El estreno de la tercera temporada de Succession viene a comprobar algo que crítica y público ya intuían: los Roy van camino a convertirse en una de esas selectas sagas familiares destinadas a ocupar un podio en la historia de la televisión y la cultura popular. La serie se inserta en la tradición de ficciones de familias multimillonarias, corruptas, disfuncionales, plenas de pasiones conflictuadas y rivalidades que suelen

El estreno de la tercera temporada de Succession viene a comprobar algo que crítica y público ya intuían: los Roy van camino a convertirse en una de esas selectas sagas familiares destinadas a ocupar un podio en la historia de la televisión y la cultura popular. La serie se inserta en la tradición de ficciones de familias multimillonarias, corruptas, disfuncionales, plenas de pasiones conflictuadas y rivalidades que suelen perdurar en la memoria colectiva y cuyo mayor exponente a principios del siglo XXI fueron Los Soprano. Pero su genealogía puede remontarse –incluso– a los clanes Ewing o Carrington de las eternas Dallas y Dinastía, que atravesaron los ‘80. Con estas últimas, Succession comparte el reflejo del clima político y social de su tiempo. Si aquellas estaban centradas en el universo de la industria del petróleo y reflejaban el neoliberalismo salvaje de la era Reagan, la familia Roy funciona como un símbolo del poder y la riqueza del mundo contemporáneo, por eso es dueña de una megacorporación monopólica dedicada a las comunicaciones y el entretenimiento.
Pero ya varios críticos han advertido que Succession abreva también de otras fuentes documentales, televisivas e incluso literarias que la catalogan como única y describen una narración de inusual calidad.
Así, la familia Roy tiene reminiscencias de los Murdoch, los Trump, los Getty y los Hearst. Entre sus múltiples referencias intertextuales suelen citarse La celebración (primer film del Dogma ’95); alusiones a sitcoms diversas con The Office a la cabeza en fragmentos inolvidables que combinan eficazmente el drama y la comedia; literalidades al teatro clásico griego –Edipo rey– y al shakespeariano –Hamlet, Coriolano y Enrique IV, particularmente– en los tópicos, los escenarios y en el uso coral y arquetípico de personajes. A su vez, la exquisitez del guión y la maldad sin ambages de ciertos personajes evocan a la inolvidable miniserie Yo, Claudio, ahora ambientada en el siglo XXI.
La nueva temporada aglutina esos elementos llevándolos al paroxismo. Los diálogos picantes, las escenas morbosas, la apelación a la comedia negra y la puesta en escena de la intimidad y las miserias –con esporádicas ráfagas de ternura– de las clases privilegiadas, como si fuera el lado B de la obscena revista Caras, continúan siendo los sellos de marca. La novedad es que cobran particular protagonismo temas de relevante actualidad, como la importancia de las redes sociales, las fake news, el acoso sexual, la violencia de género y los femicidios.
Con la misma precisión que la serie sincroniza todos los detalles, hace casi exactamente dos años, el 13 de octubre de 2019, se emitió el último capítulo de la segunda temporada de Succession. La pandemia dejó en vilo a los espectadores con respecto al futuro del clan liderado despóticamente por el patriarca Logan Roy (Brian Cox), luego de que fuera traicionado por su hijo Kendall para hacerse del control de la corporación mediática Waystar Royco. Digno vástago de la maldad, logra provisoriamente su cometido valiéndose de la estrategia de acusar a su progenitor ante la prensa de encubrir episodios de acoso, explotación laboral y hasta crímenes hacia mujeres acaecidos en los cruceros de la empresa.
A partir de ese momento, Succession da una lección magistral en términos de narración y de arco dramático del personaje principal: Kendall, que se rebeló contra su padre en la primera temporada y se mostró sumiso y obediente durante la segunda, diseña el golpe de Estado edípico definitivo contra su brutal Layo en la flamante tercera. Y la ficción pasa del problema de la sucesión que debía decidir el viejo zorro octogenario a la secesión protagonizada por el intermitentemente vulnerable y despiadado hijo dilecto. Para demostrar que está del lado del bien, Kendall recluta para su revolución a un grupo de publicistas mujeres y a una abogada afroamericana (Sanaa Lathan).
De esa guerra y de las alianzas que le sucedan depende también el resto de los miembros del clan: el sarcástico Roman (Kieran Culkia), el primogénito Connor y la sensual estratega Siobhan (Sarah Snook), la única hija. Quizás el improbable triunfo de Kendall sea la única posibilidad de redención de personajes que rara vez demuestran atisbos de humanidad y ternura. Si algo quedó claro en las temporadas anteriores es que los hermanos Roy muestran su lado más amable en los breves interregnos en que logran desprenderse y liberarse de la sombra paterna.
Mientras que Marcy (Hiam Abbass), la madrastra que prometía, pierde peso narrativo, el resto de los caracteres principales encabezados por el poco sagaz sobrino Greg (Nicholas Braun) –que parece encarnar la inocencia del bien o la banalidad del mal–, el patético Frank (Peter Friedman) o las recurrentes apariciones de Ewan, hermano pródigo de Logan y chivo expiatorio familiar (el siempre efectivo James Cromwell), hacen que la magia continúe. A ellos se les suma nada menos que la incorporación del reconocido actor Adrien Brody (El pianista).
Entre todos logran que este comienzo de la tercera temporada conserve y acreciente el ritmo trepidante, el sarcasmo y la intensidad de las pasiones que marcaron la identidad de Succession. Y lo mejor está por venir. «

Succession, Tercera temporada

Creador: Jesse Armstrong. Protagonistas: Hiam Abbass, Nicholas Braun, Brian Cox, Kieran Culkin y Peter Friedman. Estrenos: Domingos a las 22, por HBO. También disponible en HBO Max.