El 29 de enero de 1921 los obreros de la fábrica taninera La Forestal protagonizaron una rebelión multitudinaria en el norte santafesino para exigir aumento salarial, mejores condiciones laborales y respeto de una patronal británica que los había sometido a condiciones de superexplotación desde su llegada a la cuña boscosa chaqueña. Fue el fruto de un proceso que comenzó tres años antes, cuando formaron el primer sindicato de la región. Se animaron a quebrar el orden impuesto por un pulpo empresarial que buscó aniquilar ese movimiento con la misma ferocidad ejecutada en otros dos hechos que marcaron la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen: la represión desatada en el sur porteño en 1919, durante las protestas de los trabajadores metalúrgicos en la llamada Semana Trágica, y el brutal operativo desplegado por el Ejército en la Patagonia para exterminar a los protagonistas de las huelgas que tuvieron epicentro en Santa Cruz.

La segunda semana de enero de 1919 registró en Buenos Aires más de 800 muertos y miles de detenidos cuando Yrigoyen autorizó la represión de una masiva protesta gremial encabezada por los obreros metalúrgicos de los talleres Vasena. Entre 1920 y 1922, en la provincia de Santa Cruz más de 1500 obreros fueron fusilados por tropas militares enviadas para sofocar las protestas del naciente movimiento obrero organizado, de orientación anarco sindical.

Ambos hechos integran la historia más sangrienta de aquel gobierno fundacional del radicalismo. Pero su cabal dimensión se completa con los más de 500 asesinatos cometidos en Villa Guillermina, Villa Ana y otras localidades del norte santafesino desde que los trabajadores tanineros decidieron organizarse. El obrero Teófilo Lafuente encabezó ese proceso de lucha y fue el primer secretario general del gremio.

Su legado es la inspiración del monumento que fue erigido este viernes en honor a esa lucha, sobre uno de los antiguos terrenos de la fábrica en Villa Guillermina, como parte de la serie de eventos previstos por el Encuentro por la Memoria, la Identidad y la Reivindicación de los Pueblos Forestales (EMIRPF) para conmemorar los cien años de un hito mucho tiempo olvidado.

Desde el comienzo del conflicto, La Forestal buscó responder con despidos, hostigamientos, asesinatos y deportaciones. Luego logró anular el sindicato, cerró todas sus seccionales y desplegó un inédito mecanismo de control en la zona: la Gendarmería Volante, una milicia que reprimió en nombre del Estado como una fuerza regular, pero que fue íntegramente financiada por la firma inglesa.

El historiador Alejandro Jasinski es autor del libro Revuelta obrera y masacre en La Forestal. Sindicalización y violencia empresaria en tiempos de Yrigoyen. Luego de esa investigación, ahora reveló la criminalidad de esa fuerza creada nueve años antes del primer golpe de Estado en Argentina. Tiempo accedió a los documentos de ese trabajo inédito.


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¿Dónde están?

En sus páginas está la recuperación del discurso del diputado provincial Belisario Salvadores, durante la interpelación que realizó la Legislatura de Santa Fe en mayo de 1921 para indagar sobre los crímenes cometidos cuatro meses antes.

«¿Dónde están Eusebio Sandoval, Blanco, Molina, Romero (Pucú), Alfonsín, Pic, Gómez, Liberata de Barrios, y veinte o treinta o sabe Dios cuántos más? Y me refiero solamente a Guillermina donde la compañía no fue tan cruenta: ¡Ah! Señores diputados, ellos duermen el sueño eterno en sus tumbas prematuras y cobardemente abiertas por los asesinos a sueldo de La Forestal», dijo el legislador antes de detallar cómo terminó Sandoval, uno de los obreros de la firma que participó de las huelgas.

Era “un buen muchacho, trabajador y de impecables antecedentes” que según sus compañeros, «salió a cazar acompañado de su tío, ambos miembros de la federación obrera. A poco de andar, fueron alcanzados por el sargento Blanco y el agente Solano Ramírez. Pronto se hizo presente una patrulla de la Gendarmería Volante. Sandoval fue alcanzado por una descarga de fusil winchester. Cayó y, mientras se arrastraba por el suelo, los gendarmes probaron puntería, hasta que fue rematado con un tiro en la sien», denunció Salvadores.

Entre los casos relatados, está la historia de la joven Antonia Lugo de 14 años. «Fue ultimada a tiros cuando quiso socorrer a su mamá quien se había negado a pagar un impuesto a los gendarmes, antes de ser golpeada y violada», sostiene otra de las denuncias que llegaron al legislativo provincial, junto a un informe del jefe de la policía local, José Cervera, hallado por el investigador David Quarin.


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La recopilación de testimonios que se acumularon en el poder legislativo santafesino demuestra que se trató de uno de los primeros antecedentes de una práctica que se repitió en los años siguientes y tuvo su punto cúlmine en la última dictadura militar. «Queda confirmada la violencia directa extrema que combinó represión estatal y privada», dice al respecto el documento «Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado», realizado por la secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

El jefe de la temible Gendarmería Volante fue el capitán retirado Florencio Avelino Martínez. Su perfil confirma que la zona vidriosa que une a la represión estatal con la complicidad empresarial data de principios del siglo 20. El uniformado pasó por distintas provincias, pero quedó al frente de una policía montada «financiada por la empresa que fue acusada de cometer crímenes contra la humanidad», asegura Jasinski. El investigador también tuvo acceso a las notas del periodista santafesino Victor Benedetti, director del diario Santa Fe, que viajó a Villa Guillermina en 1923. En esos textos relató que se sentía ante un “frente de la gran guerra”, para comparar la zona del conflicto con una escena de la Primera Guerra Mundial.

«Del escuadrón originario, quedaban sólo 24 hombres ocupados en labores de jardinería y en faenas en el cuartel que era un gran salón dormitorio con capacidad para alojar a 160 hombres. En lugares aparte se alojaban los oficiales y también había edificios para depósitos de armamento, winchester, mauser y revólveres Colt, el casino y las oficinas», relató el visitante.

Desde su creación hasta 1923 fue pagada por el directorio de La Forestal. Pero a partir de ese año fue absorbida por el estado santafesino, a partir de un cambio en el decreto que la estableció en 1919. Sin embargo, la fuerza tenía la autorización del gobierno para «comprar a la empresa lo imprescindible para todo soldado que preste servicio dentro del cuartel o comisión, de acuerdo a las disposiciones fronterizas”. Esa definición tan amplia implicaba que La Forestal le vendía de todo al Estado, incluido «forraje, cinco kilos diarios de alfalfa y cuatro kilos de maíz, según precios corrientes que rijan», es decir, fijados por la empresa.

En su cobertura, Benedetti también pudo entrevistar a Avelino Martínez. «Era necesario haber estado aquí en aquellos momentos, con unos pocos soldados y rodeado por miles de obreros enardecidos –con razón o sin ella, el militar no juzga, ejecuta- para ver si era posible mostrar debilidad. Yo no he de justificar algún exceso que haya podido cometer la tropa, sin orden mía ni de los oficiales, desde luego, debido al peligro mismo en que se encontraba, pero me lo explico y cualquiera puede explicárselo. Además, fue formado rápidamente el escuadrón y seguramente vinieron algunos malos elementos que luego se depuraron. No ha sido, pues, la acción de la gendarmería, como se ha pintado en las ciudades», se justificó el militar retirado.

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(Foto: Gentileza Luis Muller)


La gendarmería volante fue el brazo militar de la Forestal, pero con tutela estatal. Su intervención fue descarnada y concluyó con la primera etapa de la firma británica en el país. A partir de 1923 anunció reformas y reanimó un viejo concepto: transformarse en promotora de la civilización y el orden en el norte de Santa Fe.

La ilusión fue acompañada por la represión, pero le garantizó a la firma una veloz acumulación de ganancias que le permitieron planificar una relocalización en Sudáfrica que se terminó de consumar en 1963, cuando la extracción intensiva y extensiva del quebracho ya no tenía el rendimiento esperado. La partida de la firma agudizó un éxodo interno en esos pueblos forestales y abrió otra etapa para sus comunidades. Un siglo después de la masacre que marcó su historia, han logrado recuperar un legado único que la gendarmería volante del capitán Martínez no pudo silenciar.