Siempre recuerdo cuando mi viejo me dijo que no iba a volver más a la cancha, que se había cansado de Racing. Me costó entenderlo pero tuve que aceptarlo. Eran muchas frustraciones acumuladas para un hincha que había vivido demasiado de las buenas. Ya estaba grande, ya estaba agotado. Los pibes como yo íbamos a seguir estando porque salíamos de la cancha, incluso a pesar de la derrota, energizados por la fuerza de la tribuna. Nos íbamos cantando por Racing. 

Volví a acordarme de ese instante en algún momento del partido con Independiente, sintiendo la agonía de un sábado extraño. No era tanto por la derrota -o sí, también- sino mucho más por las pequeñas batallas que empezaron a explotar en cada costado, peleas y discusiones que son típicas de tribuna pero que armaron una hostilidad desconocida para los últimos años de Racing, diría que para las últimas décadas. 

Vi a mis dos hijos mirando el partido, unos escalones más abajo que yo en la tribuna, y tuve la sensación inédita -tengo 44 años- de perder las ganas. Me sentí mi viejo a principios de los noventa. Me sacudí enseguida esa disforia cantando, gritando, mirándome con los amigos que me rodeaban. 

Lo que se expresaba, para ojos ajenos, se parecía a una bronca más cercana a la vive un club en estado de coma, quizá al borde del descenso, situaciones que Racing conoció hace tiempo pero que ya no le pertenecen. Perdía con Independiente, que duele, pero a la vez era un equipo que hasta ahí estaba invicto y puntero en la zona que le tocaba jugar. 

Eso me dijo un amigo que no es de Racing unas horas después, horas en las que nos bombardeaban a notificaciones los grupos de WhatsApp, los chats individuales, las conversaciones en las que intentábamos encontrar algún consuelo, en las que ya nos contábamos que Fernando Gago se había ido. 

¿Tan mal están que quieren romper todo? ¿Para tanto que se vaya el técnico”, me preguntó Emiliano. Le mandé un audio larguísimo -nos tenemos permitido eso- tratándole de explicar lo que hinchas de otros equipos quizá no entendían. Le dije esto: es que no es que estamos tan mal, pero tampoco estamos tan bien, estamos en el medio, en un no lugar.  

Ser hincha de tu equipo es sostener una esperanza permanente. El caudal es inagotable, incólume, nada lo modifica. Podés perder, ser goleado, ver cómo tu delantero erra una y otra vez, que te empaten sobre el final, y tu esperanza va a seguir ahí. Para los próximos minutos, para el próximo partido. La esperanza es nuestro combustible. Volvemos a la cancha como si nos hubieran reseteado. 

Los hinchas de Racing que nos criamos en la derrota, los que de chicos vimos el descenso, los que escuchábamos los relatos en blanco y negro de los años dorados, nos construímos una épica. La épica del aguante, de la hinchada, la que va a todas partes, la que siempre te alienta. Una fuerza extraordinaria se imponía en la cancha, en los cuerpos, la que reconstruía la esperanza. Racing era una militancia que excedía a un partido, que se jugaba en la semana. Quiebra, gerenciamiento, las buenas ya van a venir. 

¿Hace cuánto llegaron las buenas? ¿Hace diez años? ¿Hace nueve? Es cierto que el campeonato de 2001 terminó con 35 años de vivir a contramano, pero se pareció mucho a una excepción. Entonces, ¿hace cuánto? ¿Desde que en 2013 Víctor Blanco, que era vice segundo, asumió el gobierno después de la pelea del presidente y el vice primero? Con el club de vuelta a los socios, con el Predio Tita Mattiussi que sacaba talentos y comenzaba a regar de millones de dólares la tesorería, con Diego Milito otra vez en casa, con las desgracias ajenas -hay que reconocerlo- que ayudaban, el mundo se acomodaba a nuestro favor. Todavía no lo sabíamos, no éramos conscientes, pero vino el título de 2014 y, con ese título, la espiritualidad del Racing Positivo.

Pero esa idea era perecedera. Podía durar un tiempo. Los nueve años que siguieron a ese título tuvieron varias desorientaciones dirigenciales, pero mientras tanto Racing competía. Volvió Lisandro López y volvió para ser campeón, para ponerse el dedo en la sien. Milito se retiró y se convirtió en un concepto. Nuestros ídolos estaban con nosotros. Y entonces empezó a quedar viejo eso de contarle a los más chicos lo que Racing había sufrido. Es como contarles a los más jóvenes qué fue el 2001 en la Argentina. Hay que hacerlo, hay que tener memoria, pero también ubicarse en el tiempo. 

Ya comenzaba a hacerse carne que la costumbre de competir, de estar en las copas, de pelear hasta el final, de ganar clásicos como el que se ganó con el Chelo Díaz, con 9, estaba bien pero había que ir por más. El malentendido con el Racing Positivo era que no se podía hacer críticas. Lo tenía que entender, sobre todo, la dirigencia. Después del título de 2019, ahora con Milito en la secretaría técnica, aparecía la posibilidad de un nuevo despegue. Pero un año después Milito se fue precisamente con esa crítica. Encontraba los límites para hacer un club mejor. Aún así, al mes siguiente, Blanco consiguió la reelección con el 71% de los votos. 

Lo que se acumuló en este tiempo fueron las frustraciones de una expectativa mayor. No fue sólo la eliminación con Agropecuario en Copa Argentina, el partido hiriente contra River de Uruguay en Copa Sudamericana, el 5-3 con Huracán o la derrota por penales contra Boca por la Libertadores. Antes también hubo de eso. Una eliminación muy fea de Copa Libertadores contra River, de Copa Argentina contra Sarmiento de Resistencia. Pero hubo un episodio que aparece todavía incurable. La tarde del penal de Jonathan Galván contra River movió todos los cimientos, quebró el vínculo de los hinchas con el equipo. Todos íbamos a volver, a resetearnos, pero esa factura todavía quedaba por cobrarse.  

Lo que tronó en el último clásico, incluso el grito contra Gago, fue el rumor de ese penal que se mantenía acallado, quizá con los ibuprofenos de dos copas a partido único ganadas a Boca. La expectativa de estos tiempos fue tan grande que los golpes comenzaron a tornarse intolerables. Consumieron la esperanza, ese bien indispensable del hincha, que comenzó a ser más difícil de reconstruir. 

Ya no hay épica en la derrota. Ahora hay exigencia y reclamo. Los hinchas -no sólo los de Racing- también cambiaron. Los nuevos hinchas, las nuevas generaciones, ya no quieren ser los únicos protagonistas de la fiesta, quieren que el equipo les entregue la fiesta. Mientras el discurso oficial en Racing insistía con que estamos bien, y volvía a espejarse con los peores tiempos, el discurso de abajo era el de queremos más. Cuando de arriba no se escucha lo que se cocina abajo es el hartazgo.  

Hay también una ausencia de narrativa. El técnico y los jugadores -igual que los dirigentes- también tienen que comunicar, los hinchas lo esperan. Esperan que les digan que confíen, también que les digan que esa noche fueron un desastre y que no va a volver a pasar. Los hinchas esperan esa palabra. Racing tuvo su narrativa con Milito y con Lisandro, cada uno a su momento. Marcelo Gallardo le dio, además de títulos, una narrativa a River (“Que la gente crea”). Rubén Insúa se la dio a San Lorenzo. Carlos Tevez se le da en estos días a Independiente. Juan Román Riquelme le habla a los hinchas de Boca y los hinchas de Boca escuchan. ¿A quién puede escuchar por estas horas un hincha de Racing?

Gago, que mejoró jugadores, que subió juveniles, que diseñó un equipo que tuvo buenos partidos, que compitió y que perdió, nunca construyó una narrativa. No lo hicieron los jugadores, no lo hizo tampoco ningún dirigente. Nadie indicó hacia dónde se iba. El caldo de cultivo que la dirigencia de Racing no atendió, una noche explotó. Había que ir por más y decir que se iba por más. Había que tener un estadio en mejores condiciones, un sistema de ingreso amable, obras y cambios que te mejoren la vida como hincha. Todo eso surge en el hartazgo, no sólo un partido.

¿Se puede reconvertir el hartazgo en una fuerza? Racing es una causa colectiva que necesita a sus hinchas. Así fue cómo un grupo de socios hizo el predio Tita, con ese compromiso. En el club hay política, hay agrupaciones, hay gente con ideas, tiene que haber debate. El concepto Milito está vigente y para muchos es una bandera, la posibilidad de otro futuro para el club. La chance de reconstruir eso que se llama esperanza. Mientras tanto, ahora es domingo, juega Racing contra Platense, y ahí estamos otra vez. Nunca vamos a dejar de estar.