A Serena Williams la apuntan los periodistas. Tiene 16 años. Acaba de ganar un partido en el US Open 1998. Con su hermana Venus –un año mayor– son las aspirantes al trono del tenis. «Blackie & Blackie», las llaman, un latiguillo despectivo hacia un afrodescendiente. Las Williams, criadas en el ghetto de Compton, California, se adentran en «el deporte blanco». En la conferencia de prensa, un periodista le marca a Serena que el origen de la palabra «ghetto» deriva en verdad de Europa del Este, no de la comunidad negra de Estados Unidos, como había deslizado ella. La discusión crece. Y el periodista saca un diccionario y lee la etimología de la palabra «ghetto». Serena se toma unos segundos, deja entrever una sonrisa, y le responde con desdén: «Es tu información, yo tengo la mía».

Al año siguiente, en 1999, Serena ganará su primer US Open. Es, con 73 títulos singles dentro cuatro décadas diferentes en el circuito femenino (WTA), la tenista más ganadora de Grand Slam en la era profesional iniciada en 1968, hombres incluidos. Suma 23 –a uno del récord de la australiana Margaret Court–, el último el Abierto de Australia 2017, cuando lo ganó embarazada de dos meses de su hija Olympia. Este lunes debutará ante la montenegrina Danka Kovinić en la primera ronda del US Open 2022, su último torneo. Porque anunció que, a los 40 años, su «evolución» –no retiro– está lejos del tenis. Con Muhammad Ali, Serena Williams es acaso la deportista negra más importante de todos los tiempos. No sólo por transformar el juego, ahora más potente, sino por excederlo.

Deja el tenis, detalló en un ensayo publicado en la revista Vogue, porque quiere volver a ser madre. «Créanme, nunca quise tener que elegir entre el tenis y una familia. No creo que sea justo. Si fuera un hombre, no estaría escribiendo esto porque estaría jugando y ganando mientras mi esposa hace el trabajo físico de expandir nuestra familia. Definitivamente no quiero volver a quedar embarazada como tenista». Serena casi muere en el parto de Olympia. Cesárea, tromboembolia, hematoma, más de seis semanas de reposo. Arrojó luz: expuso que las mujeres negras en Estados Unidos tienen tres veces más posibilidades de morir en el embarazo o el parto. Cuando volvió al tenis, con coagulaciones, usó un traje negro elastizado, enterizo. Lo llamó Black Panther, como la película del momento. «Siempre quise ser un superhéroe», ironizó. Se lo quisieron prohibir. Y Serena dio un golpe de jiu–jitsu: impulsó cambios reglamentarios, como la vestimenta y la extensión de la licencia posparto, que debió aceptar la WTA.

En 2001, a los 19, tres años más tarde de que aquel periodista le explicara qué es un ghetto con un diccionario, Serena ganó Indian Wells, en California. Antes de la final había corrido un rumor infundado: que «la familia Williams» había arreglado un partido. Abucheos. Richard Williams, su padre, recibió insultos racistas. Los escuchó Serena. Lloró en la vuelta a casa con el trofeo entre las manos. Indian Wells, escribió S. L. Price en Sport Illustrated, «se convirtió en la herida abierta del WTA Tour, revelando tensiones en un deporte que se había anunciado como pionero en la igualdad racial y sexual». Serena no volvió a jugar Indian Wells hasta 2015. Antes corrigió tres veces el ensayo con el que anunciaría la vuelta. Lo compartió con su padre y sus hermanas. Había visto una película sobre Nelson Mandela. «Me criaron para perdonar a la gente», aceptó Serena, testigo de Jehová como Richard. «Y sentí que no estaba haciendo lo que me enseñaron». En 2006 había viajado por primera vez a África: había recorrido las mazmorras de los esclavos en Ghana. Volver a Indian Wells fue una acción política ante la brutalidad de policías blancos contra ciudadanos negros. «Había ido de adolescente a Indian Wells, y fue difícil. Pensaba que no debería tener que lidiar con esas cosas –dijo–. Avanzamos hasta 2015 y aún tenemos jóvenes negros asesinados. Alguien tenía que hacer algo. Y pensé que había algo más grande que yo y el tenis. Necesitaba volver y hablar contra el racismo». Se inscribió en una clase de historia de los derechos civiles en Estados Unidos: «Me decepcionó lo poco que sabía en comparación con lo mucho que creía saber». Y en una charla con estudiantes dijo sentirse intimidada por el ejemplo de los activistas negros de la década de 1960, como las Panteras Negras. Black Panther.

Si a Serena le criticaban la ropa colorida, le agregaba brillos y perlas (llegó a jugar en tutú de bailarina). Si le cuestionaban las trenzas en el pelo, subía la extravagancia del look. Si escuchaba que su cuerpo era «demasiado masculino», trabajaba aún más la musculatura de sus piernas. Un entrenador llegó a decir que no quería que las jugadoras se parecieran a Serena, que su cola era grande y que tenía el cuerpo «equivocado». «Los hermanos Williams», dijo en 2014 Shamil Tarpischev, presidente de la Federación Rusa.

«La carrera de Serena –destacó la escritora Caira Conner en The Atlantic– se siente diferente no sólo por lo que ha logrado, sino por lo que ha soportado: comentarios sobre su cuerpo, su raza, su actitud, su ira, su guardarropa, su feminidad». Diseñadora de moda, empresaria, presentadora de TV y actriz, Serena es una de las dos mujeres entre los 50 deportistas más ricos del mundo según Forbes. El 78% de sus inversiones abarcan a empresas fundadas por mujeres y negras. Volvió cada tanto a África: financió la construcción de dos escuelas en Kenia. Pero su «núcleo», dijo, es el tenis.

Serena siempre compitió como si negara la existencia de la derrota. Ganar o ganar. Mariana Díaz Oliva es una de las seis argentinas que enfrentó a la menor de las Williams, en la segunda ronda de Roland Garros 1999. Triunfo 6-3 y 6-4 de Serena. «Cuando empezamos a pelotear, tiraba pelotazos fuertísimos, no me dejaba entrar en ritmo, me quería intimidar. Después, el partido fue parejo. En un momento terminamos en la red y gano un punto y lo grito. Y me mira con una cara de odio, como el boxeador que te va a matar. Después, en los cambios de lado, yo temblaba», recuerda Díaz Oliva, comentarista en ESPN, y puntualiza: «Cambió el tenis femenino, dejó de ser sólo vistoso, lo subió un escalón: nadie sacaba tan fuerte, nadie llegaba a la carrera y tiraba con tanta velocidad, nadie devolvía la pelota con tanta potencia. Hoy, tras Serena, casi todas las tenistas son atletas. Y siempre luchó por los derechos de las mujeres, por la igualdad económica y de exposición».

Richard, su padre, había escrito un libro de 78 páginas para «hijas campeonas». Le escondió pastillas anticonceptivas a Oracene. Decidió que sus hijas crecieran en Compton, porque «los campeones salían del ghetto». Y les pagó a pandilleros para que las intimidaran en los entrenamientos, para que se hicieran «más malas» antes de entrar al circuito. Es la historia de la película King Richard (2021), interpretado por Will Smith. Pero Serena se mudó a los nueve años a Haines City, Florida, para asistir a una academia de tenis. Endureció su carácter, en concreto, cuando su madre Oracene le dijo que los blancos nunca la aceptarían por completo. «¡Sos racista!», le recriminaba Serena. «Sólo quiero que estés al tanto», le devolvía su madre. Richard había sido víctima del Ku Klux Klan: renguea porque cuando era niño lo apuñalaron con un picahielo.

Serena inspiró a miles. Coco Gauff –18 años, N° 12 en el ranking, finalista del último Roland Garros– dijo que juega porque vio «a alguien como yo que dominaba el tenis». «Al ser un deporte predominantemente blanco, ayudó mucho. Me hizo creer», agregó. Kendrick Lamar, el mejor rapero del mundo, nació en el ghetto de Compton, donde Yetunde Price, la hermana mayor de las Williams, fue asesinada a tiros en 2003. Kendrick eligió a Serena como su sportswoman. «Ella –dijo– siempre ha sido fiel a sí misma y a su lugar de origen. Representó a su comunidad y a su lucha. La energía que tiene para superar los obstáculos que ha tenido en su vida personal y ver a través de sus sueños y aún así llegar a dónde quería estar, eso es lo que separa a Serena de todos los demás». En The Heart Part 5, lanzada en 2022, Kendrick Lamar arranca: «A medida que voy creciendo/ me doy cuenta de que la vida es una perspectiva/ y mi perspectiva puede diferir de la tuya».