Israel Damonte tiene el pelo platinado de siempre y, ahora, las comisuras de los labios secas. «Soy de hablar mucho», dice. A los 37 años, el mediocampista juega en Banfield, su noveno club en el fútbol argentino. Y porque es de hablar mucho la curiosidad lo llevó a un curso de oratoria. «Para tratar de hablar un poquito mejor. Se me nubla cuando hablo rápido, el tema de las ‘eses’ que traigo de mi pueblo –cuenta Damonte, uno de los futbolistas más experimentados de la Superliga, nacido en Salto y surgido de Estudiantes de La Plata–. Y lo que aprendí es que lo importante es el mensaje, no tanto el cómo lo digas. Aunque está bueno decirlo bien».

–¿Qué no te gusta de ser futbolista?

–Lo que me cuesta son las concentraciones, y más con los años. No desde el trabajo, sino desde el estar encerrado. Soy de los que elegiría concentrar, pero lo más corto posible. Y de lo que rodea al fútbol, me molestan los hinchas en las redes sociales. Consumo, y soy de bloquear todo lo fuera de lugar. Alguna vez vino a verme un hincha, y tener que dar explicaciones de algo que en verdad no existe, virtual, me saca energías.

–Te enojás con los que dicen que el fútbol no es un trabajo.

–No llego a casa y me voy a laburar a un kiosco. Vivo del fútbol, que no es sólo un juego o un deporte: es un trabajo. Lo tomo con esa responsabilidad pero también sé que no es de vida o muerte. Después podemos hablar si se paga mucho o poco, pero me fui a los 11 años de mi casa. Mientras otros hacían la vida normal de un chico y vivían con los papás, fui a buscar un sueño y a invertir tiempo en lo que quería que sea mi futuro. Hoy dependo de esto, salga campeón o me vaya al descenso.

–¿Hay temas tabú en el fútbol?

–Hay un montón de cosas que se hablan internamente. Algunos tienen más experiencia y tiempo para aprender y hablar, algunos son más vergonzosos. Hablamos de homosexualidad, de política, de religión. De todo mientras se respete al otro. Te escucho y después decido. Yo, por ejemplo, creo en Dios, pero tengo mi forma, no creo en la Iglesia, en el edificio, pero sí en algún cura. Vos por ahí hablás en el plantel y te dicen: «Uh, los curas…». Claro, pasó lo del padre Grassi y tantos casos de curas abusadores, que está manchado. El futbolista habla de todo. A los más chicos les decimos que tienen que ir a la escuela, los cuidados. Muchos clubes los obligan. Todo te lo da la educación. Pasa que a las infantiles siempre mandan a los menos preparados. Tendría que ser al revés. Porque cuando sos chiquito, un técnico que te dice «no servís, sos malo», te caga la vida. No, flaco, no le digas eso, no me lo dicen ni a mí en Primera.

–¿Seguís yendo al psicólogo?

–Es fundamental. El jugador de fútbol, de muy chico, pasa a ser el sostén de la familia. Muchas veces sin quererlo, porque empezás a ganar más que tu viejo. Y no estamos preparados. Tu papá dice algo, tu mamá dice algo, tus hermanos dicen algo, pero dicen: «Define Isra». Desde dónde nos vamos de vacaciones, dónde va a estudiar tal hermano, qué comemos para Navidad. Claro, vos sos el que la pone y decidís. Y no escuchás a nadie. Viene un compañero de experiencia y te dice algo y decís: «Qué sabe…». Y ahí empezás a chocar. El psicólogo te acomoda a la realidad. Los jugadores estamos acostumbrados a que pateamos y otros corren el arco para que la clavemos en el ángulo. A veces decís: «¿Por qué este tiene esa soberbia?». Y sí, cómo no la va a tener, si le hacen creer que es Dios.

–Viviste en esa irrealidad.

–Todo. El otro día, hablando de la pobreza, un amigo me dice: «No, Isra, vos vivís otra realidad, para vos es fácil». Y le dije no, ahora vivo otra realidad. En Salto me inundé mil veces. Y no hasta los tobillos: perdíamos todo. Vivía a una cuadra del río. Mi viejo tenía una gomería, no tenía guita. Teníamos que esperar a que se vaya el agua. Esa tristeza que te genera arrancar de cero, ese olor impregnado de la humedad y el hogar a leña… Mi vieja se murió de cáncer de útero a los 43 años. ¿Y por qué? Mucha mala sangre. «El dolor físico hace que el sujeto olvide sus otros infiernos», me dijo una vez el psicólogo y me quedó esa frase. Es así: siempre que estuve mal de la cabeza, me lesioné. El cuerpo por algún lado explota.

–¿Por qué dijiste que el futbolista se las sabe todas?

–Porque te lo hacen creer, no porque las sepamos todas. Si vos te la creés toda, terminás mal. Después hay algo fundamental y me lo dijo Sabella: ser buena persona. Ser buena persona te hace mejor jugador.

–De Rossi dijo que el fútbol argentino es defender y atacar, que se recupera la pelota y se corre rápido al arco rival, que hay pocos momentos para respirar y decidir: que se corre mucho y piensa poco.

–Es así, y es un poco el fútbol de hoy: físico, físico y físico. Los entrenadores miran mucho el GPS y después no importa cómo jugaste, lo que hiciste con la pelota. O sí. Pero están más pendientes de lo que corrés. Entiendo que los kilómetros recorridos y la velocidad son importantes, pero después quiero ver en la cancha, a mis ojos, si jugaste bien o mal. Y eso te lo da entender el juego, no el GPS. De Rossi, en dos partidos, jugó, metió y manejó los tiempos. Y después hay cosas que no se ven: la presencia, hablar en el momento justo, el contagio. El hincha no lo ve: está comiéndose un pancho o insultado al tres. Correr tenés que correr, pero tenés que saber cómo y qué darle a un equipo.

–La palabra de moda es «intensidad».

–Acá es difícil tener la pelota. En Europa los rivales de equipos grandes pierden la pelota y se meten atrás. Y entonces la tenés y manejás. Acá, no: te corren. «Pierdo y aprieto, pierdo y robo». Y terminás con un ahogo… Vos hablás con Recoba, Verón, (Gabriel) Milito, y te dicen que es más difícil jugar en Sudamérica. Pero acá se piensa que si corrés más, ganás. Gallardo, al que tuve en Nacional de Uruguay como entrenador, es el mejor porque quiere jugadores dinámicos pero jugadores inteligentes. Te mezcla dinámica con inteligencia. El jugador inteligente va a correr una vez y el intenso le va a ganar. Va a correr dos, y le va a ganar. Pero a la tercera el inteligente hace tac, y el intenso va a quedar pagando, se va a cualquier lado, y el inteligente te hace el gol. Enzo Pérez, Sand, la Gata Fernández y otros siguen jugando en Primera porque son inteligentes. El jugador inteligente afuera y adentro de la cancha juega hasta los 40 años.

–¿Cómo se acerca el retiro?

–Ya me estoy preparando para el día después. El psicólogo te ayuda a pensar y a decidir. La vida es tomar decisiones todos los días. Y en el fútbol hace la diferencia el que entrena la toma de decisiones. En el fútbol se entrena lo físico, pero la cabeza no se entrena. Y es todo. Y más en este país y en este ambiente, donde hay mucha competencia, donde la gran mayoría se cree que son vivos, y la verdad es que hay muchos boludos.