Fue durante la inauguración de un acto académico en la Universidad de Chile cuando el vicepresidente de nuestra Corte Suprema de Justicia, Carlos Rosenkrantz, supo decir: “No puede haber un derecho detrás de cada necesidad”. ¡Un genio! Al tipo solo le bastaron nueve palabras para describir el carácter despreciable de su alma. Pero su frase provocó una oleada de repudios y refutaciones. Ambas respuestas no dejan de ser inconducentes. La primera, porque hay que dejar que individuos como él se expresen, puesto que cuando lo hacen demuestran  realmente quienes son; la segunda, porque discutir con ellos sería como jugar al ajedrez con un mono. En todo caso, mejor es analizar la manera con la cual un personajillo de su calaña llegó de la nada –junto con Horacio Rosatti– para dibujar una representación grotesca e innoble de los poderes del Estado. Una trama distópica que merece ser repasada.

La primera escena de esta pesadilla no onírica data del 10 de diciembre de 2015.

Aquel jueves, cuando el aún flamante presidente Mauricio Macri leía su discurso ante la Asamblea Legislativa, de pronto, soltó:

–En nuestro gobierno no habrá jueces macristas; a quienes quieran serlo les digo que no serán bienvenidos.

Una salva de aplausos estalló en el recinto.

Pero cuatro días después firmó un decreto para sumar a Rosenkrantz y a Rosatti al máximo tribunal.

Esos nombres habían sido susurrados a su oreja por otro gran personaje de esta historia, el operador judicial Fabián Rodríguez Simón, “Pepín”.

Así se produjo el tardío, aunque fulminante, salto de Rosenkrantz desde la actividad privada a la Corte, sin escalas intermedias.

Hasta entonces, ese tipo de 59 años había sido rector de la Universidad de San Andrés y socio de Gabriel Bouzat en uno de los estudios jurídicos más caros del país, entre cuyos clientes figuraban los grupos Clarín, Pegasus y De Narváez.

Claro que la debilidad constitucional de su nombramiento lo situó –al igual que a Rosatti– en una espera que se extendería hasta el 22 de agosto, tras ser confirmados por el parlamento.

A partir de entonces, Rosenkrantz dio rienda suelta a una fidelidad casi perruna hacia el líder del PRO, siempre con el nexo del inefable Pepín.

En tal sentido, Rosatti se mostró más recatado. Únicamente se cuidaba de no firmar fallos adversos al Poder Ejecutivo de entonces.

Pero vayamos al Rosenkrantz. Uno de los impedimentos de aquel sujeto era su amistad con la familia del magnate azucarero Carlos Pedro Blaquier, cuyo juzgamiento por complicidad civil durante la última dictadura estaba cajoneado, y la Corte debía remediar tal situación.

A eso se añadía otra incómoda circunstancia: antes de brincar hacia el despacho más importante del Palacio de Tribunales, este magistrado tuvo el honor de recibir una millonaria donación para la Universidad de San Andrés, realizada por la (ya difunta)  esposa del imputado, Nelly Arrieta de Blaquier.

El propio Rosenkrantz lo reconoció en 2016, durante la defensa de su pliego en el Senado, al aclarar que desde la Corte no se excusaría de intervenir en esa causa contra Blaquier con un argumento impecable: la donación no era para él sino para dicha casa de altos estudios. 

Sin embargo, en aquella ocasión no mencionó que su esposa, Agustina Cavanagh, era la directora ejecutiva de la Fundación Cimientos –que, según su home page, promueve la “equidad educativa” a cambio de jugosos contratos con el Estado–, mientras que su presidencia la ocupaba Miguel Blaquier, un ex abogado de la azucarera y sobrino de Carlos Pedro. El mundo es un pañuelo.

Moraleja: Rosenkrantz y los suyos demoraron tanto el asunto que ahora, por problemas cognitivos, Blaquier –a sus 94 años– no está en condiciones de afrontar su juicio.

Por otro lado, habría que reparar en la causa a cargo de la jueza María Servini por las amenazas y “garrones” a los empresarios Fabián De Souza y Cristóbal López. Porque su plato fuerte es un informe sobre las llamadas de Pepín entre enero de 2016 y agosto de 2019. Cabe destacar que, al respecto, cayó como una gigantesca roca sobre el océano la recusación a Rosenkrantz, puesto que –al momento de los hechos investigados– hubo 59 comunicaciones telefónicas entre Pepín  y él.

El primer entrecruzamiento sobre el celular del ahora prófugo operador judicial abarca 10.738 llamadas. No es exagerado decir que tamaña cifra dejó en vilo a muchos de sus contactos.

Entre ellos, además de Macri y Rosenkrantz, se destaca el socio Bousat (38 llamadas), el cortesano Rosatti (17 llamadas) y el ex ministro de Justicia, Germán Garavano (160 llamadas), todos ellos vinculados, en mayor o menor medida, con el mencionado expediente.

Tampoco es un dato menor que el pobre Rosenkrantz haya integrado el lote de espiados por el gobierno del PRO. Una metáfora de la ética macrista que se repite una y otra vez. Y aquí resalta la figura del prefecto Franco Pini, un hombre muy ligado a Patricia Bullrich.

La cuestión es que, a fines de 2010, el juez federal Alejo Ramos Padilla, lo procesó por espionaje ilegal nada menos que sobre Rosenkrantz, en el marco de la causa que investiga las trapisondas de la banda del agente polimorfo Marcelo D’Alessio. Entre otros fisgoneados por él, figura también el doctor Bouzat. Ocurre que Pini anduvo hurgando algunos registros de la Dirección Nacional de Migraciones, ya que le interesaban los viajes de ambos a Panamá, relacionados con presuntas cuentas offshore a sus nombres.

Ya son parte de la historia las fotos publicadas por El Cohete a la Luna, el portal  de Horacio Verbitsky, donde se lo ve a Rodríguez Simón en un bar con el camarista Martín Irurzun. Desde entonces, sus constantes injerencias en el universo tribunalicio dejaron de ser un secreto de Estado.

Para colmo, el tipo no fue ajeno a que –involuntariamente– Rosenkrantz volviera a estar nuevamente bajo el radar de los fisgones macristas, aunque esta vez de la gavilla “Super Mario Bros”, perteneciente a la AFI.

Ese mismo mes, Pepín increpó en la confitería Farinelli, situada en la calle Bulnes al 2700, de Palermo, a una persona que lo filmaba en compañía de un contertulio. Una imagen de aquella cinta circuló en la prensa y exhibía a su extraño acompañante, quien lucía gafas negras y una gorrita que le cubría hasta las orejas. Un atuendo que, sin embargo, no ocultaba su gran semejanza con la cara de Rosenkrantz. Eso habría inquietado a Macri, por lo que ordenó al jefe de la AFI, Gustavo Arribas, que sus espías identificaran al “paparazzi”, además de confirmar la presencia del cortesano en ese salón.

Aquellas cuestiones jamás fueron esclarecidas. Pero durante meses los muchachos de la AFI vigilaron a sol y sombra a la dupla formada por Pepín y Rosenkrantz, un lazo que debía ser mantenido bajo reserva.

Así, a los tumbos, llegó para ellos el turbulento 2019. Y Rosenkrantz había inaugurado el año judicial con un discurso tremendista: “Se empieza a generalizar la desconfianza de que servimos a intereses distintos al derecho”. Así arrancó.

Tres meses después, fue sorprendido en la boda de la hija del inefable Pepín. Departía en una mesa con el entonces titular de YPF, Miguel Gutiérrez, también estaba el procurador del Tesoro, Bernardo Saravia Frías, el asesor presidencial José Torello y la denunciadora Mariana Zuvic.

Allí no se encontraba el prefecto Pini ni los muchachos de la AFI, sino un simple fotógrafo de sociales.

Y ahora Rosenkrantz polemiza nada menos que con Evita.  «