Jorge Brown, back y capitán a principios del siglo XX del histórico Alumni y de la selección argentina, cultiva la “destreza” y la “energía”. “Un juego algo más brusco, pero viril, hermoso, pujante”, dirá, porque “el football no es un sport de salón. Es un juego violento y fuerte en el que se ponen a prueba la resistencia física y la musculatura de los jugadores”. José Marante, back de Boca entre los 30 y los 40, intimida, saca a los rivales a patadas limpias. Ricardo Vaghi, de La Máquina de River, acuña una frase: “En los primeros cinco minutos no expulsan a nadie”. A Hebert Pérez, que juega en los 50 y los 60 en Sarmiento de Junín en la segunda categoría, lo llaman “El Mariscal del Área” (de él heredará el apodo Roberto Perfumo). Fino y elegante, hinchas le reclaman que pegue. En ocasiones, piden que lo saquen. Es una excepción de la época.

El 10 de junio de 2023, durante la Liga, Aaron Anselmino debutó en Boca, en La Bombonera. En la primera jugada que intervino, recepcionó hacia atrás con la cara interna un pelotazo de Cristian Lema, entonces en Lanús, hoy su compañero. Cuando el atacante rival fue a apretarlo, giró y salió con categoría. El martes, Anselmino -18 años, de la localidad pampeana de Bernardo Larroudé- marcó su primer gol, de cabeza ante Sportivo Trinidense por la Copa Sudamericana. Al día siguiente, Pau Cubarsí -17 años, de la catalana Girona- fue uno de los pilares en el triunfo 2-3 del Barcelona ante el París Saint-Germain en Francia por la ida de los cuartos de la Champions, no sólo por marcar a Kylian Mbappé y a Ousmane Dembélé, sino por la salida, como con el pase que “escondió” en el 0-1. Cubarsí y Anselmino son talentos juveniles de su generación. Pero revelan que, desde un tiempo a esta parte, los defensores centrales pasaron a ser más jugadores que destructores, que son exigidos en técnica para “iniciar”, para construir el juego desde abajo. La excepción son los Brutti, sporchi e cattivi (Feos, sucios y malos), como la película de 1976 del italiano Ettore Scola. Los Lema, centrales expeditivos y limitados en cuanto a recursos y a habilidades, siguen en el fútbol. El techo que alcanzan es más bajo.

Anselmino (1,86 m) y Cubarsí (1,84), ágiles en los mano a mano, muerden la pelota, son agresivos para extirpar en el cuerpo a cuerpo, a lo Cuti Romero, y salen hacia adelante con pases rasos entrelíneas y pinchaditas. Los centrales “integrales” encarrilan a la pelota en el circuito de juego. Los centrales del “futuro” aportan sentido y precisión. Anselmino jugaba de mediocampista central cuando quedó a los ocho años en Boca. A los 14, edad de Novena, el DT Luis “El Topo” Lúquez lo probó de central. Nunca más cambió.

No es nuevo que un mediocampista central se retrase a la zaga. Ante las roturas de ligamentos de Éder Militão y de David Alaba, Carlo Ancelotti colocó de central a Aurélien Tchouaméni, como el martes en el 3-3 del Real Madrid ante el Manchester City en el Bernabéu por la ida de los cuartos de Champions (desde la temporada pasada, Pep Guardiola innova con el central-volante John Stones). Tchouaméni jugó la final de Qatar 2022 en el medio. También el martes, en el 2-1 de Fluminense, campeón vigente, ante Colo Colo en el Maracaná por la Libertadores, Fernando Diniz eligió como zaguero al mediocampista Matheus Martinelli. Acompañó a Felipe Melo, quien también “nació” volante central, posición en la que jugó en Sudáfrica 2010. Los ingleses, padres fundadores que reglamentaron el juego, llaman “mediocentro” a los defensores centrales. A los mediocampistas centrales, center midfielder. Y los 5 de marca, los tapón, son los holding midfielder. En la vieja liga inglesa, antes de la multicultural Premier League creada en 1992, la mayoría de los equipos jugaban sin mediocampista central. No se necesitaban: el juego de pelotazo y carga “salteaba” el mediocampo.

Foto: diseño de Pablo Barruti.

Va a ser un jugador de selección argentina. Parece más mayor de lo que es. Con el crecimiento, la cabeza que tiene y las ganas de aprender que demuestra, va camino a ser un grandísimo futbolista”, dijo Juan Román Riquelme, presidente de Boca, acerca de Anselmino. “Tiene sólo 17 años, pero está jugando como un capitán. Destacaría su inteligencia y la tranquilidad que nos da para encontrar al hombre libre. Juega con la jerarquía de un veterano y es diferencial. Cuando tiene el balón en los pies no se me acelera el corazón”, sostuvo Xavi, entrenador del Barcelona, acerca de Cubarsí, quien se sumó a los 11 años a La Masía y debutó en enero.

Los centrales “modernos” evolucionaron en relación a la sabiduría para defender a la altura de la mitad de la cancha -o aún más adelante-, con 50/70 metros de campo abierto a sus espaldas (de ahí la importancia de la lectura del juego y el timming para el anticipo y los cruces, y no tanto de correr hacia atrás). En el reciente amistoso de la selección argentina ante El Salvador en Filadelfia, Lionel Scaloni posicionó a Nicolás Tagliafico, lateral izquierdo en la final de Qatar, como central izquierdo. Cuando llegó a River en 2023, Martín Demichelis probó al lateral izquierdo Enzo Díaz en la zaga. Pero hay otro movimiento que el perfil de los centrales actuales les facilita a los entrenadores: ubicarlos en el lateral. En el último City-Arsenal por la Premier -un 0-0 demasiado controlado-, los cuatro laterales fueron ocupados por jugadores que suelen desempeñarse como centrales (Manuel Akanji y Joško Gvardiol en el City; Ben White y Jakub Kiwior en el Arsenal). “En parte se debe a que los defensores se han vuelto más universales. Los centrales, en general, no son las pesadas máquinas de cabecear de antaño, se sienten cómodos con la posesión y son capaces de realizar un pase decente -dice el periodista Jonathan Wilson, autor de La pirámide invertida-. Pero quizás haya una razón específica: el aumento de goleadores desde las bandas, una tendencia creciente desde hace más de una década. Desde un punto de vista defensivo, así, es probable que un lateral invertido o un central sean más efectivos”.

Como fuese, el perfil del central mutó tanto que también se habla del “tercer central” en una línea de tres, pero lejos de los stoppers de la selección argentina campeona del mundo en México 1986, cuando Carlos Bilardo les ordenaba a Oscar Ruggeri y a José Luis Cuciuffo que persiguiesen a los delanteros hasta debajo de la cama.