“Queridos viejo y mamá, hoy recibí el telegrama. Fue hermosísimo. Pero no pudo evitar la emoción y con María Antonia (Berger) nos pusimos a llorar. Pero fue un llanto de alegría. Sobre todo porque me tranquilizaba el hecho de que ustedes supieran que estaba aquí y de que ustedes estuvieran bien. No sé cuándo llegará esta carta, porque parece que el correo demora un poco. Ayer les mandé otra carta de mi primer día en Rawson».

Así, con su letra prolija y la sensibilidad a flor de piel, María Angélica Sabelli le contaba a su familia en la ciudad de Buenos Aires cómo vivía sus primeros días en el penal. La carta es del 25 de abril y hacía poco que había llegado a la cárcel de Rawson tras su detención en febrero de 1972 y su paso por Devoto.

La Petisa apenas había cumplido los 23 años. Poco después de egresar del Colegio Nacional Buenos Aires, mientras estudiaba Matemáticas en la facultad de Ciencias Exactas, se había unido a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Escribía en su celda por las noches y se obligaba a enviar dos cartas por semana dirigidas a sus padres, Manfredo Sabelli y María Angélica Lema, a su abuela y a su tía Chela. Les contaba con dulzura de su día a día en el penal, de sus avances con el tejido, la lectura de las cartas en voz alta y cómo la habían cuidado sus compañeras cuando había estado enferma.

«Estudiamos, leemos, discutimos y escribimos muchas cartas. También hacemos gimnasia y jugamos a la pelota para mantenernos ágiles. Para desalienarnos mateamos, charlamos, leemos Patoruzú. Todo esto unido a la atención permanente de noticias nos permite sentirnos más ligados a la realidad, aunque por ahora no podamos incidir en ella», le contaba en una carta a su tía Chela reproducida por Tomás Eloy Martínez en su libro La pasión según Trelew.

En otro texto dirigido a su familia relata la huelga de hambre que realizaron para que se cerrara el Buque Cárcel Granaderos y la visita de Héctor Cámpora, quien no pudo ingresar al penal pero les hizo llegar el apoyo total de Juan Domingo Perón.

Para tranquilidad de su familia, les mentía sobre las condiciones de detención y les inventaba comodidades y beneficios que no tenían. Tampoco les decía que estaban entrenando y planificando el escape del penal. Por su experiencia en operaciones armadas, instruía a sus compañas en el uso de armas e integró el segundo grupo de la fuga, el que no logró ingresar al avión, fue capturado en el aeropuerto de Trelew y llevado a la Base Almirante Zar.

Tras la Masacre, las que les escribieron fueron sus compañeras de militancia y de cárcel. «Querida mamá de nuestra inolvidable María Angélica», comienza una de ellas, en la que le cuentan el recuerdo de su ingreso al penal, «tan niña y tan mujer a la vez», y desmentían la versión oficial de la dictadura: «Sus muertes se debieron no a otro intento de fuga sino a las fuerzas dominantes que, sabiendo el valor de esos compañeros, decidieron eliminarlos».  «Debe sentirse orgullosa de su hija y que nosotras la llevamos siempre en nuestro ideal y en nuestra lucha (…)», añadieron.

Poco tiempo después de los fusilamientos, vigilados y perseguidos, la familia Sabelli se exilió en Italia. Su mamá se suicidó al mes siguiente y un año después, también murió su padre. Tenían con ellos la caja con recuerdos de María Angélica, sus cartas, boletines, certificado de bautismo, que quedaron a resguardo de su tía Chela, quien la cuidó durante 40 años. Tras su fallecimiento en 2013, pasaron a Carlos Sabelli, sobrino de María Angélica, quien en 2021 las aportó al Archivo Nacional de la Memoria, donde se pueden consultar. «