De la Feria del Libro participan, empezó a enumerar este jueves Martín Kohan en su discurso inaugural, autores, editores, traductores, difusores, visitantes, compradores y vendedores. En los stands de libros, las salas de conferencia, los pasillos y pabellones de La Rural, pareciera desenvolverse durante un par de semanas la vida de una ciudad entera. Pero tácitamente, y aún a expensas del barullo de la feria, transcurre otro mundo aparte, aquel que le da sentido a todo lo demás: el de la lectura y los lectores.

“Y sin embargo, cada vez más -prosiguió el autor-, haciendo a un lado a Roland Barthes o pasándolo olímpicamente por alto, “desleyendo” acaso a conciencia su rotunda reivindicación del lector y la lectura, las ferias de libros y los festivales de literatura de todas partes tienden a constituirse ante todo como espacios consagrados a la presentación estelar de los Escritores, pasarelas para que desfilen, pedestales para que se yergan, escenas montadas para su figuración personal. La trampa de la noción de figura: el afán de figuración”.

Por momentos (y en realidad todo el tiempo), este diagnóstico traspasaba los límites geográficos de La Rural y se extendía hacia otros ámbitos, incluso más allá de la literatura: la discusión pública, el periodismo, las redes sociales; la ansiedad por escribir sin haber leído, una tendencia de época.

Al final de su discurso, Martín Kohan quiso abrir el diálogo para conversar con el público presente, pero la Feria prosiguió con el tradicional protocolo de apertura. Como si se tratara de una continuación imaginaria de esa conversación suspendida, Félix Bruzzone, Jorge Consiglio, María Teresa Andruetto, Paula Puebla y Martín Felipe Castagnet hablan en esta nota sobre la lectura y la figura autoral en el mundo contemporáneo.

El salón de los escritores

Cada vez hay menos prácticas que pueden hacerse de una vez. Leer un libro quizá sea una de esas pocas. Leer fuera de las redes, sin scrollear o tomar atajos, lejos del ruido de época y la interrupción permanente, es una actividad anacrónica, eso que sobrevive de un mundo que ya no existe. Pero esa otra práctica, la de la interrupción de la lectura, que con tanta frecuencia toma ahora la forma de la conectividad permanente a través de las redes sociales, termina algunas veces mezclándose con la literatura y la figura autoral.

En diálogo con Tiempo, el escritor Félix Bruzzone señaló: “Hay un plano de la exposición no ya del autor, sino del personaje escritor. Es un plano de la promoción, donde la figura autoral, entendida como la voz de una obra, ya no está y en su lugar hay un personaje para promocionar sus libros. La disputa ya no pareciera ser tanto con otros libros o con otras escrituras sino con los colores de la foto o la ocurrencia inmediata como si fuera un eslogan; este tipo de cosas, que no tienen que ver con la literatura sino con lo publicitario, funcionan en otra zona discursiva.

Por supuesto, hay excepciones, pero también hay un nivel de exposición que muestra lo subjetivados que estamos por la publicidad, parecería que tenemos que actuar como si fuéramos modelos publicitarios en cualquier circunstancia; así seamos personal trainer, escritores o tengamos una cuenta en Tinder, tenemos que vendernos como un objeto de consumo. En las redes se ve más bien el equivalente a lo que sería la solapa de un libro, algo más del orden del paratexto publicitario, y no tanto de la literatura. Cuando uno se sienta a leer un libro, una novela o un cuento, pasa otra cosa. Las palabras, incluso, son distintas: por más de que sean las mismas tienen otra dimensión, están en otro régimen”.

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Foto: Victoria Egurza/Télam

Jorge Consiglio, por su parte, destacó que “hay una modificación en la noción de autor que está atravesada por una serie de factores, entre ellos, las redes sociales. Ahí se va modificando la noción de autor, da la impresión de que es más importante ser escritor que escribir, habría algo del prestigio social del escritor que hace que se desee fervorosamente serlo, y da la sensación de que las redes sociales, con esta exaltación de la figura, de lo inmediato, el recorte de una imagen y la brevedad absoluta, van diseñando, modificando y alterando nuestra imagen de escritor, como también alteran nuestra imagen de sujeto”.

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Foto: Pedro Pérez

“Esta presencia de los escritores -dice por su parte María Teresa Andruetto-, la potencia de sus figuras a veces termina opacando las propias escrituras. En el mundo contemporáneo la presencia del escritor sosteniendo sus libros, apoyándolos, participando de actividades en las que esos libros estén presentes, la figura del escritor y su singularidad, una singularidad de cualquier orden, visibiliza ciertos libros y a veces es una visibilización que a la vez tapa u oculta una lectura más profunda de los textos”.

El autor de Hospital Posadas recordó la reciente entrevista a Beatriz Sarlo en el Método Rebord. En el ciclo que se emite por Youtube, la crítica literaria había hecho una diferenciación entre la consagración literaria que brindaban las revistas, donde el juicio estaba hecho por pares o críticos, y una red social, “que puede aumentar los aplausos o las ventas, pero no necesariamente supone una consagración dentro del campo intelectual”. 

“Esto se articula con la noción del libro, donde hay un contrapunto constante entre el bien cultural y el bien de consumo, y si eso no se equilibra, si el bien de consumo avanza sobre el bien cultural, el producto artístico se debilita”, dice Consiglio.

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Foto: Ale Guyot

Sobre la preponderancia de la lógica de consumo, se expresó también Paula Puebla: “Hoy la producción de un escritor y su toma pública de la palabra -por fuera del libro- tienen casi el mismo valor. Ese desplazamiento juega en contra de la lectura. No importa cuán original seas, cuan talentoso seas; importa que gustes y caigas bien, que digas en una entrevista lo correcto, que no ofendas a nadie. Desviada la escritura, lo que se impone es la lógica misma del mercado; queda una literatura partida entre escritores que venden y escritores que no. Y de acuerdo a eso, la proyección de una carrera”.

“Las leyes empresariales (más en grandes grupos que en la pequeña editorial, la cual todos sabemos no es un negocio rentable) y la exacerbación de las redes empuja un poco al autor a entrar en esa órbita del marketing de uno mismo. Bastante triste, por cierto, pero de alguna forma difícil de eludir si uno no es parte de los 10 autores consagrados del país».

«Es en definitiva, aunque le llamen posicionamiento o autobombo, una lucha por la supervivencia en un mundo igual de injusto que el de fuera de la edición. El desafío verdadero está en ser intelectualmente honesto y escribir sin descansar en la identidad, la figura autoral o la cantidad de seguidores de Instagram”, continuó la autora de El cuerpo es quien recuerda.

¿Dónde están los lectores?

“Del escritor al lector, como un pasaje, pasemos del escritor al lector. Escritores somos todos, por ahí no vamos muy lejos, pongamos en juego, tanto mejor, los textos y los lectores. Esa escena, así dispuesta, es la escena de una conversación, la escena de una conversación literaria, tal vez de aquella conversación infinita que propuso Maurice Blanchot”, invitaba ayer Martín Kohan.

Se trata de una escena que parece estar, en el espacio público, en posición menguante. “Es un desafío -dice Consiglio- escapar de lo que actualmente disponen los medios acerca del consumo cultural. La mirada crítica dejó de ocupar el lugar que ocupaba antes en las revistas o ciertos suplementos literarios. Cuando se apaga la centralidad de las revistas literarias, cuando se apagan los grandes referentes críticos, los lectores dejan de tener ese diálogo que encendía todavía más la instancia de reflexión profunda después del libro».

«Entonces, el lector queda simplemente con su propia experiencia de lectura y su propia historia como lector, lo cual no es menor, pero también había ciertos referentes o faros que hacían que tu punto de vista se enriqueciera”.

Martín Felipe Castagnet coincidió en que “hay una escasez terrible de críticos, porque si quienes escriben sobre libros son a la vez autores, están de ambos lados del mostrador y eso lleva a conflictos de intereses que por lo general no se pueden resolver”.

«Así es como en el diálogo entre lectores y autores -continúa el escritor y docente universitario- empieza a tener más lugar un proceso de creciente presión de la opinión pública que privilegia ciertas demandas de política identitaria en las producciones literarias, que si bien es muy valioso porque eleva la diversidad, por otro lado valoriza la figura del autor por sobre la del dispositivo narrativo. Los lectores intentar tener voz sobre qué y cómo debe escribirse y publicarse a través del mercado, de las devoluciones en plataformas como goodreads, en las redes sociales».

«Es una época de extrema sensibilidad y susceptibilidad, y eso va llevando, en algunos casos, a que los autores cambien su manera de escribir. En una medida cada vez más creciente podemos ver cómo la indignación permanente lleva a que el discurso literario empiece a sentir que debe limitarse, hay una suerte de imposición de lectores sobre aquello que se puede escribir y lo que no”. 

Foto: Prensa / Magdalena-Siedlecki

“Cada vez hay más libros -dice por su parte Bruzzone– que adoptan ciertas tendencias de época. Pienso que uno de los desafíos de la literatura es escribir a pesar de esas tendencias. Eso no significa que no las puedan incorporar y se las puedan apropiar. Pero es muy diferente escribir sobre algo que a pesar de. Hay que escribir a pesar del feminismo, a pesar de los Derechos Humanos y los desaparecidos”, afirma el autor de Los topos.

Algo de eso recuerda a la idea de la literatura como un murmullo, que sucede aún entre el griterío de La Rural. El cierre es de Martín Kohan: «La Feria en medio del ruido de la ciudad, las voces en medio del ruido de la Feria. ¿O no es ésa acaso la manera en que discurre el decir literario en el espacio más bien ajeno de la sociedad, de la realidad general?».