Sergio Tomás Massa llegó en 2023 a 51 abriles y este domingo encara la jornada más importante de su carrera política. Llega como primus inter pares de un gobierno que vivió en sólo cuatro años los desafíos, tragedias y errores no forzados de dos décadas.

También hace cuatro años nadie hubiera arriesgado este desenlace para el oriundo del bonaerense partido de San Martín que adoptó como patria política el de Tigre. En 2019 subió al tren en movimiento del peronismo unido que destronaría a Mauricio Macri, donde la locomotora era Cristina Fernández de Kirchner. Varían las interpretaciones, pero lo cierto es que el descomunal esfuerzo de campaña de Unión por la Patria puso a la actual vicepresidenta en un inédito lugar secundario, aceptado por ella misma, que se venía corriendo de la centralidad desde el intento de asesinato que sufrió el 1 de septiembre de 2022.

Massa llega al mano a mano del balotaje como la esperanza de la Argentina que percibe en Javier Milei una abierta amenaza a la democracia.

La profundidad de su biografía política se puede leer en El arribista del poder, ese libro de Diego Genoud que muestra todas las postas de la peregrinación de Massa hacia el sillón de Rivadavia. La adolescencia ucedeísta, el fin de semana en la Costa atlántica que lo bautizó peronista, el funcionariado de los noventas menemistas, el consultorio televisivo para jubilados post 2001, el «Majita» que le propinaba la pronunciación peculiar de Néstor Kirchner, la vertiginosa intendencia en el distrito del norte de GBA, el Frente Renovador del triunfo y de la desintegración, el acompañamiento y el abandono durante el macrismo.

Exhibe ese volumen del qué está hecho el actual ministro de Economía: sobresaliente capacidad de convencimiento, fino olfato para las dificultades ajenas y una notable ansia de poder. Las curvas y contracurvas del circuito lo pusieron durante largos años a pararse sobre el acelerador en dirección contraria a la cima.

Acaso sea él quien represente mejor el mapa del juego democrático nacional contemporáneo por su profunda complejidad. Pavimentó la ancha avenida del medio que tantos soñaron en otros períodos de la Argentina ingobernable, perdió carriles y dejó arreglos a medio hacer hasta que apenas él y sus fieles supieron cómo transitarla.

Hoy el peronismo lo puso a manejar el camión bajo el convencimiento de que no hay brazos como los suyos para tan duro volante. En la última semana, un porcentaje inédito del arco social y cultural se expresó a su favor. Por cálculo, conveniencia, convicción o consenso, logró desde anuncios de voto explícito de antiguos adversarios a expresiones desgarradas de rechazo a Milei por parte de ensañados enemigos. Si logra el triunfo, deberá estar a la altura de tal expectativa.

También Massa es el ministro de Economía de la inflación más alta desde la previa a la convertibilidad. Es el ministro de la inflación que nunca había experimentado el segmento poblacional que tiene menos de 45 años de edad. La responsabilidad no es toda suya, pero el empoderamiento que detenta en la botonera gubernamental es también el punto ciego que multiplica la incertidumbre electoral.

La campaña de Unión por la Patria, con acierto y efectividad, logró poner bajo los reflectores la materia de la que está hecha La Libertad Avanza, al punto de que el principal eje de la elección pasará por un plebiscito a la figura de Javier Milei. Pero el dolor de bolsillo permanece. Qué estructura el voto de esta segunda vuelta no parece anticiparlo ninguna de las infinitas cifras de encuestas que circulan por WhatsApp y atormentan redacciones de medios.

«¡Por Dios, no es tan difícil! ¡Votá al tipo normal!«, gritó, Tomás Rebord en uno de sus programas hace poco más de un mes, es decir, una vida en este proceso electoral. Esa caracterización se volvió bandera a medida que las consignas libertarias rechazaban con mayor saña el centro y se empeñaban en el freak show.

Pero STM no es un tipo normal, al menos no en los términos que este balotaje pone en debate. La nueva normalidad que debutó durante la pandemia está atravesada por una transformación en la vida cotidiana de toda la población argentina. Un proceso de dolor, miedo y fragilidad social y no se sabe hasta dónde llegan las consecuencias.

¿Qué es ser normal hoy, la estabilidad profesional de una figura que pertenece a un complejísimo entramado de relaciones públicas, privadas y empresariales, o el irascible exgerente que a los gritos señaló en la política la causa de todos los males para quienes estaban del otro lado de la pantalla para luego abrazarse sin solución de continuidad a Mauricio Macri?

En las urnas aparecerá una parte de la respuesta porque con sólo dos rostros y un sobre en el cuarto oscuro para muchas personas la decisión termina pasando por cuánto el candidato se parece a vos.

El camino de Massa está abierto y su confianza no muestra baches. Como contó en alguna entrevista, durante el comicio de 1983 que consagró a Alfonsín, el niño Sergio se subía a un banquito e imitaba los discursos. Quiere ingresar a la Casa Rosada hace mucho.

En paralelo, el instinto de animal político que lo habita sabe que es una oportunidad inigualable para iniciar una nueva época en esta democracia argentina. Lo empuja la esperanza pero también el pavor de un pueblo al que no le caben más desilusiones. El tren fantasma de Milei ofrece un tiempo que parece nuevo y sólo es la farsa hiriente de la historia oscura nacional.

Massa está cerca de empezar un nuevo volumen en su biografía pública. Faltan horas y su destino se juega en qué boleta sostenga en sus manos el soberano.