Un porteño camina apurado por la calle Uriarte. Envenenado por los hechos, anestesiado por los acontecimientos del día. Las horas bajan en Palermo y con lo que le queda de energía vital tiene que pensar y comprar la cena antes de llegar a su casa. A realizar las rutinas de siempre: sacar al perro, limpiar, cocinar, bañarse e irse a dormir para que mañana vuelva todo a comenzar: madrugar, trabajar ocho horas, el eterno retorno. «Dónde está su vida», quizás se pregunta. Pero en el camino ve en la vidriera de Galería Mar Dulce una pintura grande y muy azul que tiene un gato siendo un gato en el centro. Está desparramado sobre la mesa, arriba de las flores que caen de un jarrón y tiene libros y fotos alrededor. Abajo, en el borde del cuadro, se lee chiquito: “María Luque, martes 28 de marzo, Buenos Aires”. Se trata de «Flores nuevas», la muestra de la ilustradora, dibujante y escritora rosarina, que se puede visitar de forma gratuita hasta el 1 de julio.

Hay algo en esa quietud doméstica, amable y familiar que hace que cualquier ser humano se detenga y entre a mirar un poco de arte. Y una vez dentro, se agache, se ponga los anteojos o entrecierre los ojos, se acerque, haga zoom con el celular, incluso se pegue a las cuadros para ver todos los detalles que se acumulan. Ahí está su vida. Los protagonistas de las obras de María Luque son los gatos que se enroscan alrededor de las cosas, los libros, los perros, las plantas, las llaves, las lapiceras, los anteojos, los museos y los lugares que María visitó ―una panadería, un café, la casa museo de Victoria Ocampo en Mar del Plata―, otras obras de arte, los amigos, las anécdotas, los mates, es decir, todos los elementos que habitan nuestra cotidianidad y que están frente a nuestros ojos, pero los hemos vuelto invisibles e irrelevantes. El escritor experimental francés George Perec, en su ensayo “¿Aproximaciones a qué?”, los llama “lo infraordinario”: lo que pasa cuando no pasa nada, lo que generalmente no se anota, lo que no tiene importancia , el ruido de fondo, lo habitual.

Las pinturas de Luque están hechas de lo infraordinario. Lo más banal es redescubierto, recordado y rescatado, con la técnica del gouache sobre el papel y colores opacos y saturados, de esa corriente sin pausa del automatismo diario en el que vivimos. La vida pasa por las obras de María Luque y se queda ahí para siempre, recordada. La artista presta atención, está presente en el mundo y lo vuelca en un inventario visual de los cotidiano de la misma forma instantánea y desordenada en que lo halló. Protege en refugios cuadrados aquello que inevitablemente se perderá sin que nadie lo note.

Recuerdos recurrentes

Sus obras son “versiones pintadas de algunos recuerdos”, en sus palabras. “Tengo un cuaderno donde anoto todo lo que me puedo olvidar con facilidad: un gorrión comiendo cerezas, frases que subrayo de los libros, consejos de mi mamá para armar mejor las valijas”. La composición de la mayoría de ellas consiste en la pintura de esa escena anecdótica y la descripción escrita en un recuadro a modo de epígrafe inferior. El mismo diálogo entre escritura e ilustración le da forma a tres de sus libros publicados: La mano del pintor (2016, Sigilo), Casa transparente (2017, Sexto Piso) y Noticias de pintores (2019, Sigilio).

Esta estructura recuerda a los tradicionales exvotos mexicanos, representaciones del arte popular, chiquitas, con mucho detalle y distinguidas por su colorido que documentan milagros en agradecimiento a los favores de santos y otras deidades. Incluyen la escena y debajo la narración en palabras del suceso ocurrido. En general, todos con finales felices. No hay en ellos, como no hay en las obras de Luque, espacio para la tristeza o la desgracia pero sí para todo lo demás. Milagros diarios en color, las obras de la ilustradora rosarina exhibidas hasta fin de mes en la galería Mar Dulce tienen el efecto de parar a tomarse un café: detener el tiempo para agradecer simplemente lo común que pasa delante de nuestros ojos, ver las rosas nuevas. Porque como dijo Baudelaire, “cada momento de nuestra existencia contiene en sí mismo la substancia de un poema, cada hora encierra una inmortalidad». No se la pierdan.

La muestra de María Luque se puede visitar de martes a sábado, de 16 a 19 hs. En Uriarte 1490, CABA, Palermo.