En junio de 2003, dos meses antes de la elección porteña, el Partido Justicialista (PJ) de la ciudad eligió a Mauricio Macri como candidato propio a jefe de Gobierno. Los detalles de aquel acuerdo fueron negociados, entre otros, por Miguel Ángel Toma, del PJ; y por Juan Pablo Schiavi, de Compromiso Para el Cambio (CPC), el partido original del entonces presidente de Boca, que pretendía derrotar a Aníbal Ibarra. Las reuniones se celebraban en la sede de UPCN, con la bendición de Andrés Rodríguez. Macri luego perdió el balotaje con Ibarra, pero eso es otra historia.
Es evidente que todavía Macri buscaba sumar una pata peronista a su proyecto. Recién dos años más tarde llegaría a su entorno Jaime Durán Barba, que trabajaba para Carlos Menem. Fue el ecuatoriano el que finalmente convenció al hijo de Franco de alejarse del peronismo, medida que lo llevó a consagrarse presidente en 2015 en alianza con la UCR y la CC, y sin el PJ, claro está. De Toma a Elisa Carrió, de Rodríguez a Enrique Nosiglia, sin escalas.
Pero aunque parezca una trampa a la memoria, no lo es: Macri dio sus primeros pasos en política de la mano del PJ. Menem lo empujó en los ’90, como lo hizo con Daniel Scioli o Carlos Reutemann. Y en 2003 fue el candidato del justicialismo porteño. Esto habla por supuesto- de la capacidad de transformación de Macri, cuyo núcleo duro hoy es ideológica y visceralmente antiperonista, pero también de la elasticidad de algunos dirigentes del PJ que sobrevenden liturgia en voz alta sin que eso les impida pactar por lo bajo con todo lo opuesto.
Aquella candidatura «justicialista» de Macri prueba, también, que nada es imposible en la cuarta dimensión del peronismo. De hecho, Schiavi llegó a ser secretario de Transporte del kirchnerismo y Rodríguez, un sindicalista oficialista declarado, al menos, hasta diciembre de 2015.
Teniendo en claro que el peronismo partidocrático será cualquier cosa pero nunca una colonia menonita, no extraña que intente ahora limar asperezas con el kirchnerismo más cristinista, del que estuvieron alejados más por conveniencia que por convicción, tras la derrota de la fórmula Scioli-Zanini y del acoso mediático y judicial a la figura de CFK, en la era de los carpetazos de todos contra todos. Tampoco vuelven ahora por un acto de contrición o súbito fervor camporista. Nada que ver. Vuelven por lo mismo que antes los hizo tomar distancia: la supervivencia. No es amor, es espanto a no ganar.
Llevó tiempo pero finalmente se van haciendo a la idea, aunque aún les cueste digerir el dato: la gravitación política de CFK no cede en el principal distrito electoral del país. En el medio, algunos hasta se intentaron probar el traje de liderazgo y otros pidieron encuestas para ver que decía la gente sobre ellos. Muchos se decepcionaron. No están en la bitácora de las mayorías. Nadie mide en el peronismo como la ex presidenta, y ninguno de los que la critican o la quieren jubilar es aceptado por el resto como nuevo jefe o jefa de todos.
Esto explica la foto del encuentro del PJ bonaerense en San Vicente, donde puede verse a Verónica Magario, Oscar Romero, Fernando Espinoza, Máximo Kirchner y Martín Insaurralde reunidos bajo las consignas «unidos por el trabajo», «unidos por la Argentina y unidos por Buenos Aires». En definitiva, unidos. El PJ provincial, La Cámpora, el Fénix Group, el Esmeralda respaldando un documento conjunto donde se reivindica a «Néstor y Cristina» y se caracteriza al macrismo y sus políticas en clave peronista kirchnerista texto que no suscribiría Sergio Massa y sí podría hasta firmar el Movimiento Evita, además convocando a la marcha del 7 a la CGT y no a Comodoro Py junto a CFK.
El kirchnerismo hizo lo suyo, también. Y algo de lo que hizo es solamente entendible en el contexto general de señales cruzadas al interior del peronismo. Por ejemplo, haber votado nuevamente a Miguel Ángel Pichetto como presidente del bloque FpV en el Senado, aun después de la xenofobia y las deslealtades del último año. Según parece, Pichetto habría archivado su alianza con Massa porque el diputado de Tigre caminó Río Negro sin siquiera haberlo invitado, y también porque nada lo une a Margarita Stolbizer. El voto de los senadores kirchneristas fue una mano tendida no tanto a Pichetto sino a los otros senadores del PJ-FpV que creen que Pichetto sigue siendo un peronista hábil en la rosca parlamentaria, respetado por los gobernadores.
El otro acto fue la recepción de Alberto Rodríguez Saá en el Instituto Patria, búnker de la ex presidenta. Ese día, el puntano que pasó Navidad con Milagro Sala, mientras se fotografiaba con Oscar Parrilli, dijo algo que paralizó al massismo de oídos atentos: «En este momento tenemos que estar todos los peronistas unidos. María Eugenia Vidal dijo que quiere un peronismo dividido en tres, nosotros queremos un peronismo unido. No solo el peronismo, con todas las fuerzas que están luchando contra este modelo neoliberal» ( ) «Esa unidad debe ser programática, pública y plural. Hagamos el programa y el que se sienta cómodo que venga» ( ) «Quiero que quede claro que queremos una Argentina sin presos políticos y sin espionaje político. Que no asuma deuda para gastos corrientes, que no se endeude» ( ) «Por supuesto que CFK es parte de la unidad.» Cuando le preguntaron si incluía a Massa dijo que no: «El solo aparece en los programas de televisión». Es un Rodríguez Saá: su voz es escuchada en el peronismo de las provincias.
El tercer gesto fue el de la propia CFK llamando a no concurrir el 7 de marzo a Comodoro Py, donde ella tiene cita con el juez Claudio Bonadío. Pidiendo, por el contrario, movilizar junto a la CGT y los trabajadores.
El voto a Pichetto, el abrazo con Rodríguez Saá y el llamado a apoyar a la CGT deben ser leídos como parte de una misma estrategia que busca excusas para que vuelva a juntarse aquello que el macrismo dividió durante 14 meses a golpe de billetera, miedo y carpetazos.
Hay mucho de oportunismo y mucho de oportunidad. Como casi siempre sucede. Pero es probable que 2017 sea un año difícil para Macri. Más de lo que imagina.
Y no solamente para CFK, en materia judicial, como agita el sensacionalismo oficialista.
La unidad del peronismo, en todas sus variantes, aún de los que quisieron ser comprensivos en exceso con el proyecto macrista, solo puede poner contento a Duran Barba.
Cosas que pasan. Y que pueden volver a pasar, como que CFK vuelva con su militancia y el PJ bajo el ala para ganar una elección intermedia, debilitando al gobierno de Macri cuando le quede poco menos de dos años de mandato real.
¿Es impensado? Más loco suena Macri como candidato del PJ. Y, sin embargo, lo fue. «