En tiempos de globalización tecnológica nadie hace nada sin tener la esperanza de ser visto más allá de sus propias fronteras. Dark, la primera serie que Netflix produce en Alemania logró romper el cerco de su país para transformarse en una de las series más vistas de la plataforma, tal como sucedió con otras propuestas provenientes de Europa como Gomorra, Suburra y Les Revenants.

En primer lugar, destacarse en el altamente competitivo mercado audiovisual internacional no es tarea sencilla. Y si bien Netflix puede ser un respaldo fundamental, la calidad de Dark resalta por sí misma, más allá de recibir críticas por ciertos parecidos con Stranger Things, otra de las propuestas más celebradas por los fanáticos del mundo de las series.

«Originalmente, abordamos el proyecto como una película porque no podíamos evitarlo. Pero más tarde le dimos una estructura de serie. Podemos decir que una película tiene un plot (un hecho relevante dentro de una trama) durante los 90 minutos, 120 o tres horas que dura. Si bien los estudios quieren secuelas, un realizador sólo quiere completar las cosas. Una ventaja creativa y dramatúrgica de una serie es que nunca sabés el final», sostienen los directores Baranbo Odar y la alemana Jantje Friese, ambos responsables de Dark.

En busca de un nexo que permitiese unir ambas estructuras, los realizadores se plantearon lo siguiente: «Había dos conceptos que realmente nos gustaban. Uno era una serie policial que desarrollamos para un canal inglés y el otro era una película para cine. Les dimos vueltas hasta que dijimos: ok, vamos a mezclarlas. Se lo presentamos a Netflix y les gustó».

Ahí empieza a tallar el toque autóctono que aleja bastante a Dark con respecto a Stranger Things: en el pequeño y ficticio pueblo de Winden en noviembre de 2019 desaparece Mikkel, mientras que en 1986, la desaparición de Erik ya había traumatizado a la comunidad. Lo que sucede desde ese primer capítulo es un sofisticado y complejo entramado de relaciones y tiempos. Si las desapariciones misteriosas llevan a una asociación inmediata con Stranger Things, las superposiciones de pasados, presentes y futuros ponen una distancia insalvable entre ambas. Llamativamente, las críticas y reseñas que más asociaron a las series no mencionan el slogan de Dark: «La pregunta no es dónde, sino cuándo».

Ahí mete la cola la tradición de la filosofía y la ciencia alemanas, proclives a preguntarse sobre el tiempo y su verdadera existencia ante posibles alteraciones. Y para escaparle a los parecidos con Stranger Things, la serie alemana comienza en 2019 pero combinando ciencia, filosofía y física.

En otro orden de cosas, la serie hace ruido (del bueno) porque Netflix tiene ejercitado el olfato del negocio, aunque más el del algoritmo con el que maneja los gustos de su público: «De todas las producciones europeas que se estrenaron en Netflix el año pasado –sostuvo Ted Sarandos, director general de Contenidos–, más de la mitad de los espectadores eran de fuera de Europa». Esos espectadores vienen de mercados como China y Estados Unidos, que constituyen los espacios más buscados por cualquier productor del mundo. 

Sin ánimos de develar nada, en el último capítulo de Dark se observa un factor (físico, para más datos) que le quita algo de germanidad a la serie. Pero eso no convierte a la propuesta en un híbrido. En todo caso, la ubica en ese lugar de transición hacia una narrativa para un espectador que cuanto más aprecia lo local, se hace más global. «