Para Mario Wainfeld

Como todo acontecimiento cuya repetición es anual, la Asamblea General de las Naciones Unidas tiene formalidad, anécdotas y grandes momentos desde 1946. En lo formal abre las sesiones que duran hasta diciembre, con la participación de 193 países y sus representaciones. Entre las anécdotas sobresale la de Nikita Kruschov, quien en un arranque de indignación golpeó el estado con un zapato, allá por 1960. Uno de los grandes momentos fue el discurso del ministro de Industrias de Cuba en 1964, que luego de analizar la situación internacional del momento concluyó con un épico “Patria o Muerte”. Era nuestro Che.

Aunque esta reunión no deja de ser un ejercicio de estilo, nos permite constatar las relaciones de fuerza que estructuran el escenario mundial, así como identificar los intereses en presencia, que serán los focos de conflicto futuro cuando estén contrapuestos. Para quien sabe leer esas circunstancias, es un libro abierto donde las grandes potencias ofrecen su esplendor y miserias en vivo y en directo, muchas veces sin quererlo.

Esta edición de la Asamblea General queda signada por un mundo en guerra. Esos conflictos pueden ser militares, desde el Donbass y medio oriente hasta el Sahel; pueden ser sociales con la tragedia migratoria del Mediterráneo al Darién; sistémicos, si consideramos la destrucción de la biosfera; teóricos, ya que según las categorías de análisis utilizadas por cada cual habrá asuntos que serán asumidos como problemas y otros no. Las consecuencias de esos conflictos que mencionamos –entre tantos otros- no son evitables, por más que sean ignorados, en especial por el occidente colectivo, que es como le dicen ahora al imperialismo.

En lo que hace a nuestras naciones, desde hace decenios hemos sido definidos como Tercer Mundo, países en vías de desarrollo, emergentes, ahora Sur Global. La variedad de etiquetas demuestra la dificultad en definir sociedades en continua evolución, como India y China, o en involución, como la Argentina. Hay que destacar las palabras de Brasil, Colombia, Guinea, que marcan un punto de inflexión en las relaciones internacionales. Invasiones y saqueos deben pasar al pasado. Nuestros líderes pueden levantar los valores proclamados y traicionados por occidente: es la libertad de prensa cuando hablamos de Assange; es la condena a la deuda como instrumento neocolonial; es exigir el fin de los bloqueos unilaterales, verdaderas acciones de guerra, a comenzar por Cuba, que resiste hace sesenta años. Fernández mencionó a Armenia: a 108 años, vuelve la sombra del genocidio. Pero como Europa le compra el gas a Azerbaiyán, el país agresor, no escucharemos mucho del tema. Silencio, se mata.

Es esa misma Europa la que habla de una “transición ecológica” que a veces parece un lugar común para quedar bien, o esconde la necesidad de encontrar un lugar en el mundo que ya han perdido. Lo que queda del Presidente de los Estados Unidos habla de la obligación de liderazgo que está dispuesto a asumir. Un destino manifiesto fuera de tiempo y espacio: “de tan usada la faca ya no corta”, diría Chico Buarque. En los hechos, Biden es la demostración por el absurdo que la principal potencia del planeta está dirigida por el establishment mediático, jurídico, financiero y militar-industrial de occidente. No tiene la madera de un Roosevelt ni de un Nixon.

Queda un problema de fondo. Es el actual funcionamiento de las Naciones Unidas que quizás pudo rendir cuenta de los acontecimientos durante la guerra fría. Hoy la organización está desactualizada, la representación distorsionada, y corre el riesgo de tratar sólo los problemas que cree que puede resolver, y no los problemas que existen en la realidad. Es el caso del Consejo de Seguridad, donde países como el Reino Unido y en cierta medida Francia conservan un lugar por una cuestión de prestigio y nostalgia: ya no son lo que eran. Hasta sería mejor que haya una silla para la Unión Europea, que tanto presume. En cambio México, Brasil, incluso Argentina por Nuestra América; India, Bangladesh, Egipto, Sudáfrica, Nigeria -entre tantos- son candidatos posibles y plausibles. De continuar en la actual situación, las Naciones Unidas perderán aún más legitimidad, y en el espejo que las refleje verán la silueta de la Sociedad de las Naciones, ese club franco-inglés de las entreguerras. Como la política tiene horror del vacío habrá otras instancias: los no alineados, los Brics. Estamos en el momento en que la frase de Ernesto “Che” Guevara deja de ser una épica y pasa a ser un diagnóstico.