Los cerros bajan a protestar a Buenos Aires. En la mañana diáfana de un martes extrañamente primaveral en pleno invierno, llegó el 3º Malón de la Paz a las opulentas y grises avenidas porteñas. Son decenas de hombres y mujeres de rasgos curtidos por el sol y el olvido. Vienen desde la Puna, los Valles y el Altiplano de Jujuy. Comuneros que alzan su voz contra la reforma constitucional exprés, contra la represión, contra el hambre, contra las mineras, contra la miseria a la que los condena el gobierno que comanda Gerardo Morales. Se amuchan en Plaza Miserere, en el barrio del Once, esa frontera invisible que, según el poeta Washington Cucurto, marca el inicio de Latinoamérica, sus penurias y sus luchas.

Foto: Pedro Pérez

Litio para hoy, hambre para mañana”. Clarito es el mensaje tatuado en el cartel. Lo pintó a mano Walter Condori, un joven venido desde Cueva del Inca, comunidad cosida a la turística Tilcara. El muchacho se gana la vida como albañil. Tiene una sonrisa generosa y blanca como un salar del Altiplano.

Hace 41 días dejó atrás su casa, su familia, su trabajo, y se sumó al corte de ruta contra la reforma: “En Purmamarca fuimos golpeados, nos dispararon, hay miedo en las comunidades. Morales se cree un emperador, hizo la reforma de espaldas al pueblo, sin consultarnos. Ahora quiere meternos las mineras a la fuerza. Eso no es democracia”, dice Walter y hace flamear una multicolor wiphala a pasitos de la avenida Rivadavia.

Agrega que sus abuelos, sus padres, sus hijos viven de la tierra sana: “Las mineras nos van a dejar sin nada. Contaminan el agua, qué vamos a plantar, qué van a tomar nuestros animales. El gobierno nos habla de futuro, pero no hay futuro sin agua”.

En las alturas, sobre la fachada de una antiquísima galería sobre la avenida Pueyrredón, hay otro cartel, electoral, que muestra las sonrisas cínicas de Larreta y Morales. Se lee al pie: “Basta de sufrimiento, ahora la tranquilidad. Hagamos el cambio que nos cambia la vida.” Walter lo mira con rabia, suspira y dispara: “Ellos nos quieren cambiar la vida, pero para hacer sus negocios. Hace cinco siglos que nuestra vidas no valen nada.”

Foto: Gentileza Pablo Lecaros

Cerca de los amautas, sabios andinos que agitan sahumerios y convidan hojas de coca, descansa Amalia Vargas. Se presenta: sangre quechua, de la comunidad de Salitre, docente. “No es casual que el Malón de la Paz llegue este 1 de agosto a Buenos Aires, el Día de la Pachamama, cuando le agradecemos y prometemos defender a la Madre Tierra”, dice la señora, al tiempo que perfuma el Once con koa y carboncitos.

“La ceremonia tiene que ver con la reciprocidad, con el intercambio, el ayni, es devolver a la Pacha todo lo que nos da. No queremos que maten nuestra tierra. Estos son tiempos oscuros, y no me quiero imaginar lo que se viene si Larreta y Morales llegan al gobierno. Represión y menos derechos. Ya lo estamos viviendo en nuestros pagos.” Jujuy es el norte a seguir para la alianza cambiemita.

Dulce Patzi dice que sabe de luchas. Aprendió de su viejo, un veterano militante indianista. Tuvieron que dejar La Quiaca y vivir rodando desde la época de la dictadura cívico-militar. “Los que luchamos en Jujuy vivimos en la clandestinidad. Nos persiguen, nos apresan, eso pasa ahora. Le pido al presidente que intervenga la provincia y que frene la reforma”, dice Dulce.

Más de 2000 kilómetros recorrió en micro, en combi, a pata hasta llegar a Buenos Aires: “Pasamos por San Salvador, Salta, Tucumán, Rosario… el pueblo nos salía a recibir, a apoyarnos, sabe que nuestra lucha es justa.” Antes de despedirse, Dulce hace memoria de la resistencia originaria en la Argentina: “Este es el tercer malón, hubo otros dos que fueron traicionados. El primero fue en el año 1946, a los hermanos los recibió Perón, y a los dos días los mandaron golpeados en tren al Norte. El segundo fue en 2006, y no tuvo grandes avances para los pueblos indígenas. Sabemos que dios atiende en Buenos Aires, pero siempre nos da la espalda.”

Foto: Pedro Pérez

A la lucha también se suma la Asamblea del Pueblo Guaraní. Claudia  toma la palabra por asalta un rato antes de que comience la marcha: “Unidos todos los pueblos originarios tenemos esperanza de que es posible ganar esta lucha. Todas las comunidades estamos sufriendo en todo el país. Nos sacan la tierra, nos condenan a la pobreza”. La señora agita una bandera roja y verde: “Son nuestros colores. El rojo es por la sangre derramada por nuestros ancestros. El verde, por nuestra selva, que es lo único que nos queda. Vamos a defenderla”.

A las once de la mañana, las comunidades emprenden su paciente caminata hacia el Congreso, el Obelisco y el acampe en Tribunales. Erkes, bombos y wiphalas de la resistencia. Suena el carnavalito combativo para luchar. ¡Jallalla pueblo de Jujuy!