Por segundo día consecutivo el expresidente francés Nicolas Sarkozy tuvo que declarar en la Oficina Central de Lucha contra la Corrupción y las Infracciones Financieras y Fiscales (OCLCIFF) de Nanterre, en las afueras de París por la presunta financiación ilegal de su campaña de 2007. No se sabe lo que declaró y como justificó los aportes de aquella vez sino también qué tiene para decir sobre las acusaciones de dos empresarios que aseguran haber sido intermediarios en el traslado de maletas con unos 50 millones de euros provenientes Muammar Khadafi. El líder libio solventaba así el triunfo del hombre que apenas cuatro años más tarde lo traicionaría para encabezar la invasión a su país, al cabo de la cual terminó ejecutado por un puñado de opositores en octubre de 2011. Lo que ocurra con Sarkozy puede ser un antecedente para otros dirigentes europeos que en su momento hicieron negocios con el gobierno de Khadafi, del que hablaron maravillas, y giraron en redondo cuando se inició aquello que pomposamente se llamó “primavera árabe” sin inmutarse. Entre ellos figuran desde los británicos Tony Blair, hasta los españoles José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, aunque el más representativo tal vez sea el italiano Silvio Berlusconi. En Argentina, el que aparece comprometido sería el actual senador riojano Carlos Menem, según su «recaudador» de 1989.

Khadafi gobernó en Libia desde 1969, cuando se puso al frente de una asonada militar que destituyó al rey Idris. Seguidor de los movimientos nacionalistas árabes laicos de la época, promovió las luchas independentistas y antiimperialistas en muchos rincones del mundo. Fue acusado de financiar ataques terroristas y fue un objetivo para varios gobiernos estadounidense, entre ellos especialmente Ronald Reagan, quien ordenó un bombardeo en 1986 a la capital libia en el que murió Hana, la hija del mandatario.

Khadafi resultó implicado en el atentado a un avión de la desaparecida empresa Pan Am que iba de Londres a Nueva York y estalló en el aire el 21 de diciembre de 1988 sobre la localidad escocesa de Lockerbie, causando la muerte de 270 personas. Tras fuertes sanciones de la ONU, Khadafi entregó a los dos acusados libios once años más tarde y ofreció una compensación de 10 millones de dólares por cada víctima. En 2003, finalmente, reconoció su responsabilidad en el ataque.

Desde entonces reformuló sus relaciones con los países europeos e incluso con Estados Unidos, ya que fue importante su acercamiento con el presidente George W. Bush, que le pidió su respaldo en la lucha contra Al Qaeda.

En este contexto, Khadafi trabó excelentes relaciones con el mandatario español José María Aznar, quien dejó el cargo en 2004. El gobernante del PP definió al libio como “extravagante y raro”, pero lo calificó de amigo. Y mantuvo varios encuentros tanto en España como en Libia. Vuelto a la actividad civil, conservó esa amistad con el ánimo de hacer negocios. En primer lugar, por comisiones en la asesoría a empresas hispanas que querían cruzar el Mediterráneo para expandirse. Una de ellas era una constructora que se había adjudicado cuatro plantas desalinizadoras por casi mil millones de euros. Cuando comenzaron los ataques de la OTAN promovidos por Sarkozy y Barack Obama, Aznar fue uno de los pocos que trató de evitar la intervención militar. Se entiende: con la caída de Khadafi el contrato quedó en la nada.

Otro que nunca deglutió eso de combatir al coronel libio fue Silvio Berlusconi. En su caso había ido tan lejos en las relaciones entre países como para firmar un Tratado de Amistad, Asociación y Cooperación ratificado por el parlamento en febrero de 2009. Mediante este acuerdo, Libia llegó a tener el 7,5% de las acciones del mayor banco italiano, el Unicredit, el1 % de la petrolera ENI y el 2% de Fiat Auto y de la estatal Finmeccanica, fabricante de armamentos. También instituciones libias tuvieron acciones en la Juventus y la Triestina Calcio. Italia, por su parte, llegó a comerciar por 40 mil millones de euros anuales.

Un año antes de que Italia aceptara sumarse a la operación conjunta contra Khadafi, Berlusconi besó la mano del líder libio en un gesto muy elocuente del tipo de relación que pretendía. Según la información publicada entonces, Berlusconi y Khadafi eran socios en Quinta Communications, una productora y distribuidora fundada por el tunecino Tarak ben Ammar.

En Gran Bretaña, Tony Blair, el premier laborista, había logrado tanta confianza en Tripoli como para que Khadafi lo nombrara al finalizar su mandato como asesor en la Lybian Investment Authority, la institución que manejaba los fondos públicos del rico país petrolero. Eso hizo olvidar el ataque en Lockerbie y convirtió a Blair en un “gran amigo”, según declaró en 2010 Saif Khadafi, el hijo del gobernante árabe.

Pero Sarkozy no fue el primer francés en ver las posibilidades de hacer negocios con los libios. Ni bien levantaron las sanciones contra Trípoli, el primer presidente en viajar fue Jacques Chirac, en 2004. Se le habían adelantado Blair, Berlusconi, Aznar y hasta el entonces canciller alemán, Gerhard Schöder.

Chirac viajó con empresarios galos del área del petróleo y la construcción. Fue en ese momento que Sarkozy lo conoció a Khadafi. Era el ministro del Interior del gobierno conservador y luego alcanzó fama internacional cuando como jefe de las fuerzas de seguridad y ante el levantamiento de jóvenes de la comunidad musulmana de los barrios pobres de Paris, (“banlieues”) por el asesinato a manos policiales de dos adolescentes, no tuvo mejor idea que catalogar a las víctimas de “escoria”.

Por estas tierras, según el recaudador de la campaña de Menem para la presidencia de 1989, Mario Rotundo, Khadafi había hecho aportes sustanciales para que el riojano llegara a la Casa Rosada. En julio de 1995, Al Saadi Khadafi, el tercer hijo del líder libio, había venido de visita a Buenos Aires en medio de las presiones internacionales por el caso Lockerbie contra Tripoli. Según un cable de WikiLeakes revelado por el periodista Santiago O´Donell, esa vez solo hablaron de fútbol, ya que Menem tuvo la habilidad de escabullir cualquier otra conversación. El muchacho, de 25 años, quería debutar en un equipo grande como delantero. Luego lo intentaría en Italia, con poco éxito.

El que puso en aprietos a Sarkozy fue otro hijo de Khadafi, Saif el Islam, quien el 16 de marzo de 2011 declaró en una entrevista a Euronews que su padre financió la campaña del presidente francés en 2007. Fue la primera noticia sobre el caso pero pasó a segundo plano porque aparecía como una respuesta irritada por el súbito cambio de posición del ocupante del Eliseo. “La primera cosa que le pedimos al presidente es que devuelva el dinero porque es del pueblo libio”, dijo.

El año pasado un empresario de origen libanes, Ziad Takieddine, dijo que él en persona había llevado las valijas con el dinero y que fue entregado en persona al candidato presidencial. Ahora lo volvió a repetir frente a las cámaras de le tevé gala. Por entonces también se dio a conocer un documento de los servicios secretos libios donde se detalla toda la operación, que se inició en diciembre de 2006. Ahora Sarkozy debe responder por esas acusaciones ante la justicia de su país.

Lo que sigue siendo un misterio, mientras tanto, es qué pasó con más de 13.500 millones de dólares congelados en el banco belga Euroclear en marzo de 2011. Los medios dijeron que esos eran fondos de la familia Khadafi, aunque oficialmente era dinero de las agencias de inversión libias, como Lybian Investemnet Authority -la que asesoraba Blair- y su filial Lafico. Hace unos días el Le Vif, de Bélgica, publicó que en 2013 esas cuentas sumaban 17.600 millones de dólares en valores y 2350 millones en efectivo y a fines de 2017 solo 6200 millones. Ahora, según el banco, virtualmente el dinero “se evaporó”. La fiscalía belga investiga qué sucedió con esa fortuna.