A casi 45 años, la búsqueda e identificación de cuerpos de las y los desaparecidos es una de las venas abiertas que dejó el golpe cívico-militar de 1976. La disponibilidad de nuevas tecnologías, que confluyeron con las políticas de derechos humanos y la esperada definición judicial, permitieron que comenzara esta semana la búsqueda de enterramientos en Campo de Mayo, donde funcionaron al menos cuatro centros clandestinos de detención.

“Se reclamó mucho tiempo. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) hace como dos años pudo adquirir esta nueva tecnología de última generación, que detecta movimientos de tierras con mucha precisión. Esto requirió gente que se capacite específicamente y se hace junto con la universidad pública de La Plata”, explica a Tiempo Adriana Taboada, referente de la Comisión Memoria, Verdad y Justicia de Zona Norte. Y remarca: “Esto nos pone –igual que el juicio por los vuelos de la muerte- frente a una temática de la que se habla poco pero que es fundamental. Porque no solamente está el tema de la desaparición, sino que un tema complejo que tuvieron que enfrentar los genocidas es qué hacer con los cuerpos. El tema del exterminio. Tanto el juicio vuelos como esta posibilidad que nos brinda hoy el avance de la tecnología nos sitúa frente al tema del exterminio”.

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El relevamiento de 5000 hectáreas del predio de Campo de Mayo para analizar si hubo enterramientos clandestinos comenzó ayer con el primer sobrevuelo. El EAAF y la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata serán los encargados de examinar los datos que arroje el equipo de escaneo –LIDAR Aéreo-, en un operativo impulsado conjuntamente por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, el Ministerio de Defensa y Abuelas de Plaza de Mayo, y ordenado por el Juzgado Federal N° 2 en lo Criminal y Correccional de San Martín.

“El análisis de las imágenes se va a hacer durante los próximos seis meses. Que se haga ahora es porque coincidió la renovación de la gestión en la Secretaria de Derechos Humanos, que el EAAF haya adquirido nueva tecnología, que la justicia haya entendido que este trabajo derribará o confirmará un mito que se arrastra desde hace muchos años”, plantea Lorena Battistiol Colayago, integrante de Abuelas de Plaza de Mayo e hija de Egidio Battistiol y Juana Colayago, secuestrados el 31 de agosto de 1977 y llevados a Campo de Mayo. “Después de esta tarea, se retomarán las excavaciones dentro de las 10 hectáreas que están cercadas en El Campito (uno de los centros clandestinos de Campo de Mayo). Y por supuesto que las nuevas tecnologías están a disposición para ser usadas en varios ex CCD del país, donde también se tienen testimonios de enterramientos”, señala. De hecho, ya está en los planes llevarlo a Santa Fe, Córdoba y Tucumán.


 

“Ahí poníamos los cuerpos y después había que cubrirlos”

“En Campo de Mayo se hicieron búsquedas en terreno con algunas denuncias, gente que guió hasta determinados lugares, pero nunca se encontró nada.  El lugar tiene muchas hectáreas, no se puede levantar todo, pero con estos aparatos si hay algo se va a ir directamente a ese punto y se verá a qué se debió el movimiento de tierra. Hay una búsqueda dirigida”, apunta Taboada. “Estamos en un compás de espera. Expectantes. Por la posibilidad de conocer realmente si hubo o no enterramientos. Dónde pueden estar los cuerpos de nuestros familiares. Si hubo enterramientos hay posibilidad de recuperación de restos e identificación. Estamos por cumplir 45 años del golpe y estamos todavía buscando”, destaca.

Uno de los testimonios que da cuenta de enterramientos en ese predio es el de Sandra Missori. Tenía 12 años cuando permaneció secuestrada allí durante seis días, a mediados de 1977. “Me ha tocado en uno de mis castigos enterrar; la fosa ya la habían hecho otras personas. Yo era muy chica. Fue la única vez que vi una fosa”, relata a este diario. Y sigue: “Te daban pala para cavar y a otros algo que después supe que eran picos. Ahí poníamos los cuerpos y después había que cubrirlos. Era en un lugar que yo le llamaba el bosque, había muchos árboles”.

Missori declaró judicialmente en varias oportunidades, la última en julio pasado, en plena pandemia y de forma remota, desde su casa: “Me costó mucho hablar. En la última declaración –como fue online, el secretario de juzgado me ayudó mucho, con mi psiquiatra y mi esposo al lado- dije más cosas que me tenía guardadas. Muchas cosas de mi tortura que por vergüenza no decía”.

La sobreviviente cuenta que estuvo secuestrada en un galpón donde había detenidos-desaparecidos de las plantas de Ford y Mercedes Benz de Zona Norte, así como trabajadores ferroviarios. Y explica que pudo ver el lugar porque uno de los represores en un momento le quitó la venda y le dejó sólo la capucha, a través de la cual podía espiar. “Me sacó la capucha y me dijo ‘vamos a sacar las vendas porque tenés un olor a podrido’. Se me habían infectado los ojos de tanto llorar”, cuenta Missori para explicar lo que vio y convirtió en memoria y testimonio, en busca de justicia.