A la Argentina le pasó lo que no le había pasado en ninguno de los otros siete partidos del Mundial: nunca tuvo el control del juego. España lo controló de principio a fin, anuló a Facundo Campazzo y se impuso con autoridad (95 a 75) para lograr el segundo campeonato de la historia. La selección, pese a la bronca por la derrota, coronó una participación inesperada y de alto vuelo en la competencia en China. Nadie había calculado que el equipo nacional estaría en la definición y ese fue todo un mérito del conjunto conducido con maestría por Sergio Hernández.

El dominio español fue total: se llevó todos los cuartos y jugó en un nivel aún más elevado del que había mostrado en el camino a la definición. La clave de los campeones pasó por contener a Facundo Campazzo, el cerebro y el que impone el ritmo en la Argentina. El base de Real Madrid era un factor fundamental para las chances nacionales y nunca pudo mover el equipo a su gusto. Esta vez, la estrategia europea se impuso a la sudamericana a tal punto que Luis Scola recién anotó sus primeros puntos en el tercer cuarto desde la línea de libres. El único lanzamiento de campo llegó cuando faltaban 5:34 para el final. Es un punto que explica las barreras que encontró la delegación, ahora envuelta en tristeza por la caída. En unas horas será satisfacción por una actuación histórica que la volvió a poner en lo más alto del plano internacional. 

“Hoy no perdimos la final del mundo: ganamos la plata”, dijo Hernández, con la voz entrecortada y la medalla apoyado sobre el pecho. El entrenador fue otra de las piezas claves para construir el equipo que atravesó la competencia con una calidad y un nivel inimaginados. Solo España contó con las herramientas para frenar a la ofensiva de Argentina y, a la vez, perforar la atosigante defensa nacional. “Los felicitamos porque jugaron mejor que nosotros. Es un justo campeón”, admitió Scola, incluido en el quinteto ideal de China 2019. No es para menos: Scola se convirtió en el segundo goleador y el que más partidos jugó en la historia. A los 39, perfeccionó su juego y el de sus compañeros demolieran a Serbia y Francia, por caso. 


“¿Qué estamos haciendo?”, preguntó Hernández en modo de reto al pedir el primer minuto cuando España ya dominaba de entrada. Quería tocar el orgullo de sus dirigidos. Buscaba despertarlos. No pudo hacerlo en la final, aunque ya había hecho lo más importante: modelar un equipo con la estatura de la Generación Dorada y diseñar un plantel que mira al futuro.