En la entrega anual de los premios de la Academia de Artes y Ciencias de Televisión de los Estados Unidos se puede ver el final de la transición de la televisión desde su soporte tradicional proveniente del mundo analógico, a uno de streaming proveniente del mundo digital. El ciclo que en 2013 inició Netflix con House of Cards -que en su primera participación, 2014, fue ninguneada- el lunes recibió su consagración definitiva, aunque no sin que previamente se la establecieran las reglas de juego, porque como sucede en todo gran negocio, las revoluciones no existen: ni en la época en que Henry Ford comenzó a fabricar el Ford T (a partir del nuevo concepto de organización laboral alrededor de la línea de montaje) los cambios no significaron la desaparición total de la competencia; para el negocio es tan malo el monopolio como la libre competencia. Y porque pese a todas las preferencias de los espectadores y de las virtudes artísticas de cada uno de los nominados, nunca hay que perder de vista que se trata de un premio de la industria, y como tal se usan para señalar sus rumbos de preferencia: aquí, como en los Oscar, priman los criterios orientativos de producción antes que los artísticos, y mucho menos los gustos personales. 

Cinco años después del inicio de esta gran transición (que está lejos de terminar), HBO, la señal premium que se jactaba de no hacer televisión pese a que parecía marcar sus designios, se despide de su reinado dignamente y con su producto que combinó como pocos en la historia calidad y popularidad: Game of Thrones, la serie más premiada en la historia de los Emmy. Con el fin de su reinado se lleva, ciertamente, lo que se conoció como la nueva era dorada de la televisión. La especie de premio consuelo que le dieron a la mejor serie del último lustro, The Americans, y el ninguneo que hicieron de su heredera, Better Call Saul (siquiera nominada) son indicios en ese sentido.


Así las cosas, lo que empezó como “gran derrota” de Netflix en su primer año de participación con House of Cards (Emmy 2014), el lunes pasado terminó en empate técnico con la gran niña mimada durante los años de lo que se conoce como los nuevos tiempos dorados de la televisión, la cadena HBO. Luego de un reinado casi abrumador que duró más de una década, acaso por mala lectura, acaso por acuerdo de partes (el año pasado decidió no competir con su as de espadas, Game of Thrones), la señal que se permitía decir que lo hacía no era televisión deja su cetro, aunque sin heredero certero. Lo único claro por ahora es que será alguna compañía del streaming.


El reparto de premios tuvo las siguientes características: HBO (televisión tradicional originada en la concepción analógica) y Netflix (la nueva de concepción digital representada por el streaming) se repartieron la mayor cantidad de premios (23 cada una, aunque la segunda superó a la primera en premios no técnicos, que se consideran más relevantes, y la primera tenía menos nominaciones, o sea que proporcionalmente le rindieron más); Game of Thrones, surgida cuando aún no existía el streaming (y ni siquiera asomaba la producción de series por parte de esas plataformas) se llevó el premio principal (mejor drama); las series del streaming superaron por un premios no técnicos a las de las cadenas (11 a 10); por último, ya no hay jerarquías claras -cualidad típica de la era analógica-: si bien el premio principal fue para HBO, todos los siguientes se repartieron principalmente entre Amazon y Netflix, relegando a la favorita Hulu, que con The Handmaid’s Tale esperaba repetir el galardón que el año pasado fue sorpresa.


Eso, que en parte avala la lectura general, indica también que la industria no está dispuesta a que la cuestión de género les arruine el negocio: la ola del #MeToo se llevó puestos, entre otros, a dos puntales: Kevin Spacey, House of Cards (la primera serie producida por Netflix tuvo que arrancar su última temporada con Robin Wright como protagonista, algo que bajó considerablemente las visualizaciones) y Louis CK, de quien sólo se dejó en el aire su serie Better Things (Louie fue bajada) y que sólo tuvo una nominación. Que la cada vez más popular (y radicalizada) The Handmaid’s Tale no se haya llevado ni el premio a mejor actriz de reparto en drama, donde tenía tres nominadas, habla de un cambio de posición respecto al tema.


En el mismo sentido pueden verse los premios a The Marvelous Mrs. Meisel, de Amazon. Una historia situada en la parte más acomodada de Manhattan en 1957, el West Upper Side, cerca del Greenwich Village, donde la clase media de mayor ascenso prepara su revolución cultural para ocupar el lugar que creía merecer: allí Miriam «Midge» Maisel (más allá de todo, genial Rachel Brosnahan) es una bella ama de casa, madre de hijos pequeños, que ayuda a concretar los sueños de su marido, como corresponde. Que todo se derive hacia un lugar más feminista que sin dudas homenajea a las mujeres de la época y sus incipientes ideas y luchas de igualdad social, no deja de ser un forma de bendición hacia el tipo de feminismo que a la industria le gustaría que sus miembros representen: como mínimo, uno alejado de la distopía de The Handmaid’s Tale, que lo más probable es que resulte en una revolución.


Por último, un apunte más bien técnico. A dos años del comienzo de la transición hubo un cambio del sistema de votación: antes cada miembro sólo podía votar en la categoría de su especialidad y debía justificar que había visto los capítulos seleccionados por los nominados; desde hace tres años todos pueden votar todo y no tienen que justificar haber visto lo que votan. El régimen de votación que la acerca a una encuesta de red social, se terminó de acoplar a los nuevos tiempos el año pasado con el fin de un orden preferencial en cada categoría: ahora los votantes eligen solo al favorito de cada una. Las series más populares consiguieron grandes ventajas en la votación.


Por supuesto que sólo los años por venir darán certeza a esta lectura sobre el comienzo de una nueva etapa en la transición hacia la televisión por streaming, que es mucho más que un cambio de soporte: es un cambio conceptual. Pero esta entrega de los Emmy 2018 ofrece fuertes indicios de una idea: en streaming o por cadena, luego del período que devolvió a la televisión a su estado de gracia, la televisión debe volver a ser televisión; puede tomar criterios de producción cinematográficos (ahí está Game of Thrones); puede tomar excelentes historias formidablemente escritas (para The Americans y Black Mirror, los guiones); pero lo que no puede tomar del cine son sus valores disruptivos, sean de lo que se considera producciones de excelencia como The Deuce, The Americans o The Handmaid’s Tale, o de sus series populares más rústicas, como The Walking Dead (la serie más ninguneada de la historia de los Emmy): que la profundidad de campo -que siempre es conceptual antes que técnica- vuelva al cine. Si esto es así, entonces como John Lennon en otro tiempo y otra circunstancia, podremos decir: “El sueño terminó”.