El diario Washington Post informa que los militares ecuatorianos dieron su venia para la disolución de la Asamblea Nacional mediante la muerte cruzada decretada por el presidente Guillermo Lasso. Periodistas adherentes al gobierno aseguran que eso no es cierto. Lasso dice que uso la muerte cruzada para cerrar una asamblea que obstruía el progreso económico y social del país.

La agrupación política denominada Revolución Ciudadana, liderada por Rafael Correa, afirma que Lasso lo hizo para evitar la culminación del juicio político que lo iba a destituir.

Todas esas afirmaciones opuestas entre sí pueden ser válidas. Porque en el país la muerte cruzada  ha impuesto el imperio de la incertidumbre sobre los seis meses que el presidente gobernará por decreto y aquellas normas que él decida que son de urgencia económica las consultará con la Corte Constitucional, que es un organismo no elegido, designado corporativamente.

No hay institución fiscalizadora por seis meses. El presidente puede decretar lo que se le antoje en materia de seguridad, salud, educación, en el tema laboral.

El contrapeso institucional no existe medio año y la fiscalización queda constreñida para hacerse en las calles o en los cuarteles. Ante tan sui generis situación, es válido plantearse ¿dánde va Ecuador? Y responderse que no se sabe. Sólo lo sabe Lasso en Carondelet o en el hospital norteamericano adonde viajó por razones de salud. Todo puede pasar en este semestre.

Lasso puede inspirarse en los autoritarismos de derecha que hoy florecen en la Guatemala de Alejandro  Giammattei o en el Perú de la Dina Boluarte. O volverse progresista como Juan José Arévalo o Jacobo Arbenz lo fueron en Guatemala. O autoritario, nacionalista y desarrollista como lo fue Juan Velasco Alvarado en Perú. O puede correrse de la extrema derecha al centro desarrollista y nacionalista de los gobiernos ecuatorianos de facto de los setenta. O volverse dictador corporativista y fascista como Benito Mussolini y Oliveira Salazar.

También, según su criterio y humor inestables, puede actuar como los que impulsaron el estado del bienestar italiano o los coroneles de la revolución de los claveles de Portugal que volvió a ese bello país una democracia social.

La filosofía racionalista y materialista afirma que los experimentos se pueden hacer en los laboratorios químicos hasta encontrar la mejor fórmula para remedios bienhechores, perfumes maravillosos o licores placenteros. Pero no con las sociedades por responsabilidad y ética.

En la dictadura corporativista de Francisco Franco, éste era caudillo de España por la gracia de Dios. En la democracia ecuatoriana, regida por la Constitución del 2008, el banquero Lasso acaudillará al país, gobernando por decretos durante seis meses, por obra y gracia de esa curiosa norma de la muerte cruzada. Que los dioses de todas las religiones que coexisten en el laico Ecuador de Eloy Alfaro lo iluminen para reactivar la economía, generar empleos, mejorar la educación, la salud, la seguridad, y limpiar la corrupción que se ha vuelto endémica en el siglo XXI.

O,  por el contrario, si el narco-Estado surgido y consolidado en los últimos 23 años y el Estado fallido de los últimos 6 años se fortalecen, que esos mismos dioses de todas las religiones maldigan a Lasso y a quienes inspiraron, impulsaron y elaboraron ese engendro político y jurídico llamado muerte cruzada. O, si actuamos con la racionalidad agnóstica, no darles castigos bíblicos sino la piadosa asistencia psiquiátrica.