Locutora, autora, humorista, conductora, columnista y más ocasionalmente actriz. Dalia Gutmann se recibió de locutora en el Iser y su despegue mediático se concretó a partir de 2009, desde el programa AM (Telefe), conducido por Verónica Lozano y Leo Montero. A partir de entonces asumió múltiples desafíos y su carrera nunca se detuvo. En 2011 escribió su primer libro: Entregada al ridículo, una especie de diario íntimo socarrón donde cuenta con humor su visión acerca de la familia, la maternidad, la vocación y otros temas cotidianos. Es una referente ineludible del stand-up argentino.

–¿Es difícil hacer reír a la gente con barbijos?

–No verle la cara es raro. Pero después de dos años de pandemia, es una fiesta pararse en un escenario. Igual, siempre es complicado hacer reír.

–¿Tu material funciona más en el público femenino?

–Hago una catarsis femenina sobre cosas que nos pasan. Pero también está bueno que los hombres vean el espectáculo para que se enteren de cosas íntimas o físicas que nos pasan.

–¿Tus espectáculos surgen de experiencias personales?

–Casi siempre. Me gusta hablar de las cosas que no sé bien cómo resolver.

–¿Ponerlas en escena alivia la angustia?

–Algo así. Hacer causa común descomprime. Cuando te das cuenta de que lo que te tortura le pasa a mucha gente, te sentís mejor.

–Pero no todos deciden abrirse. ¿Por qué?

–Para no mostrarse vulnerables o vaya a saber. Yo creo firmemente en abrirse y decir. Ya fue.

–¿El stand-up facilita eso?

–Sí, por eso me fascinó desde que lo conocí. El stand-up es poner sobre la mesa cosas que no todos contarían. Es un género especial, porque es como un diálogo con el público donde contás cosas que te pasan, buscando risas y empatía.

Foto: Alejandra López

–¿Cómo se genera esa empatía?

–Contar algo incómodo o poco dicho suele generar empatía, aunque no le haya pasado a quien lo escucha. Todos nos sentimos menos solos luego de un monólogo de alguien. Al menos con mi estilo temático.

–¿Te hace sentir más segura compartir lo que te pasa?

–No. Creo que mi característica más determinante es que soy muy insegura. Pero aprendí a reírme de mis inseguridades. Lamentablemente, la seguridad no está entre mis virtudes. Pero salgo al escenario convencida de que tengo que hacer que la gente se ría.

–¿Y si el público no se ríe?

–Si no lo consigo, insisto hasta que por lo menos sonrían. Toda la vida voy a lidiar con el tema de la seguridad a la hora de la toma de decisiones, entonces lo blanqueo y hago chistes al respecto.

–¿Qué te genera la gente muy segura?

–Mucha envidia (risas).

–¿Te analizás con algún profesional o la catarsis del escenario te alcanza?

–Hago terapia hace millones de años. Pero estoy en un momento de replanteos.

–¿Por?

–Creo que está buenísimo, pero te deja en un lugar muy solitario, con tus temas, buscando respuestas. Me parece que se puede hacer terapia bailando, pintando, escribiendo. Quizás empiece a buscar en otras aguas.

–¿Estás segura?

–No, pero me hago la canchera (risas).

–¿El stand-up ayuda con la neurosis?

–Sí, sin dudas. Me ayuda, de hecho, me di cuenta de que podía hacer stand-up una vez que les contaba algo que me ponía mal a unas amigas y ellas se mataban de la risa.

–Uno de tus tópicos preferidos es el acelere que tenemos hoy en día para todo. ¿Qué puede pasar con eso?

–Es notorio que a todo el mundo le pasa, sobre todo a los citadinos. Estamos con el celular resolviendo algo, mientras hacemos las compras, organizamos para ir al banco y pensamos si lavamos la ropa de los chicos… Es una situación de época. Estamos todos a full.

–¿No queda otra que reírse?

–Es que somos capaces de hacer tantas cosas en un mismo día… Y no paramos. A veces pensamos que es una locura y tenemos razón. Estar en 80 lugares al mismo tiempo es imposible, pero a veces estamos en 90. Mejor reír que llorar.

–¿Como con la pandemia?

–El humor se mete con todo. Pero es una decisión. Escribí mi show actual en la cuarentena, mientras lavaba platos y colgaba ropa en el tender. Pero decidí no meterme con la pandemia.

–¿Por?

–Creo que va a ser un tema que dentro de dos años voy a poder usar. Ahora quizás se me escapa un chiste inevitable, pero no más. O alguna apreciación general, pero no hago referencia al coronavirus.

–¿Cómo sería esto último?

–Hablo bastante de la obsesión de mucha gente con las noticias. Y cómo se envenenan con lo que les cuentan que pasa. Siempre hay temas tremendos: la guerra, los incendios, los precios, la pobreza… Pero la cabeza te queda como un trompo si solo consumís eso.

–¿Tu objetivo sería alejar a la gente de la amargura?

–Algo así. Me gusta alejar a la gente de la amargura, aunque sea por un rato. No hay manera de no ponerse mal con las noticias. La vida cotidiana pude ser triste. Pero si bromeás, quizás se hace un poco mejor.

–¿Qué hacés para distraerte y relajarte?

–Hago cosas con mis hijos. También me gusta hacer yoga y voy a la plaza a bailar.

–¿A bailar?

–Sí, hago zumba. Las clases son con unos temazos, entonces no pensás que estás haciendo gimnasia. Me encanta, disfruto mucho de eso. Me entretiene.

–¿Tenés ritmo?

–Me gusta, entonces le pongo ganas. No soy mala para bailar. Aunque es obvio que hay días que tengo más energía que otros. Ahí radica la cuestión.

–¿También suma para la salud?

–Lo hago para pasarla bien. Eso es lo importante, el resto es algo que no tengo mucha idea. Si te movés, el cuerpo se siente mejor, sin dudas. Pero no hay que obsesionarse. Tampoco creo que haya que ponerse metas, salvo que vayas a las olimpiadas.

–¿El tema de los estándares de belleza es algo que te preocupa?

–Tengo una hija adolescente y me parece que es importante hablar de lo que es esa belleza hegemónica que te quieren instalar como meta. Es algo que me preocupa. Antes eran las revistas y hoy es Instagram. Pertenezco a la mayoría de mujeres que no somos ni modelos ni femme fatal, pero que nos gusta sentirnos bien. Me parece importante hablar del tema. No hay que seguir esos modelos estéticos, es preferible buscar el propio. Hay que poner cada uno su grano de arena, sin que te vendan buzones.

–¿Sería como querer comprar una fórmula para la felicidad?

–Claro. No existe eso. La vida real es muy diferente a lo que se ve en Instagram.

–¿La vida es complicada?

–Sí. A veces se me olvida, pero no tardo nada en frustrarme y sufrir. Aunque cuando estoy tranquila, lo puedo pensar y decírselo a alguien más como para que no la pase tan mal. Hay que aceptarlo: siempre algún quilombo va a aparecer. Se rompe el inodoro, te olvidaste un papel en la mesa de luz o lo que sea.

–¿Cuál es tu sensación más recurrente cuando te pasa algo así?

–A veces pienso que todos saben cómo vivir bien, menos yo. Pero en otras oportunidades, para que nadie se dé cuenta, me hago la superada (risas).

–¿Te interesa la política?

–Tenemos una cultura pasional. Yo siempre intento no cegarme, no fanatizarme. Creo que hay que vivir desde la convicción, pero no ideologizar todo. «



Dalia Gutmann presenta Tengo cosas para hacer de jueves a sábados en el Teatro Maipo: Esmeralda 443.