Cuando se cruzaron en un posgrado de agroecología en la Universidad Nacional de La Matanza en 2017 pensaron ofrecer asesoramiento agropecuario a aquellos productores que quisieran iniciar una transición a la agroecología. Aún no se hablaba de trigo transgénico pero sí de la contaminación asociada al uso extensivo de pesticidas, provocada por el sistema de monocultivo dominante. “Hacia 2019 quisimos consolidar esta idea, darle valor agregado. Surgió la idea de transformarlo en harina, principalmente con trigo y centeno, dos cereales que vienen muy bien para modelos agroecológicos», explica Martín Torrigino. Así nacía Turba.

Desde la pampa húmeda y con un molino propio, comenzaron a producir en un lote de exclusión establecido por el Control de Aplicaciones Fitosanitarias: en 2019 la justicia fijó el límite de 1095 metros para las fumigaciones terrestres y 3000 para las aéreas, a partir de la lucha de las familias víctimas de la contaminación. Luego se volvieron una cooperativa que hoy está integrada por nueve personas de las localidades de Pergamino, Rosario, Buenos Aires y Mar del Plata.

El molino y la producción se encuentran en Pergamino, a 222 kilómetros de CABA, una de las mecas del agronegocio, donde la comunidad lucha por hacer efectiva la norma (que llegó incluso a ser confirmada por la Corte este año, a pesar del rechazo del intendente macrista Javier Martínez) de que se cumplan distancias mínimas para fumigar. Allí funciona la organización Madres de Barrios Fumigados de Pergamino, y ya han tenido condenas a productores por la contaminación en los habitantes de la ciudad.

Turba y la importancia de la tierra

“Producir acá tiene la particularidad de que el costo de alquiler de la tierra es muy elevado. Pero en casos como estos periurbanos, la negociación de los contratos de alquiler puede ser bastante menor de lo que sucede en alquileres convencionales. Al bajar el costo del alquiler se puede pensar otra práctica en el campo. Esto nos facilitó mucho, sobre todo a la hora de comenzar el proyecto; al tener un bajo costo de alquiler teníamos menos riesgo. Es un aprendizaje, hace cuatro años consecutivos que estamos sembrando trigo y centeno», señala el cooperativista. El proyecto comenzó con un lote de 16 hectáreas. Hoy, Turba tiene 10 hectáreas de centeno, 21 de trigo y 30 dedicadas a la pastura, lo que permite la rotación necesaria para los suelos.

Toriggino señala que la harina de Turba es 100% integral: “lo que sale del campo, se muele y se empaca”. La harina Otro Costal se elabora sin la utilización de químicos ni productos artificiales desde el momento de la siembra hasta el proceso de su envasado final. La cooperativa ofrece dos variedades: la integral y una integral más fina, tamizada y con menos salvado, tanto de trigo como de centeno.

Explican que los cultivos agroecológicos fomentan las interacciones benéficas en los ecosistemas ya que la biodiversidad sobre la que se sostiene el desarrollo del trigo integra luego la harina que se produce. Además, al molerse el grano entero, garantizan la duración de los nutrientes, permitiendo una mejor calidad en la microbiota del sistema digestivo.

Más allá de la existencia de la Dirección Nacional de Agroecología, desde la cooperativa sostienen que falta mucho para garantizar un respaldo estatal a la transición hacia cultivos por fuera del modelo agrotóxico imperante. “Uno destaca las nuevas áreas pero por otro lado se aprueba el trigo HB4 para una empresa privada. No hubo un impacto de nuevos productores agroecológicos ni fortalecimiento de los ya existentes».

Uno de los principales inconvenientes al pensar un proyecto de agroecología es el desigual acceso a la tierra: “no existe un ordenamiento territorial que permita saber que las tierras periurbanas van a seguir siendo campo, porque terminan siendo destinados a loteo para viviendas en un futuro –señala Toriggino–. Es una gran complicación; cuando hablamos de agroecología pensamos una práctica sostenible en el mediano y largo plazo. El enfoque agroecológico implica pensar cómo hemos llegado hasta acá; en Argentina tenemos casi 21 millones de hectáreas solo con un cultivo y hay que ver cómo revertir eso. No tiene que ver solo con lo que se siembre sino con las formas de producir y los modos de consumo. Nuestro proyecto se sostiene también por los consumidores que cada vez más elijen este tipo de alimentos”.

La historia de Sabrina y Flor, dos víctimas de las fumigaciones

Pergamino es uno de los distritos del país con mayor presencia probada de agroquímicos. Emblema de la lucha contra las fumigaciones, Sabrina Ortiz sabe de dolores. A causa de los agrotóxicos usados en los campos del barrio Villa Alicia de Pergamino donde vivía, sufrió un aborto espontáneo, tuvo dos ACV y sus hijos padecen daño genético. El pasado 2 de mayo, luego de luchar contra el cáncer producto de la contaminación ambiental, su vecina y amiga, Florencia Morales, madre de tres hijos, murió a los 42 años.

Había sido querellante en tres causas relacionadas al procesamiento de productores agrícolas y la contaminación del agua. “Fue muy duro cuando pasó lo de Flor. Ella era querellante y yo la patrocinaba. Tenía muchas ganas de vivir. Fue todo repentino, aún me cuesta hablar. Hay mucha indiferencia en las personas que no se dan cuenta que nos están matando a todos por igual. A Flor le arrebataron la salud primero y después le arrebataron la vida, vienen por todo y todos miran para otro lado o cuestionan otras cosas que no tienen que ver con defender la salud y la vida”, señala a Tiempo.

Recuerda cuando su amiga le contó que tras una fumigación al lado de su casa, aparecieron los pájaros inflamados en el patio, con desprendimiento de la piel. “Ella vivía al lado del campo de Cortese (uno de los productores imputados). Cuando le secuestraron el mosquito, alquiló uno en un pueblo vecino y fumigó de noche”, denuncia. Sabrina padece daño genético, neuro-toxicidad y debe realizar tratamientos de por vida. “Cuando fue lo de Flor empecé a tener nuevamente temblores y síntomas de secuelas que ya había experimentado; perdí la fuerza en los brazos, en las manos, pero necesito seguir adelante. Nosotros somos cuerpo y lo vivimos en carne propia y en la carne de nuestros hijos».