Llegar a Rusia por estos días no es sencillo. Producto de la sanciones económicas debido a la guerra que la enfrenta a Ucrania y a buena parte de la OTAN (o a lo que queda de ella luego de la asunción de Donald Trump), la gran mayoría de las aerolíneas occidentales dieron de baja esta ruta aérea. Para volar desde Europa, y dejando de lado aventuras como hacerlo vía Estonia o Serbia, la única opción por esta época es a través de Estambul.
Desde el avión mismo se perciben los primeros signos de la guerra. Si Estambul y San Petersburgo están separadas por una línea recta de 2.500 kilómetros, el avión hace un gran desvío de otros mil para evitar sobrevolar Ucrania y la zona en conflicto.
Una vez en San Petersburgo y sorteado el interrogatorio en Migraciones, cualquier extranjero deberá lidiar con la dificultad del acceso a internet. Resulta que pocos meses atrás se aprobó una ley mediante la cual para acceder a la red hay que ser ciudadano ruso o en su defecto realizar un largo y lento trámite de registro que lleva varias semanas. El gobierno de Putin impulsó la ley amparándose en cuestiones de seguridad relacionadas con la guerra, pero lo que se dice por lo bajo es que en realidad la medida responde a dificultar aún más las ya de por sí restrictivas disposiciones para la migración de ciudadanos de las ex repúblicas soviéticas que buscan en Rusia mejores condiciones de vida.
El frente está a más de mil kilómetros de San Petersburgo. Así y todo, la ciudad no es indiferente a la guerra. Y en cierto sentido, quizás es de las más conmocionadas por el conflicto. Sucede que mientras Moscú es una ciudad que mira hacia el interior del país que gobierna, San Petersburgo siempre miró a esa Europa que por estas épocas no quiere saber nada con Rusia. Es una ciudad que se siente europea y no es querida por Europa.
Ya desde su fundación por el Zar Pedro el Grande, en 1703, la ciudad se pensó como un puente a occidente. Sobre la costa del Golfo de Finlandia y con salida al Mar Báltico se concibió como un punto estratégico para el intercambio económico e intelectual con Europa. Esta relación se profundizó durante los más de doscientos años que sirvió de capital a los zares, particularmente en el reinado de la emperatriz Catalina II quien, admiradora de la Ilustración francesa, difundió la cultura europea en la ciudad. Fue la época de la lectura de los enciclopedistas franceses en los institutos de formación para la nobleza rusa, de la creación de las colecciones de obras italianas y neerlandesas del Museo Hermitage y de la nueva arquitectura que al día de hoy brilla en la ciudad. Mientras que la arquitectura de Moscú y del resto del país tiene una marcada influencia bizantina y trabaja con elementos propios como la madera, en San Petersburgo abunda el estilo barroco y los materiales como el mármol. Así, engalanada, San Petersburgo se jacta de ser europea.
San Petersburgo, orgullosa, mantiene ese brillo aún en esta época. Literalmente. Al caer la noche, la ciudad se ilumina con un tendido eléctrico tan potente que avergüenza a sus pares europeas. Sucede que si algo no falta en Rusia incluso durante la guerra, es el combustible y la energía.

Por la Avenida Nevsky, su principal arteria, sigue paseándose lo más encumbrado de la burguesía rusa, esa misma que creció exponencialmente en las últimas décadas gracias a jugosos contratos con el Estado y que hoy se deja ver en lujosas galerías peterburguesas como el Passage, donde recorren las tiendas de las principales marcas internacionales mientras suena Tchaikovsky en los parlantes de edificio.
Aún están por verse las consecuencias de la guerra y las sanciones europeas en la economía rusa. Lo cierto es que al día de hoy su complejo productivo tiene un funcionamiento pleno, fundamentalmente debido a la industria armamentista y la construcción, lo que disminuyó el nivel de desempleo al 3%, el piso más bajo de su historia. Los ingresos por exportaciones han crecido notablemente en los últimos años, debido al aumento del precio de los combustibles. Por su parte, como consecuencia de las sanciones, han decaído las importaciones, lo que contribuyó a un alza inflacionaria que en marzo de este año trepó más allá del 10%, el máximo desde el inicio de la guerra. Algunas ramas industriales, como la automotriz y la farmacéutica, son las que más están sufriendo el faltante de productos europeos y por lo tanto disparando la inflación, pese a que buena parte de sus importaciones hayan sido reemplazadas por bienes de origen chino.
En las calles de San Petersburgo se nota una movilización militar mayor a lo habitual. Se trata de las tropas que conforman el Distrito Militar de Leningrado, creado en 2023 como respuesta al ingreso de Suecia y Finlandia, dos países vecinos, a la OTAN.
Pero la guerra que tiene más presencia hoy en las calles de San Petersburgo no es la de Ucrania, sino la Segunda Guerra Mundial. Sucede que el 9 de Mayo se cumplen 80 años de la entrada del Ejército Rojo a Berlín, llamado por aquí “Día de la Victoria”, lo que llevó a la Alemania Nazi a rendirse. En occidente suele repetirse que la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial y el desembarco en Normandía fueron los hitos que aceleraron el final de la contienda; lo cierto es que el elemento determinante fue la liberación de Berlín por parte de las tropas soviéticas, lo que es recordado año tras año en Rusia.

El festejo tiene en 2025 un agregado doble. Por un lado, el hecho de que sea un aniversario redondo; por el otro y fundamentalmente, que sea en el contexto de otra guerra que está librando el país. No es casual que en San Petersburgo se realice frente a la columna en homenaje al Zar Alejandro I, quien derrotó la invasión napoleónica en 1812. Así, la celebración del aniversario de una conflicto bélico del Siglo XX, la Segunda Guerra Mundial, sirve para unir por las puntas otras dos guerras, una del Siglo XIX como lo fue el rechazo a la ofensiva francesa, y otra del Siglo XXI, la de Ucrania.
En ese contexto, las calles de todo el país están abarrotadas de simbología soviética que recuerda aquel triunfo de hace ochenta años. Sin ir más lejos, en los días previos a la celebración y mientras se ensaya el desfile militar, se pueden ver por las calles de San Petersburgo tanques con la bandera soviética. Los habitantes de la ciudad se agolpan contra las vallas para ver los blindados recorrer la ciudad, familias enteras se hacen un lugar, incluyendo a niños que llevan globos con forma de tanques.
El epicentro nacional de los festejos será Moscú. Pero San Petersburgo también tiene lo suyo. Quizás debido a que sufrió la Segunda Guerra Mundial como ninguna de su pares rusas. Por aquel entonces llamada Leningrado, fue sitiada por el ejército nazi durante casi dos años y medio con el objetivo de matar de hambre a sus ciudadanos. El saldo de ese bloqueo fue trágico: más de un millón de habitantes murieron.
Se acerca el 9 de Mayo y la Avenida Nevsky está repleta de banderas y banderines con la hoz y el martillo, fotos de la liberación de Berlín y afiches de esa Revolución socialista que se gestó en estas mismas calles, más de cien años atrás, y que el periodista estadounidense John Reed narró en su famoso Diez días que estremecieron al mundo.
Pese a la guerra, San Petersburgo se esfuerza por seguir su vida de la manera más normal posible. Particularmente la juventud, que consolidó un circuito cultural alternativo o underground que se resiste a la disciplina que impone el gobierno de Putin. En épocas de persecución y regimentación a las disidencias y a la juventud, los jóvenes peterburgueses resisten en clubes, bares o sótanos. Incluso en las veredas, donde se dan cita una cantidad abrumadora de grupos musicales cuyos integrantes no llegan a la treintena y le ponen música y color a estas calles azotadas en estos días por una ola de frío polar. La juventud sale como si la ciudad viviese su propio ritmo, indiferente de la seriedad del Kremlin moscovita y las políticas autoritarias de Putin.
No es de extrañar. San Petersburgo fue siempre una ciudad de vanguardia. En lo cultural, fue el sitio que adoptaron como propio para realizar su obra los fundadores de la literatura rusa en el Siglo XIX, como Pushkin y Dostoiesvki; en lo político, en el Siglo XVIII encarnó el impulso mercantil e intelectual que le imprimieron zares como Pedro y Catalina II, y ya en el Siglo XX protagonizó la Revolución más profunda de nuestra era.
San Petersburgo es, a fin de cuentas, la ciudad rebelde. La que siempre hizo lo que quiso. La irreverente.