El fisgoneo sobre Elisa Carrió en su ya célebre viaje «secreto» a Paraguay para tomar el té con el mayor Alejandro Camino, un antiguo carapintada que reside en Asunción, es otra típica comedia orwelliana del macrismo.

Y una notable vuelta de tuerca en el cúmulo de adversidades que agita a la Agencia Federal de Inteligencia (AFI). A saber: la embarazosa situación de su director, el traficante de futbolistas Gustavo Arribas, por los sobornos de la constructora brasileña Odebrecht; el escándalo por el espionaje a los diálogos telefónicos de Oscar Parrilli con Cristina Fernández de Kirchner y la reciente filtración periodística del proyecto ultra reservado de convertir a la Dirección de Captación de Comunicaciones (Dicom), a cargo de las pinchaduras, en una megaestructura paralela abocada al uso político de información privada, entre otras desinteligencias.

En semejante contexto el caso de la señora Lilita –quien hoy es para la alianza Cambiemos una mochila cargada de explosivos– disparó una vidriosa interna entre los jerarcas del organismo y un presuroso reacomodamiento de su organigrama. Bien vale, entonces, reparar en los detalles de esta historia.

A las 6 de la mañana del 17 de abril la diputada abordó en el mayor de los sigilos un vuelo de Aerolíneas hacia el vecino país. La acompañaban sus habituales guardaespaldas y Mónica Frade, su colaboradora de cabecera en los últimos tiempos. El motivo del viaje era enriquecer allí su investigación sobre el contrabando en la hidrovía del río Paraná. Un tema que –según ella– le quita el apetito.

Tal propósito habría causado cierta alarma en el octavo piso del edificio de la AFI, donde tiene su despacho la subdirectora Silvia Majdalani, dado que al parecer cierto funcionario del Poder Ejecutivo Nacional no sería ajeno a la maniobra delictiva en cuestión. De hecho –según confió una fuente de la AFI a Tiempo Argentino– allí se manejaban los datos de ese viaje «antes, durante y después» del mismo. Pero aún no hay pistas sobre su origen informativo. Al respecto algunos allegados a la líder de la Coalición Cívica miran con recelo a Frade, una abogada quilmeña conocida por sus lealtades zigzagueantes.

El resto es conocido: la vigilancia sobre Lilita en Paraguay estalló seis semanas después, incluso con una foto tomada a hurtadillas por los supuestos agentes durante su encuentro en una confitería con el tal Camino, y publicada el 24 de mayo por el diario Clarín. Ella entonces se mostró muy contrariada con Arribas. Sin embargo una semana después se desdijo: «Arribas me explicó que en Paraguay me cuidó una persona cercana a él». Esas fueron sus exactas palabras. Y lo cierto es que a partir de entonces en la AFI se abrió una grieta que va más allá del peso de su figura.
Hay quienes hoy todavía se preguntan la razón por la cual un tipo como Arribas fue puesto al frente del máximo servicio de inteligencia vernáculo. Por respuesta, Mauricio Macri supo esgrimir una explicación criteriosa: «Gustavo es el más vivo de mis amigos». Pero la infortunada conjunción del problemita judicial que lo sacude y su absoluta falta de roce con las tareas específicas del cargo elevaron al primer plano operativo a la «Señora 8» –tal como le gusta a Majdalani que la llamen en la AFI–, una mujer con estudios incompletos de Administración de Empresas y Relaciones Públicas en universidades privadas, cuya experiencia y contactos en el rubro fue forjada en su época de diputada al integrar la Comisión Bicameral de Actividades de Inteligencia. Pero además posee otra gran virtud: su nombramiento fue impulsado por el presidente de Boca, Daniel Angelici, el operador todo terreno del macrismo en la Justicia, la policía y la denominada «comunidad informativa».

De su mano también llegó José Luis Galea a la Dirección de Finanzas, quien ya había ocupado ese mismo cargo en la SIDE durante la presidencia de Fernando de la Rúa, antes de convertirse en gerente del Grupo Veintitrés, del vaciador Sergio Szpolski. Angelici tenía mucho interés por tener en esa área a un funcionario que reporte directamente a su persona.

Pero aquel logro no le resultó duradero: acaba de trascender que Galea es el primer eyectado por el terremoto que ahora zamarrea la estructura de la AFI. Las otras áreas a sanear son Contrainteligencia y Delegaciones.

En consecuencia, los días están contados para los hasta ahora poderosos Diego Dalmau Pereyra y Eduardo Winckler. El primero, un exprofesor de la Escuela de Inteligencia Nacional, fue recomendado por Jorge Lucas, su lejano antecesor en la SIDE menemista de Hugo Anzorregui. Y este es nada menos que consuegro de Majdalani, ya que su hijo Martín está casado con Laura, una de las hijas de la actual subjefa. Dicho sea de paso, otra de sus hijas, Gabriela, es la esposa del agente Darío Biorsi (no es un apodo); este es quien pactó con Ibar Pérez Corradi su entrega en Paraguay a cambio de información que jamás proporcionó. Él también está en la cuerda floja, al igual que su socio en esa delicada misión, el fiscal –en licencia– Eduardo Miragaya. A su vez, Winckler –un empleado del Senado que se ganó la confianza de Majdalani durante sus días de legisladora en la Bicameral– tal vez regrese a su rutinario trabajo en el Parlamento donde nunca dejó de cobrar su sueldo.

Claro que en tan áspero escenario el destino de la propia Majdalani también es incierto. Aunque no así la permanencia de Arribas, el amigo «más vivo» del presidente. «