Jürgen Klopp es del grupo de entrenadores capaces de convertir una conferencia en un momento atractivo, desacartonado, singular. El modelador del Liverpool que jugará por segundo año consecutivo la final de la Champions League puede despertar una polémica por describir como «erótica» la voz de una traductora, llegar antes de tiempo a la rueda de prensa para acelerar –sin intención– la salida de Pep Guardiola, irse corriendo al baño o reflexionar sobre los efectos del Brexit. «Para Inglaterra, obviamente, al menos los grandes clubes ingleses, quieren quedarse con todo lo que tienen en Europa», bromeó sobre la situación política del país y el contraste con el dominio de los equipos de la Premier en las competencias más importantes del continente. Pero no hubo una sola carcajada en la sala. Fue una decepción para Klopp, amante de esas situaciones. «¿No lo entendieron, no? Porque el resto del país no quiere eso», explicó y se disculpó por pensar que era un buen chiste de actualidad.

No fue la primera ocasión en la que Klopp –alemán del pequeño poblado Glatten, 51 años, némesis de Guardiola, ahora también enterrador de las ilusiones de Lionel Messi y compañía de dominar Europa y entre los diez técnicos mejores pagos del mundo– tomó una posición política. Toda una rareza para el ambiente y el contexto en el que se desarrolla el peculiar entrenador. Acaso por eso su frase se volvió placa y se viralizó una vez que el Liverpool pulverizó a Barcelona con una remontada tan fuera de libreto como argumentada en la Champions más frenética de los últimos tiempos.

–Señor Klopp, vamos al grano: ¿usted es de izquierda o no?

–No me considero muy político, pero si me pregunta: claro que soy de izquierda. Evidentemente, más a la izquierda que al centro.

La pregunta y la respuesta salieron publicadas en una larga entrevista en el diario Taz, un medio cooperativo fundado en 1978 por jóvenes militantes de movimientos feministas, pacifistas y ecologistas. En la publicación que salió en 2004 cuando dirigía al Mainz –lo dirigió entre 2001 y 2008– también se reconoció como creyente, protestante y cultor del Estado de bienestar. «Algo que nunca haría en mi vida sería votar por la derecha», afirmó para que la frase se repitiera cada vez que se bucea en su archivo.

Acaso el atractivo de Klopp sea que puede saltar de explicar cómo funciona el Gegenpressing –su estilo de juego para presionar y asfixiar al rival– a recordar la masacre de Hillsborough por la que murieron 96 hinchas del Liverpool en 1989  o a pedir repensar el «Sí» al Brexit de los ingleses. Tal vez sea una cualidad adquirida en su época de comentarista en la televisión alemana ZDF, tarea que compartía con la dirección de Mainz. «La Unión Europea no es perfecta, no ha sido perfecta y no será perfecta. Pero es la mejor idea que hemos tenido hasta el momento», dijo en The Guardian y también elogió a Angela Merkel.

Al multifacético y excéntrico Klopp también se lo compara, por caso, con el filósofo Martin Heidegger. Así lo ubica el filósofo británico Simon Critchley en el libro En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, de Simon Critchley. «Quizás su fe religiosa es algo que le permite poner el fútbol en perspectiva. A menudo oímos que el fútbol sólo es un juego. Es uno de esos tópicos que rodean a este deporte. Pero el problema es que es mucho más que un juego», opinó Critchley, hincha de Liverpool y del entrenador.

En la conferencia en la que asumió como conductor de Liverpool, Klopp se describió como un tipo común. «I’m the normal one», dijo en contraste con José Mourinho que se había autodenominado como «The special one» (un tipo especial) al llegar a Chelsea. Klopp es el arquitecto de Liverpool, el amante del heavy metal, el tipo que remarca sin dejar de reír que jugar una final en Madrid es caro para los hinchas aunque menos absurdo que jugarla en Azerbaiyán, como la Europa League, y el que dice que la misión es «que este minúsculo pedazo de tierra sea más hermoso». «