Todo indica que el tipo tuvo un mal presentimiento, y que por esa razón puso los pies en polvorosa, pero no sin dar rienda suelta a su pulsión por las redes sociales. De modo que publicó un llamativo estado en su cuenta de WhatsApp con una sola palabra: “Chau”,  junto a un video de un segundo que, desde un ómnibus, exhibe el cartel de la plataforma 54 de la Terminal de Retiro. Eso fue filmado a las 16:07 del 19 de octubre. Así se supo que su destino era la capital de Entre Ríos.

De modo que, el caudillejo de la “orga” de extrema derecha Revolución Federal, Jonathan Morel, fue detenido al día siguiente  en el aeropuerto de esa ciudad por efectivos de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), a raíz de una orden del juez federal Marcelo Martínez de Giorgi.

Aquel jueves también fueron arrestados –en sus respectivos domicilios del Gran Buenos Aires– otros dos referentes de esa falange: Leonardo Sosa y Gastón Guerra, mientras Sabrina Basile –hija del ex DT de la Selección, Alfio Basile–permaneció prófuga por algunas horas para después entregarse en el edificio judicial de Comodoro Py. Cartón lleno.

Al cuarteto se lo acusa del intento de “imponer sus ideas por la fuerza” y –según el fiscal Gerardo Pollicita–de articular “la escalada de violencia y odio que derivó en el intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner”. En paralelo eran allanadas las oficinas de “Caputo Hermanos”, sospechada de financiar a Revolución Federal.

Ya se sabe que la verdad histórica y la verdad jurídica transitan carriles diferentes. Y en este caso, la morosidad investigativa de la dupla formada por la jueza federal María Eugenia Capuchetti y el fiscal Carlos Rívolo –a cargo de la causa por el fallido atentado contra CFK– ya supo dar suficientes señales de tratar el asunto como si fuera un intento de homicidio común y corriente. Pero por sus hendijas se va filtrando la realidad. Y con la aparición –diríase–involuntaria de hechos, circunstancias y personajes que robustecen el carácter político de la cuestión.

Lo prueba, por ejemplo, la ya famosa misiva escrita por Fernando Sabag Montiel (el autor material de los dos fallidos disparos a la cara de CFK), en la cual le exige a un tal Hernán Carroll que le consiga un abogado particular y le pague sus honorarios. En su tono subyace la amenaza de hablar, con todo lo que eso supone, en caso de que el destinatario no satisfaga tal pedido.

Vale la pena reparar en este sujeto, líder del Espacio de Centro Derecha (que de “centro” no tiene nada) y ex candidato a concejal por la Matanza en la boleta de Avanza Libertad, encabezada por José Luis Espert. Una vez que su nombre saltó a la luz pública, el vínculo que lo une a Patricia Bullrich dejó de ser un secreto. 

Además, Carroll fue una pieza clave de los ocho “banderazos” que durante la pandemia supieron dejar postales imborrables. Como la del tipo que, con la cabeza metida en una ventanilla del móvil de C5N, bramaba: “¡Van a empezar a tener miedo, hijos de puta!”. O como la del muchacho que lucía una remera con la cara de Videla y la consigna “Mi general, se lo necesita”. O como la de aquellas ya célebres bolsas mortuorias con nombres de personas vivas –entre ellas, la de Estela de Carlotto–. Semejante festival de atrocidades consolidó la figura del “odiador serial” sobre cuya semiótica ya corrieron ríos de tinta. Aunque sin considerar en profundidad un aspecto medular del fenómeno: la irrupción cada vez más orgánica de la ultraderecha en Argentina y el giro “gradualista” del macrismo hacia dicho extremo.

Ahora bien, en marzo de 2021, durante uno de aquellos banderazos, el bueno de Carroll fue el artífice del apretón de manos entre Bullrich y Javier Milei. La escena fue evocada en estos días en algunos medios. Aunque no su siguiente capítulo.

Durante la noche siguiente, Carroll y ella acudieron al departamento de Marcelo Peretta, el titular del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos, un dirigente que cultivó un estrecho vínculo con la administración macrista.

Allí, enfundado en uno de sus trajes rayados con chaleco, los aguardaba Milei. Bullrich y él se saludaron como viejos amigos, antes de abordar temas triviales, mientras el anfitrión servía un lomo a la crema con papas al natural. Milei bebía limonada. Patricia no.

Él engullía su plato con avidez, mientras las palabras salían de su boca a borbotones. Ella lo escuchaba con una sonrisa ladeada.

Tras el postre, el economista seguía enfrascado en su monólogo; ahora, trazaba un funesto escenario financiero para el país en los próximos meses.

Milei recitaba cálculos, estadísticas y citaba ejemplos de otros países en circunstancias análogas. Bullrich, entonces, creyó oportuno decir:

–Al fracaso económico se le suma el desastre sanitario.

Milei, entonces, con un brillo perturbador en la mirada, acotó:

– ¡Hay que sacarlos a estos inútiles!

Un par de veces, Bullrich lo tanteó con ir juntos en las boletas, aunque Milei se hizo el desentendido.

Bullrich entonces “entendió” que no era el momento de avanzar en este punto. Y solo dijo:

–Todo bien. Pero queda claro que el enemigo es el kirchnerismo, ¿no?

Desde un extremo de la mesa, Carroll sonreía de oreja a oreja.

Lo cierto es que Bullrich se sentía a sus anchas con ese sujeto que ahora le “debería” conseguir un abogado a Sabag Montiel.

No menos cierto es que el vínculo entre la ex ministra y Carroll perdura hasta estos días.

En otro orden de cosas, mientras la PSA allanaba la sede corporativa de la compañía Caputo Hermanos, Morel desgranaba su declaración indagatoria por zoom desde el penal de Ezeiza. Su tono afable era el de quien pretendía mostrarse dispuesto a colaborar y sumar datos. Y de hecho soltó uno de valía: de los familiares del ex ministro de Finanzas macrista, Luis “Toto” Caputo, no recibió 8 millones y medio de pesos sino 13 millones contantes y sonantes. El soporte financiero de Revolución Federal está a centímetros de esclarecerse.

En la dirigencia de Juntos por el Cambio están nerviosos por ello. A pesar de que sus dirigentes insistan en describir a tales provocadores como integrantes de grupitos aislados, éstos constituyen nada menos que un aderezo irremplazable de la ideología del macrismo.  «