Cuando Diego Martínez era futbolista, jugaba a que el entrenador de turno pusiera el equipo que él quería. «Era pensar con quién me gustaba jugar al lado, imaginar la alineación. Pasaba todo por mi cabeza, internamente. ‘Ojalá que haga esto’. Y si acertaba, me ponía contento. Quería ganarle al pensamiento, una locura», dice ahora Martínez, el entrenador subcampeón de la última Copa de la Liga con Tigre, ascendido como campeón a Primera a finales de 2021. Profesor de Educación Física, kinesiólogo trunco, a los 43 años ya dirigió en todas las categorías del fútbol argentino: D (Ituzaingó), C (Midland y Cañuelas), B Metro (Comunicaciones y Estudiantes de Buenos Aires), Nacional (Estudiantes y Tigre) y Primera (Godoy Cruz y Tigre). Y alcanzó un estilo de autor –equipo competitivo, ofensivo, protagonista– con un modelo centrado en la pelota. Martínez habla de su inicio con juveniles, de porqué el fútbol es «abierto», de las obras de teatro, collage y bicicleteadas con los planteles, de la importancia de estudiar, de política, de Boca y de lo que le produce emoción dentro de lo que ama: el fútbol.

¿Cuál es tu vínculo original con el fútbol?

–Me gusta estar rodeado de jugadores que lo sientan como algo colectivo. De jugador entendía progresar a partir de asociaciones y de jugar sin pelota. Hoy lo determinante son los duelos, los uno contra uno. De chico, en El Trébol de Haedo, era más delantero, 11. Después me retrasé a volante por izquierda y terminé casi como cinco, en Grecia y Estudiantes de Caseros, y ahí tenés que entenderlo al juego. Como hincha iba a ver a Boca a La Bombonera. Pero cuando transitás por inferiores ya un poco al hincha lo perdés y me gustaba ver al River campeón con ese 4-3-1-2 con la Bruja Berti, que lo miraba mucho porque jugaba en su posición. Abrís la cabeza para pensar.

–Timoteo Griguol dijo que un entrenador debía pasar por inferiores antes de dirigir Primera. Y Guardiola, que va a terminar donde empezó: DT en la cantera del Barcelona. Trabajaste de 2011 a 2014 en las infantiles y la pre-Novena de Boca.

–Debería ser así. Me sirvió mucho la progresión por mi naturaleza docente. También trabajar en el Proyecto Barcelona en Argentina con las categorías grandes de inferiores. Tenés riqueza de experiencias para manejar un grupo, entendés dinámicas y contextos. Más allá de que es fútbol y lo esencial es lo mismo, tenés que adaptarte a dirigir chicos, adolescentes, o en la D, donde los jugadores tenían trabajos por fuera del fútbol. El chico es una esponja que absorbe. Capaz el futbolista más grande viene con un bagaje y se hace más difícil. El desafío es que te crean. En Boca no había que dejar de lado que estábamos en un proceso formativo. Trataba de transmitirles a los chicos que sintieran el juego y, a la vez, enseñarles valores para que lograran sacarse presiones que, como sociedad, lamentablemente les imprimimos a los más chicos. Tuve la suerte de haber tenido desde chiquitos a jugadores que hoy tengo en Tigre, como a Equi Fernández. Más allá de estar en Primera, en un fútbol profesional con la más alta exigencia, hay que tratar de mantener lo máximo posible el espíritu amateur, eso que sentían por jugar. El jugar está todo el tiempo presente en la semana de laburo. Jugando es cuando ponés en juego otras cosas y lo que adquirís te lo adueñás, lo sentís como propio porque lo experimentaste. Cuando volvía de dirigir a los chicos de Boca y me hacía mala sangre, mi señora me decía: «¿Y cuando dirijas Primera?». «Va a ser lo mismo pero con jugadores de Primera». Hay que entender contextos: los chicos son chicos y no adultos en miniatura, y hay que tratarlos como tal. Y al grande, con respeto, dentro de un trabajo, pero sin dejar ese espíritu amateur que, en los momentos claves, hace sacar la diferencia.

–¿Por qué «el fútbol es un juego abierto»?

–Como decía Panzeri: «El fútbol es la dinámica de lo impensado». Podés imaginar situaciones, pero los jugadores tienen que tener la capacidad de pensar en respuestas abiertas. Ante tal situación, puede pasar tal cosa, pero el contexto me cambia y tengo que estar preparado para cambiar, sino es repetir de memoria y cuando aparece algo distinto, chau, se nublan, se les cae la persiana. El fútbol no es un juego matemático. Podés darles ciertos patrones de respuestas, lugares donde podés encontrar ventajas y donde tenés que tener cuidados, y en las jugadas es donde ellos vivencian las respuestas que pueden aparecer. Y ahí acompañarlos, hablarles. No hay una única respuesta y a su vez hay cierta lógica. El tema es descubrir lo que te va a hacer el rival y cómo lo podés neutralizar o sacarle ventaja con tu manera de sentir el juego. Es abierto porque hay múltiples respuestas y la idea es que el jugador tenga la capacidad de elegir.

“El fútbol -dijiste- es espacio y tiempo”.

–Son variables para analizar, como el rival, mis compañeros, mi ubicación. El tiempo para acelerar o enlentecer un ataque o una defensa, entender dónde está el espacio para sacar ventajas cuando tengo la pelota. Si está entrelíneas; si me achican mucho y está a la espalda de la línea defensiva; o si el rival trabaja muy bien, tener mucha paciencia para mover la pelota hasta que empiecen a aparecer esos pasillos. A medida que subís de categoría, son más difíciles de encontrar. Y los detalles son mover una ficha, cinco metros más o menos la ubicación de un jugador. Se transforma en una partida de ajedrez. El espacio y el tiempo para entender cuándo sí y cuándo no, qué nos conviene como equipo, sobre todo en el ataque.

–¿Por qué destacás «la semana de trabajo»? En boxeo se dice: «La pelea se gana en el gimnasio, no en el ring».

–Los partidos de fútbol se ganan en la semana de trabajo. Jugás como entrenás. Lo más importante son los futbolistas. Lo que lográs en la semana de trabajo es lo que llevás a los partidos, como cuando un actor ensaya para la obra de teatro. El fútbol evolucionó en imaginarte lo que va a pasar y en qué tareas les presentás al jugador en situaciones lo más parecidas a las reales, a lo que va a vivir. Cuando los jugadores te dicen que lo que le dijiste está sucediendo, es mágico, sentís que comenzás a ganar el partido porque empiezan a tener confianza, a sentirse superiores, y se fortalece el vínculo de credibilidad entre jugadores y cuerpo técnico. Cuando no pasa, es una cagada. Por eso es tan importante el ensayo, equivocarse, entender que en la frustración porque algo no te sale estás creciendo mucho más.

–Como cuerpo técnico hicieron obras de teatro, collage y bicicleteadas con los futbolistas.

–Para conocer al otro, para entender por qué ciertas reacciones. Creemos mucho en las relaciones y la comunicación. Las charlas con Patricio (Ciavarella), entrenador de arqueros y psicólogo social, son importantes. En Cañuelas, Pato llevó revistas para recortar y armar un collage. Otro día cayó con ropa para disfrazarse. En Godoy Cruz hicimos una bicicleteada por la montaña. Es sacarlos de lo ultra profesional. Siempre les decimos a los jugadores que construimos entre todos. Es verdad: necesitamos de ellos. Cuando termina cada partido queremos escucharlos, su devolución. Además de aprender, nos ayuda a tomar mejores decisiones. Esas actividades que no tienen que ver con el fútbol, como un asado, nos ayudan a conocer al futbolista como persona. Y el grupo se hace fuerte.

–¿Esas actividades por fuera del fútbol se trasladan a la cancha, generan conexiones de juego?

–La pelota es el medio por el que se comunican los futbolistas. Hacen que te conozcas con el de al lado, saber qué le pasa. Suman para mejorar la cohesión grupal. Un jugador, muy retraído, una vez se soltó en una reunión y contó cosas fuertes de su vida. Y claro, después entendés por qué a veces contestaba mal. La gente piensa que el futbolista no tiene sentimientos, que porque hace lo que ama tiene que hacerlo todo perfecto. Y le puede estar pasando lo que le pasa a cualquier trabajador, que se pelee con su señora, que su hijo esté enfermo. Eso afecta. Somos seres emocionales que razonamos. Me autocritico si caigo en la sobreexigencia, o si les doy demasiada información, porque los grandes entrenadores son los que logran transmitir de manera simple. No me pongo en el lugar de la sabiduría. Si tomé una mala decisión táctica, vengo y digo: «La cagué, muchachos». Muchos piensan que eso significa una pérdida de autoridad frente al grupo. Yo, todo lo contrario. Admitir que uno puede equivocarse fortalece al grupo, porque ellos también van a equivocarse, y nadie los va a condenar.

–¿Por qué estudiar hace mejor a un futbolista?

–Porque trabaja el pensamiento crítico. Y si viene un entrenador y te dice algo que no sucede, el futbolista puede tener la capacidad de discernir y decir, con respeto: «¿Te parece?». Te hace no repetir lo que dice alguien que, aparentemente, está arriba en una escala jerárquica. Estoy más a favor del método constructivista, del aprendizaje guiado, donde el alumno descubre y entiende los por qué. Y no del método conductista donde el alumno es una tabula rasa. Estudiar te sirve para salir de la burbuja del fútbol. También te hace ocupar el tiempo, más allá de que el futbolista no es como muchos creen, que entrena dos horas y listo. El futbolista es del entrenamiento presencial, de su rutina por fuera, del descanso. Pero estudiar despeja la cabeza, hace muy bien.

–¿Messi te ayuda en la crianza de tus hijos?

–Mis hijos me dan cada vez menos bola, pero sí. Messi sigue siendo igual de coherente que cuando era un pibe. Sigue teniendo el mismo perfil, transmitiendo los mismos valores, se adapta y se reinventa. Quizá no tiene esa explotación de cuando era chico pero ahora es un estratega. “No te quejés”, les decía a mis hijos cuando les pegaban. A Messi lo cagan a patadas y se levanta y juega a la pelota. O su resiliencia, cómo lo criticaban en la selección y seguir viniendo y jugando. Es un tipo querido y respetado, más allá de ser el mejor del mundo, y criado dentro de un juego como el del Barcelona que transmite el compartir la pelota. Se la pasaban y todos eran importantes. Como mensaje político, como sociedad democrática, está bueno. Todos se expresan y son importantes dentro de un objetivo colectivo que tenía aquel equipo.

–¿Qué políticas te alegran?

–Cuando aparecen decisiones políticas que ayudan a los que menos tienen para que puedan tener la posibilidad de tener otros accesos, las celebro. Se critica mucho la Asignación Universal por Hijo. Es un recurso del Estado. El problema no es la Asignación, que hace que el chico tenga que estudiar. Lo que pasa es que, como humanos, la usamos mal. Pero no están mal las políticas que favorecen a los que menos tienen para que cada vez no tengan menos. El Estado es el puntapié para crecer. Y cuando una generación crezca desde otro lugar, capaz no va a hacer falta. Pero encima vas por la calle y ves esas publicidades de los 0km y decís: «No va a llegar nunca». ¿Cómo va llegar si no están ayudando en nada? No es regalar, eh. Es ayudar. Hay líderes, como Néstor y Cristina, que me identifican. Más allá de errores, es la línea que me gusta, esos pensamientos. Un país crece y se desarrolla mirando hacia adentro, a partir de una mirada más nacionalista.

¿Qué tan presente está Sergio Massa, nuevo ministro de Economía, en Tigre?

–Es fanático, lo vemos, lo escucho mucho por cómo habla. Tengo una muy buena relación. Me esperanza que pueda desde su nueva función ayudar a que mejoremos como país, porque siempre apoyó este tipo de políticas.

¿Vas a volver a Boca?

–Cuando me fui de Boca a dirigir a Ituzaingó a la D me decían que estaba loco, pero sentí que era lo mejor. Me hizo aprender mucho la exigencia de Boca. No es algo que ahora lo tenga en la cabeza porque estoy muy bien en Tigre, pero que uno sepa que quizás el trabajo está bien visto, abre una oportunidad que estaría muy buena. Nuestro foco está en Tigre. Nunca hablé con Román pero sí me llegó que le gusta cómo juega Tigre. Y hay gran relación entre Boca y Tigre.

¿Qué te emociona en el fútbol?

–Cuando ves que la pelota empieza a moverse rápido y la tenemos mucho tiempo y queremos jugar en campo rival, esos goles donde todos participan, donde lo que entrenás sucede, cuando se dan esos abrazos… Con Estudiantes de Buenos Aires jugamos con Colón en la Copa Argentina 2019. Ganábamos 1-0. Lo dio vuelta. Y faltando poco le hicimos el 2-2, y los pibes estaban enajenados. Y el árbitro le dijo a uno: “Paren un poco, cierren el partido, están jugando con Colón, que jugó la final de la Sudamericana”. Y los jugadores le decían: “Estás loco, le vamos a ganar en los 90”. Al final ganamos por penales. Me emociona también sentir el apoyo de los hinchas. Me tocó conocer a la gente de Tigre en el peor momento de la Primera Nacional, y cantaban tanto… Hasta por las dudas tenés que correr. Cuando lográs esa identidad con los equipos, me emociona, y se lo transmitís a la gente, porque sabe que podés ser protagonista, te empiezan a empujar, se genera una atmósfera fantástica, y la pelota va más rápido, son esos centros que pasan por el área y sentís el “uuu” y te empezás a envalentonar. Es el ADN que sentimos los argentinos por este juego.