El uso de la e, x y @ se ha convertido, desde hace varios años y por determinados grupos sociales, en estrategias de inclusión discursiva con la potencia transformadora que esto puede tener. Porque lo que no se nombra no existe. Y existir en las palabras no es una cuestión gramatical sino una cuestión política y de derechos. 

La Real Academia Española se fundó en 1714. Su misión principal es “velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantienen en todo el ámbito hispánico”.

¿Quién establece hoy esas necesidades? ¿Qué hablantes imagina la RAE después de trescientos años? El sistema educativo argentino tardó casi dos siglos en reconocer la educación intercultural bilingüe en territorios donde las comunidades originarias han logrado visibilizarse y el Estado las ha reconocido, luego de un genocidio proveniente del mismo lugar que la tan prestigiosa institución. 

La resolución porteña enmascarada de “neutralidad” en pos de una mejora educativa no hace más que restringir derechos conquistados. La Ley de Identidad de Género (2012) y la Ley de Educación Sexual Integral (2006) son inseparables para una educación verdaderamente inclusiva.

La ESI establece en sus ejes el reconocimiento de la perspectiva de género, el respeto de las diversidades, la valoración de la afectividad y el ejercicio de derechos. La ley de identidad de género, en su artículo 12 de Trato digno, establece que se deberá respetar la identidad de género adoptada por las personas, en especial por niñas, niños y adolescentes. ¿Se preguntará la ministra Soledad Acuña cómo vamos a nombrar en las aulas a las identidades no binarias, si no es con el pronombre “elle” y la utilización de la “e” como marca de género? ¿Sabía la ministra que la utilización de la letra “e” puede habilitar un lugar seguro para las infancias y adolescencias en momentos de transición o construcción identitaria?

Una prohibición en nombre del progreso educativo es un acto contra pedagógico en sí mismo. Mientras tanto, las condiciones materiales de las escuelas empeoran, los salarios docentes se devalúan, la precarización laboral avanza, la ESI no se implementa; y las infancias y adolescencias trans y no binaries carecen de acompañamientos amorosos y cuidados para transitar su escolaridad en igualdad de condiciones, sin hostigamientos, ni discriminación ni patologizaciones.

Todavía falta mucho camino por recorrer. En una sociedad que reparte privilegios y vulnerabilidades en cuanto a lo económico y la salud, el trabajo y la educación, también es urgente reconocer los privilegios y las vulnerabilidades por motivos de género, si es que la empatía y la sensibilidad por la transformación hacia un mundo más justo está presente.

No podemos predecir el futuro, o si la letra “e” va a convertirse en normativa, si las identidades no binarias serán reconocidas por la RAE o si los plurales inclusivos serán con el final “-es” de una vez y para siempre. Sabemos que el lenguaje tiene poder porque así ha funcionado históricamente. Y quienes tienen el poder lo saben. Los usos inclusivos, no sexistas y no binarios hoy pueden significar una subversión contra las normas y allí radica su riqueza.