Concentración de Cipolletti, segundo semestre de 2002. En la previa al partido ante Douglas Haig de Pergamino por el Torneo Argentino A, los futbolistas juegan al metegol en la pensión del club. Tac. La pelotita salta hacia afuera. Pablo Arriagada hace volar la ojota y, con los dedos del pie derecho, la atenaza, la hace rebotar contra el piso y la devuelve al metegol. Los compañeros dejan de jugar. Los ofendió, dicen.

Domingo. Cipolletti le gana 1-0 a Douglas Haig. Entretiempo.

-¿A qué hora sale el micro a Bahía? -le pregunta a Arriagada el entrenador, Domingo Perilli.

-A las siete.

-Si antes de los 15 minutos hacés un gol o metés un pase gol, te saco, te bañás, agarrás el bolso y te vas.

“En el arranque del segundo tiempo, Cipolletti fue demoledor -leemos ahora en la crónica de Diario Río Negro, 16 de septiembre de 2002-. A los 3 minutos Ancatén armó una buena jugada por la izquierda, apiló a tres jugadores de Douglas, y tiró el centro pasado. Cuando Romero quiso achicar, Arriagada con un toque mandó la pelota al fondo de la red”. Ante la sorpresa de todos, Arriagada sale de la cancha. Llega a tiempo al micro de las 19, y así evita el de las 22. Antes de la medianoche ya está en Bahía Blanca. Y, con el permiso de Perilli, a veces se suma recién el miércoles a las prácticas.

Arriagada se inscribe en la línea de futbolistas con un talento especial que eligieron su destino por fuera de la cultura dominante del fútbol, como el Trinche Carlovich. Jugaba de enganche. De 10. Debutó en Bella Vista a los 17 años, en 1990. Ahí jugó 283 partidos y marcó 118 goles. Ídolo. También se puso la camiseta de Villa Mitre, Sansinena y Sporting en la Liga del Sur; de Pampero, Sportivo y Cultural y Natura en la Liga de La Pampa; de Automoto en la Liga de Coronel Suárez; y de Juventud Unida de Algarrobo, en la Asociación de Villarino.

Pero el asunto es cómo jugaba y por qué es una leyenda en Bahía Blanca y alrededores.

“Los tres mejores futbolistas con los que jugué son Messi, Riquelme y Arriagada”, dijo Rodrigo Palacio en 2014, antes del Mundial de Brasil. Palacio debutó en Bella Vista en 2001. Compartió ataque con Arriagada. También en ese equipo jugó Martín Aguirre, mediocampista de River entre 2011 y 2015. Una bandera con sus caras los inmortaliza en el alambrado de la cancha de Bella Vista. El crack, remarcan, era Arriagada.

“Fue un orgullo jugar con él en mis inicios -dice Palacio-. Ahora que pasó el tiempo me di cuenta la clase de jugador que era, y teníamos el privilegio de disfrutarlo día a día. En cualquier momento te metía un pase gol, era una ventaja. Sus jugadas me quedaron marcadas. Era un fantasista. Recuerdo que venían hinchas de otros clubes a verlo jugar en Bella Vista”.

“Tuve la posibilidad de jugar con muchísimos jugadores y nunca vi la mínima semejanza de lo que él hacía con la pelota -precisa Aguirre-. Hacía cosas que no daba la física, irreales, sin exagerar. Era magia, era líder. Lo tendrían que haber chupado y puesto cinco minutos en un equipo de Primera. Lo hubiesen contratado. Hoy sería lo que es Totti en Italia”.

A Arriagada le decían “el Ciego”. No veía de noche: jugaba con la intuición. Alguna vez hasta festejó un gol sacando el banderín del córner y caminando, como si fuera el bastón, a lo Mr. Magoo. Raúl Papalardo incluyó a Arriagada en el documental “45 minutos”, que entrelaza historias futboleras bahienses. “Era un cactus, no te podías acercar y sacarle la pelota, te ponía las manos, los codos, insoportable -dice Papalardo, quien llegó hasta la Reserva de Bella Vista-. Aparte, no sabías para dónde te iba a salir. Era como Bochini”. La técnica del Ciego Arriagada incluía cañitos, chilenas y tijeras, asistencias, tiros libres al ángulo y penales parándose como zurdo y pateando con derecha. “Lo que juega ese 10…”, era el comentario típico en las canchas de las ligas de la zona. Cuentan que Julio César Falcioni, quien dirigió a Olimpo entre 2002 y 2003, quiso llevárselo después de un amistoso ante Bella Vista.

-¿Qué te faltó para jugar en el fútbol grande? -le preguntó el periodista Javier Schwab en una entrevista en La Nueva Provincia, en 2007.

-La posibilidad concreta de irme. Una vez fui a probarme a Atlanta; estaba Jorge Ghiso e hice un gol. Me puso de 8 porque necesitaba un jugador en ese puesto, pero yo me cambiaba de punta permanentemente. Y no quedé por eso. Además, en una charla que tuve con él, me dijo “morrudo” y me agarré un veneno tremendo. Me quitó todas las ganas de seguir.

-Palacio dijo que sos uno de los mejores jugadores que tuvo a su lado. ¿Por qué él está en Boca y vos acá?

-Porque tuvimos distintas épocas. Hoy hay otras oportunidades, otras vidrieras. En mi mejor momento sólo me veían los hinchas de Bella Vista. Ahora hay empresarios y representantes por todos lados.

Domingo Perilli, el DT que sacaba a Arriagada en el segundo tiempo si hacía un gol o metía un pase gol para que se volviera a Bahía, es ahora el secretario técnico de Cipolletti: “Era del estilo de Riquelme, tenía pausa, pateaba tiros libres, un crack. Tendría que estar lleno de dinero, pero estuvo siempre en Bella Vista. Son vagos que enamoran con su talento, vagos lindos”. Perilli cuenta que una vez, durante una pretemporada en Necochea, Arriagada desapareció: se había hecho una escapada a Bahía Blanca. “Son feas, pero son mis hijas”, le dijo otra vez a Perilli, cartas malas en manos, mientras jugaban al tute cabrero en la concentración. Y el dicho quedó en Cipolletti. “Los jugadores de Bahía tienen una particularidad: a la gran mayoría se les hace muy difícil salir de Bahía -dice Perilli-. A veces hablan del Trinche Carlovich. Yo no lo vi jugar. Pero a este pibe, sí. Y no tuvo la trascendencia que tendría que haber tenido. No llegó más lejos porque le gustaba tener todo cerca: la casa, la familia, el barrio”.

Rómulo Severini jugó con Arriagada en Bella Vista y Villa Mitre. Era centrodelantero. “Es todo lo que es, por todo lo que pudo haber sido -explica Severini-. Hubiera sido uno de los grandes talentos argentinos. Físicamente era más parecido a Maradona que a Messi. Es más percherón. Físico duro, huesos duros, músculos duros, el prototipo del futbolista argentino de potrero. Me hizo hacer goles de todos los colores. No es por agrandarlo, pero para mí es Diego y Pablo”.

Reservado pero frontal, Arriagada, a quien también apodaron el Mago, todavía se fastidia cuando le devuelven mal un pase en Lucaioli, el equipo en el que juega a los 47 años entre los veteranos en la Liga Comercial de Bahía Blanca. Vive en el barrio Kilómetro Cinco y trabaja en una delegación municipal. Entre los amigos, se anima a cantar tangos. En familia, cocina asados y sorrentinos caseros. “Ir a ver jugar a Pablo era como ir a ver a Platini en la esquina de tu casa -dice Claudio Di Cicco, baterista de Abel Pintos, hincha de Bella Vista y cuyo hijo se llama Pablo en homenaje a Arriagada-. El entorno era muy diferente, pero el contenido muy similar”.

“El fútbol es casi todo, es lo que hice toda la vida -dijo una vez el Ciego Arriagada-. No me parece que me haya ido mal como lo hice. Haría lo mismo. Son otras épocas. Las cosas han cambiado y yo no he cambiado: sigo siendo el mismo”.