidad, riesgo, malestar. No sólo tiene que ver con prevenir, por ejemplo, el embarazo cuando no es planificado o prevenir enfermedades, sino tener autonomía de cuidado y posibilidades de decidir sobre la vida. Todo ese horizonte de saberes se clausura cuando se opta por no garantizar el acceso a la Educación Sexual Integral”, finaliza Baez.