Con seis notables discos de estudio en su haber, y aun sin la masividad que habría de alcanzar, a comienzos de 1992 Rodolfo “Fito” Páez ya había sido consagrado por la tradición de nuestra música popular: había formado parte de la banda de Charly y grabado Piano Bar en 1984, para luego dar forma, en 1986, al memorable álbum La, la, la a dúo nada menos que con Luis Alberto Spinetta. Ambos, referentes, ídolos, maestros, lo habían arropado como a un hermano menor del que esperaban sucesión.

Y sucedió: ¿qué más se podía esperar después de tocar y grabar con Luis y con Charly? Alcanzar la cima de la expresión e invertir los roles, haciendo que Spinetta y García, ahora, fueran al menos por un momento los acompañantes de su viaje. El amor después del amor fue, en efecto, esa cumbre tan real como imaginaria desde la que Fito se constituyó finalmente en lenguaje: en un modo de ser y de estar en la música frente a la complejidad del sentir, de la vida, la memoria y, tal como reza el título del álbum, el amor. 

Lanzado el 1 de junio de 1992, desde el primer día el disco fue un éxito rotundo, colocando a Páez en el centro indiscutido de la escena nacional. De los 14 temas que lo componen, 10 fueron cortes de difusión e inundaron durante años, hasta el presente, las radios del país. Su complejidad y amplitud estética, lírica y sonora lo convirtieron con justicia en una de las joyas de nuestro rock. Con su placa anterior, Tercer Mundo, aparecida en noviembre de 1990, Páez ya había realizado un giro de depuración estética que ahora alcanzaba un punto de inflexión, con una diversidad de registros, ambientes, armonías y gestos u observaciones musicales que iban al fondo de una experiencia arrojada a la música como fundamento amoroso de lo real.   

En ese entonces, Fito ya estaba en pareja con la actriz Cecilia Roth, musa y estímulo fundamental a quien está dedicado el disco de manera explícita: “Para Chechu”. Se habían conocido en una fiesta, en Punta del Este, durante el verano del 91. La unión fue tan poderosa que marcaría la totalidad de las composiciones, tanto en el plano anímico, sensual, de las mismas, como en cierto tono cinematográfico, de gran potencia visual, en el que hacen eje muchos de los temas de El amor después del amor. De hecho, el tema que da nombre al disco es toda una confesión en torno a la situación sentimental del autor, aunque planteada con gran maestría en la tradición beatle del amor como hecho social.

Dos de los temas más celebrados del disco, “Un vestido y un amor” y “Tumbas de la gloria”, quizá sean los ejemplos más directos y paradigmáticos del talento de Páez a la hora de transmutar lo biográfico y llevarlo a un plano de dramatismo insoslayable allí donde la expresión deviene arte. Cuestión vital en él, sin duda, y uno de los aspectos más convocantes y admirados de su música. The Golden Light, de reciente estreno, no ha hecho sino ratificar esa percepción. “Tumbas de la gloria”, además, condensa todas las influencias del rock, el pop y el tango, con un fraseo descomunal que abre el tema desde lo inesperado, al igual que “La Verónica”, una de las entradas más asombrosas y concretas -en sentido poético- de que se tenga memoria en el rock argentino.

La nómina de colaboraciones fue otro hito: a Charly, coautor de letra en “La rueda mágica”, y Luis Alberto, con voz, guitarra y arreglos en la emocionante “Pétalo de sal”, se sumó la autoridad vocal de Mercedes Sosa en “Detrás del muro de los lamentos”, además de la participación de Fabiana Cantilo, Celeste Carballo, Claudia Puyó, Andrés Calamaro, Melingo, Ariel Roth, Osvaldo Fattoruso y el Chango Farías Gomes, entre otros. La banda de Fito, conformada por Tweety González, que propuso el loop del tema homónimo, Ulises Butrón, Guillermo Vadalá y Daniel Colombres, lo asistió con un altísimo nivel de perfección y dedicación instrumental. La grabación se realizó entre Buenos Aires, Madrid y Londres, donde se trabajó en los míticos estudios Abbey Road y en el Studio AIR, en ese entonces propiedad de George Martin.  

Reparar en los aniversarios de discos u obras de arte que han fecundado con gracia la vida espiritual de los pueblos no son solo un trámite, o una efeméride pasajera: hay en el recuerdo un deber de memoria cultural, de memoria poética, que nos pone frente al rigor del arte y la creación como fenómenos necesarios, vitales, para cualquier sociedad que ponga la ética como horizonte de convivencia. En ese sentido, El amor después del amor ya es parte de la educación sentimental de varias generaciones que adquirieron, a través de sus canciones, una sensibilidad muy precisa, una visión apegada a ese enamoramiento absoluto que une la música con la vida cotidiana para llevarla a un grado profundo de atención y asombro. A tres décadas de la aparición del disco, podemos decir que aquel 1992 quedará enmarcado para siempre como un hito en “la música de los sueños de nuestra juventud”.