A los 18 minutos del segundo tiempo, Luis Miguel Rodríguez, la Pulguita, erró su tiro desde el punto del penal. Todo un símbolo. La historia ya se había puesto torcida para Colón una hora y media antes, cuando León saltó más alto que todos y cabeceó para el 1 a 0 de Independiente del Valle. Luego llegó la tormenta, la suspensión de una hora. Y cuando se reanudó el juego, todavía en el primer tiempo, Sánchez marcó el segundo tanto. Todo estaba preparado para una fiesta sabalera, pero se fue al entretiempo 2 a 0 abajo. Y nunca se pudo levantar.

Desde el 26 de septiembre, cuando eliminó a Atlético Mineiro, por penales, en Brasil, que Colón entró en estado de ebullición. Este partido ante Independiente del Valle se palpitó como lo que era: la primera final en 114 años de historia, la chance de sumar su primera estrella. Según Migraciones de Paraguay, en los últimos cuatro días 39.226 personas cruzaron la frontera para ir a alentar al Sabalero. Los 800 kilómetros que separan Asunción de Santa Fe algunos los hicieron por aire, otros por agua y la gran mayoría por tierra, en una eterna caravana de autos.

Este equipo hecho de héroes anónimos y populares dentro de la cancha, como Leonardo Burián y la Pulguita Rodríguez, también los tuvo en las tribunas. Si el gran protagonista de la semifinal fue el abuelo de 78 años que festejó su cumpleaños en la tribuna del estadio del Mineiro, esta vez las miradas se las había llevado Jorge Ninni, el hombre que partió en bicicleta desde San Javier el miércoles pasado para llegar al partido este sábado. Las 40 mil almas se hicieron sentir en la Nueva Olla, en un clima que parecía de Mundial. Cuando Los Palmeras le pusieron cumbia santafecina a la previa de la final de la Copa Sudamericana el mundo entero parecía pintado de rojo y negro, como si todo estuviera servido para Colón. Pero se sabe que el fútbol no siempre encierra historias felices.

Las finales no parecen ser eventos cargados de suerte para la Conmebol. A la novela del partido definitorio de la Libertadores del año pasado entre River y Boca (tres suspensiones y una mudanza a Madrid) y a la de este año (cambio de sede a contrarreloj, de Santiago a Lima) ahora se le sumó el factor meteorológico. Cuando los equipos estaban por salir al campo de juego, el cielo de Asunción se volvió negro. Y un par de minutos después se largó una tormenta furiosa. Por la cantidad de agua que acumuló el campo de juego de la Nueva Olla, el partido estuvo suspendido durante una hora. Los santafecinos nunca pudieron reaccionar, más allá del descuento sobre el final. Y lo que debía ser una página de gloria para el fútbol argentino terminó en el capítulo de las tristezas.