El tiempo pasa, nos vamos poniendo streaming, pero alguna cosas funcionan –casi– como siempre. Para hacer realidad una buena película, serie y/o tira televisiva se requiere de una historia convincente, actores capaces de interpretarla y –de ser posible– alguno o algunos que ofrezcan un valor agregado. Cierto carisma o magia que suele describirse como la capacidad para traspasar la pantalla. Pablo Echarri logró inscribirse en ese selecto grupo con éxitos importantes en la televisión y el cine –Resistiré, El elegido, Montecristo y Plata quemada, entre otros– a lo largo de una carrera que ya superó los 30 años. Aquel joven que encontró lugar en la industria audiovisual al cobijo de ciertos estereotipos, creció como actor, se transformó en un artista popular y hasta le sumó la faceta de productor. Paralelamente, comenzó a expresar en forma pública y con gran tenacidad sus convicciones políticas, lo que le valió no pocos conflictos y postergaciones laborales.


Hoy Echarri está particularmente entusiasmado con El silencio del cazador, la película dirigida por Martín Desalvo que llegó a los cines este jueves. Interpreta a Ismael Guzmán, un guardaparques que trabaja con dedicación y compromiso en la selva misionera. La inesperada aparición de un yaguareté –a los que se consideraba extinguidos en la zona– abrirá paso al conflicto nominal de la historia. Los dueños de las tierras de la zona querrán cazarlo porque ataca su ganado, mientras el equipo del Parque Nacional procurará que ese deseo no se concrete. Esa pelea se corporizará entre Guzmán y Orlando “El Polaco” Venneck (interpretado por Alberto Ammann, reconocido por su trabajo en Narcos). Pero por debajo de ese juego de roles se abrirán camino las tensiones generadas por un triángulo amoroso, una lucha de clases con historia, el privilegio de los ricos ante la Justicia y hasta un alegato ambientalista no exento de alguna ironía.

En un extenso diálogo con Tiempo, Echarri reveló los pormenores de una película y rodaje que lo cautivaron especialmente, y también –como no podía ser de otra manera– reflexionó sobre el presente de nuestro país.


–¿Qué es lo que más te atrajo para formar parte de El silencio del cazador?

–Que el argumento es o parece simple. Se trata de una película de género. Le podemos decir thriller o, si queremos, hasta western misionero. Pero a partir de una historia sencilla podemos apreciar otras complejidades, otras conflictos que considero que van a atrapar a las y los espectadores. Para mí una película tiene que entretener, seducir, pero también dejarte pensando. Hacer que te lleves algo nuevo a tu casa. Creo que El silencio del cazador
lo logra.

–La entrega y generosidad de tu personaje despiertan  la identificación del espectador. Pero conforme avanza la historia se nota que sus motivaciones no siempre son tan altruistas.

–Es otro de los aspectos valiosos de la película. No apela a las figuras tradicionales de héroes y villanos. Podemos decir que en algún personaje prevalecen ciertos valores, pero todos son seres humanos y están cruzados por dolores, inseguridades y hasta diría contradicciones. Guzmán es idealista y fiel a sus ideas, pero también inflexible, y se enreda en los celos y el rencor. Creo que eso termina incomodando un poco al espectador, un aspecto muy enriquecedor también porque invita a pensar. La producción audiovisual, sobre todo estadounidense, por décadas construyó y de alguna manera nos acostumbró a personajes sin fisuras. Esta historia muestra otra cosa.

–¿Filmar alejado de tu casa y en un lugar como la selva misionera genera otra mística?


–No tengas dudas. La mayoría de las filmaciones se realizan en estudios o locaciones cercanas a dónde vivimos. Eso implica, como para casi todo el mundo, lidiar paralelamente con los chicos, el colegio, las cosas de la casa… Por el contrario, cuando todo el equipo debe trasladarse a otra provincia se genera otro clima. Se trabaja muchas horas en campo, pero cuando volvemos al hotel seguimos juntos, hablando de tal o cual escena, repasando el guión, tirando ideas y escuchando las de los demás. Se respira la película las 24 horas. Por supuesto que esa circunstancia de por sí no garantiza que el resultado sea una gran película. Pero favorece un nivel más profundo de concentración, de autoexigencia y una unión grupal más profunda. También, obviamente, sumó mucho la belleza y el carácter inhóspito de la selva misionera.

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–Hace rato que sos un actor reconocido y no dudás en expresar tus convicciones políticas en forma pública. ¿En algún momento sentiste que te hacían pagar costos demasiado altos?


–No. Uno va tomando las resoluciones que considera mejores a lo largo de su vida sin calcular ni especular. Y a medida que avanza se encuentra con consecuencias. A los 40 y pico de años ya tenía una familia y me encontré con una situación que nunca hubiera imaginado: el secuestro de mi padre. Fue algo muy dramático y movilizante, aunque afortunadamente no tuve consecuencias irremediables. Esa situación me hizo reflexionar mucho. Más allá del deseo de que se haga justicia según la ley establece, tomé conciencia como nunca que todo ese tipo de hechos –más allá de las modalidades y de las circunstancias que las favorecen– están marcados por la desigualdad social. Y sentí que me tenía que involucrar más, aportar mi granito de arena para buscar una sociedad distinta. Eso no significa que yo pueda cambiar mucho, pero sí aportar desde mi lugar y dejarles a mis hijos al menos una referencia. Quiero una sociedad más igualitaria y justa. 


–Vivir hechos tan traumáticos en primera persona muchas veces genera el efecto contrario. Potencia el reclamo de penas más duras, por ejemplo, y no tanto la convicción sobre la necesidad de cambios más estructurales.


–Sí, suele suceder. Pero en esos días de encierro, esperando desesperado una llamada, pensé mucho. Surgió una semilla en mí y no pude ni quise detener su crecimiento. La desigualdad social es la primera causa que empuja al delito. Quiero mostrarles a mis hijos que vale la pena pelear por una sociedad más justa. Nuestra sociedad estaba muy marcada por la herencia de la dictadura. El sedimento del «no te metás» seguía circulando. Después la cultura del sálvense quién pueda de Menem, el «que se vayan todos» que generó De la Rúa… Por eso también la influencia de Néstor Kirchner fue tan determinante. Con él vimos en la práctica que la política podía transformar para bien la vida de la gente, sobre todo de los que menos tienen.


–¿Cómo ves estos tiempos de pandemia en los que algunos desalientan primero el uso de vacunas y después reclaman que faltan dosis, ignorando que transitamos un contexto global de escasez?


–Queda claro que aquello de que la pandemia era una oportunidad para sacar lo mejor de todas las personas quedó muy atrás. Lo digo por la Argentina y por el mundo en general. Vemos casos puntuales de gestos muy nobles, pero en definitiva los solidarios son igual o más solidarios que antes, y a los que solo le importa su bienestar intentan sacar mas y mas ventajas. Creo que los sectores políticos más conservadores de nuestro país tienen demasiado a mano El príncipe (Nicolás Maquiavelo) y apuestan a que el fin justifica los medios. Se trata de una herramienta política muy peligrosa que en el medio de una pandemia se torna dramática. Los saltos ornamentales que hemos visto con el tema de las vacunas son un ejemplo contundente. Se pasó de la denuncia por envenenamiento al reclamo de cómo todos los argentinos no están vacunados, casi sin escalas.


–¿Cómo se construyen consensos y un rumbo a futuro si una parte importante de la oposición despliega acusaciones estrafalarias, como que el Gobierno quiere ser Venezuela o que es comunista?


–Se hace difícil. Casi imposible, diría. El presidente demostró desde el primer día su voluntad de generar diálogo y consenso con la oposición. Era muy clara su deseo de enfrentar la crisis económica heredada y la pandemia tendiendo puentes. Pero no es nada sencillo porque la oposición, más allá de lo que declama, rechaza el diálogo sincero y productivo. El pensamiento conservador es excluyente y tiene una mirada única. Si la oposición no está interesada en los acuerdos, se deberá avanzar de otra manera. No olvidemos que el Gobierno de Mauricio Macri utilizó los decretos de necesidad de urgencia en forma permanente. Alberto no es amigo de esa fórmula, pero puede desplegarla en los casos que amerita. La reforma judicial, por ejemplo, despierta reacciones muy fuertes de sectores de poder con mucha influencia. Es algo que prometió durante la campaña y los votos que recibió en las elecciones y la Constitución lo avalan para hacerlo.  «


El silencio del cazador

Dirección: Martín Desalvo. Guión: Francisco Kosterlitz en colaboración con Martín Desalvo. Elenco: Pablo Echarri, Alberto Ammann, Mora Recalde, César Bordón, Mercedes Burgos. En cines.



Dos machos alfa, cara a cara

Echarri habla con particular entusiasmo sobre El silencio del cazador y disfruta analizando las diferentes dimensiones de la película. «Hay un aspecto que para algunas o algunos puede resultar más polémico», advierte. Y luego desarrolla: «Retrata la pelea de dos machos alfa que se enfrentan –también– por una mujer. Sin embargo, ahí el guión nuevamente se aleja de los estereotipos del pasado. Las dos mujeres que forman parte de la historia tienen menos minutos en escena, pero resultan vitales. Una es Sara, la pareja de Guzmán: una mujer empoderada y solidaria, que transita sus deseos y contradicciones, y va tomando decisiones. La otra es la empleada del Polaco, maltratada por décadas, pero  que logra encontrar una salida favorable a su situación. Creo que las peleas de machos alfa siguen sucediendo y sería contraproducente no visibilizarlas. Queremos una sociedad donde las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres. Por eso también es bueno retratar estos esquemas más elementales, aunque en rigor la disputa entre Guzmán y el Polaco va mucho más allá de ese triángulo amoroso», señala el actor.


Fenómeno global

La reconocida pasión de Echarri por la política también hace foco en fenómenos puntuales, como la mayor visibilidad de los autodenominados «libertarios».

–Creo que es un tema global. Hace poco seguí de cerca la presentación de una supuesta influencer española y su discurso en favor de Franco era aterrador. Son aquellos que en el adversario político ven a un enemigo que merece ser pulverizado y/o desaparecido. En algunos momentos de la historia lo han logrado. Ahora se apropian de palabras como libertad y rebeldía que nada tiene que ver con ellos. También noto que suelen ser muy refractarios a los feminismos. Ante todo son reaccionarios. Creo que esa derecha hasta no hace mucho era vergonzante. Se escondía debajo de la alfombra. Hoy se muestran sin pudor. Afortunadamente, no parecen tener una gran representatividad. Ojalá no me equivoque.