Los cuatro jueces de la Corte Suprema estarán hoy en la ceremonia de asunción del cargo de presidente de la Nación por parte de Javier Milei. La foto protocolar no será, ni remotamente, una muestra de unidad y robustez del Poder Judicial: puertas adentro esta todo roto.

La imagen de Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda almorzando el jueves en un restaurante del barrio porteño de La Recoleta fue una suerte de respuesta informal al pedido del cuarto juez de la Corte, Ricardo Lorenzetti, para el desplazamiento de Silvio Robles del alto tribunal. Robles es bastante más que la mano derecha de Rosatti, el presidente de la Corte. Pero antes estuvo muy vinculado con la política. Bastaría con preguntarle al expresidente Amado Boudou qué piensa de él para saber la impresión que dejó cuando –por ejemplo– acompañó a Felisa Miceli, eyectada del Ministerio de Economía tras el hallazgo de una bolsa con dinero en un armario del baño de su despacho. Aún hay quienes se preguntan quién era el verdadero dueño de ese dinero. 

La troika dominante de la Corte tiene un enlace directo con el presidente que asumirá hoy sus funciones por los próximos cuatro años. Su nombre es Sebastián Amerio, se presenta en las redes sociales como «Abogado. Funcionario de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Exasesor del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación. Posgrado en Derecho». Trabaja en la vocalía del juez Maqueda y con alto grado de probabilidad será funcionario del área de Justicia en el gobierno que asume hoy. Se conoce con el flamante ministro Mariano Cúneo Libarona pues ambos comparten tareas en la Universidad del Museo Social (UMSA).

Cuando el revoleo (y descarte) de ministeriables arreciaba en el entorno de Milei, Amerio fue quien aceleró los contactos para la visita, y la foto, de Cúneo Libarona con los jueces de la Corte. Aquella imagen, difundida incluso por la propia Corte, desbarató la ofensiva para colocar en su lugar a un macrista de pura cepa, Germán Garavano. El exministro de Justicia de Mauricio Macri quedó expectante para una segunda etapa del gobierno entrante, siempre y cuando la alianza entre el líder del PRO y el flamante presidente se mantenga.

Amerio será probablemente el próximo secretario de Justicia, cargo que hasta hoy ocupó Juan Martín Mena. Los jueces de la mayoría automática versión 2023 de la Corte confían en que él será el nexo –en los hechos– con Milei. Acaso por eso Maqueda, que venía insinuando desde hacía largo rato su intención de retirarse del cargo (y mucho más ahora que el juicio político en su contra parece definitivamente desactivado) se convirtió en un referente de peso dentro del Poder Judicial. Todo es perdonable, incluso los desaguisados que bajo sus narices ocurrieron en la obra social del Poder Judicial.

En ese contexto, la foto de Maqueda llevando la voz cantante y locuaz durante el almuerzo en La Recoleta (muy cerca de su domicilio; a menudo va caminando hasta el Palacio de Tribunales), con Rosatti y Rosenkrantz escuchándolo divertidos y risueños, tiene una carga de simbología mucho mayor a la simple idea de un almuerzo de camaradería entre viejos amigos.

Días atrás trascendió la nota que Ricardo Lorenzetti le envió a la presidencia de la Corte exigiendo el «desplazamiento inmediato» de Silvio Robles, el alter ego de Rosatti.

«Es doloroso hacer un planteo de esta naturaleza, pero es inevitable si realmente pensamos en el país, en la institución y en la sociedad», escribió Lorenzetti, en un documento firmado el 22 de noviembre de 2022 (el segundo día hábil después del balotaje que consagró presidente a Javier Milei).

La nota dio inicio a un expediente interno formal, el 7454/2023. Tan apegado al rigor formal, el máximo tribunal debería dar una respuesta concreta al planteo de Lorenzetti. Hasta ahora no la hubo y el expresidente de la Corte durante once años está convencido de que no la habrá. «La respuesta fue la foto», sostienen en sus cercanías. Además de una muestra de dónde está el poder, la imagen de aquel almuerzo fue interpretada también como un respaldo a Robles.

«Han existido publicaciones en distintos medios y en redes sociales señalando que el funcionario habría tenido reuniones con diversas personas en varios casos que tramitaron ante esta Corte. En esas reuniones habría transmitido información interna acerca del estado en el que están, los votos que tienen cada uno de ellos y se habría comprometido a acelerar o demorar el procedimiento. Todo ello se agrava porque el funcionario invoca hablar en representación de tres ministros, a los que llama despectivamente ‘el tridente’ o ‘los tres mosqueteros. Existen publicaciones que mencionan estos hechos, lo cual es suficiente para promover un sumario. Pero, además, hay numerosos testigos dentro y fuera de esta Corte, que deberán ser citados a declarar en el período de prueba, una vez que se ordene la instrucción del sumario”, escribió Lorenzetti en su pedido de desplazamiento de Robles.

Robles aparece en los chats filtrados a través de un sitio de Internet hace un año. Se lo ve en diálogos con el exministro de Seguridad porteño Marcelo D’Alessandro hablando (acaso mucho más que eso) sobre dos fallos claves: la coparticipación que reclama la Capital Federal después de un decreto del presidente saliente Alberto Fernández en plena pandemia y una banca en el Consejo de la Magistratura que esta misma semana la Corte terminó de adjudicarle a Luis Juez, de Juntos por el Cambio. Tal como había adelantado tácitamente Robles en aquel chat.

El juez federal Sebastián Ramos (quien aparece en otros chats filtrados) y el fiscal Carlos Stornelli rápidamente descartaron la validez, siquiera como indicio de la comisión de un delito, de aquellos diálogos cibernéticos. Pero nadie, nunca, dijo que fueran falsos. Cuando el propio D’Alessandro osó insinuarlo, sus propias desmentidas parecieron confirmar que existían y eran reales.

Según Lorenzetti, Robles pudo haber demostrado que todo era una operación de inteligencia y que los diálogos por el sistema de mensajería Telegram eran falsos. Si hubiera entregado su teléfono para una investigación interna de la Corte y los chats hubieran sido efectivamente una construcción irreal, un peritaje rápidamente habría demostrado la falsedad de esos diálogos. Y asunto terminado.

Pero Robles –embistió Lorenzetti– «por el contrario, ha dedicado todos sus esfuerzos a evitar que se aclare, sin siquiera sentir el pudor esperable frente a la envergadura y estado público de la cuestión. Se ha negado a presentar su teléfono para que sea peritado y a dar cualquier tipo de explicación. Y, además de negarse, ha deducido todo tipo de recursos para evitar ser investigado.(…) Esa conducta reticente genera la sospecha de que algo tiene que ocultar, y ello produce un grave daño a la imagen pública de la Corte Suprema».